domingo, 5 de julio de 2015

¡Nunca solos!

¡Nunca solos!

El bosque seco y oscuro no era un buen marco para aquellos aventureros que disfrutaban de las caminatas, se les veía preocupados con temor en sus rostros:
—No hay nada más, está terrible, algo en él está mal —dijo Alicia, mientras desviaba la vista hacia el arroyuelo cercano—.
— ¡Claro que está mal, es obvio! —dijo Ernesto—. ¡Míralo, su piel está jodida!
—¿Qué podemos hacer? —pregunto Alicia, ya un poco más alarmada—.
— Estamos muy alejados del poblado y no sé qué tenga pero es muy extraño, se ve cada vez peor, no queda otra más que llevarlo al pueblo.
—¡Dios mío, mira Ernesto! ¡Se le ha desprendido un pedazo de piel del lado derecho de la cara un pedazo cercano a la boca! —grito Alicia aterrada—.
—No podemos perder más tiempo, Alicia, hay que arrastrarlo al pueblo, quizás si lo sujetamos de los brazos o cargarlo. Yo no sé mucho de primeros auxilios, pero dudo mucho que le sirvan ahora.
—¿No tenemos medicamentos, quizá algo pare el dolor? —pregunto Alicia—.
—Nada que le pueda servir, no sé si será recomendable darle cualquier cosa, me acercaré para ver cómo le puedo ayudar.
—¿Será infeccioso? —Alicia abrió los ojos con temor—. ¡No, no te acerques Ernesto! ¡Puede ser contagioso, necesitas proteger tus manos, ayer estaba bien, no sabemos que le pudo haber causado esto en tan poco tiempo.
—No podemos dejarlo así —dijo Ernesto—. Tenemos que hacer algo, Alicia, no podemos quedarnos quietos sin hacer el intento.
—¿Y si nos pasa a nosotros?
—Ni siquiera lo pienses —comento Ernesto, mientras sus manos temblaban por causa de la impotencia y el temor.
—No quiero acercarme, ni que te acerques tú —gritó Alicia, totalmente descontrolada—. ¡No te acerques!
—¿Quieres que lo dejemos aquí, abandonado a su suerte? ¡No podemos hacer eso!
—Si quieres, tú te quedas a cuidarlo mientras yo voy al pueblo por ayuda —dijo Alicia con lágrimas en los ojos—. Yo puedo hacerlo, iré y regresaré rápido.
—¡No, no me dejarás con el paquete, no lo harás, Alicia! ¡Él es tu amigo, yo casi ni lo conocía! —dijo Ernesto mientras señalaba al inconsciente sujeto que estaba a pocos metros recargado en un árbol—.
—¡Oh Dios mío! —Los ojos de Alicia se abrieron con estupor, mientras una mezcla de asco y asombro le hacía retroceder—. ¡Mira, se le acaba de desprender otro cacho de piel, ahora de su frente!
—¿Paulo, te sientes bien? Me pareció ver que se movía, Alicia ¿No lo viste?—. —dijo Ernesto, mientras vencía al asco para intentar acercarse—.
—¡Espera! —grito Alicia—. Creo que lo escuche murmurar algo.
—¡Hay que ayudarlo ya, vamos!
—¡No, ya te dije que yo no me acerco!
—¡Por Dios, es tu amigo, Alicia, tu amigo! —grito frenético Ernesto, el cual no podía creer que Alicia reaccionará de aquella manera—, «Siempre ha sido tan dulce» —pensó Ernesto.
—Es qué….
—Me quieren dejar aquí, malditos des.. ¡Cof, cof! Desgraciados —Un Paulo con dolor en sus irreconocibles facciones les hablaba con dificultad—. ¡Malditos amigos de mierda!
—¡Tranquilo Paulo, te traeremos ayuda! —dijo Ernesto—.
—¡Sí, lo prometemos, aguanta Paulo! —dijo Alicia, superando por poco el asco naciente y aferrado en su garganta.
—¡Váyanse ¡cof! Váyan…!
—¡Sí, amigo, lo haremos y te traeremos ayuda! —le dijo Ernesto con un dejo de alivio en la voz—.
—¡Cof! ¡Váyanse a la …chingada, hijos de perra! Pero… ¡Argh! Está bien, creo que no lo lograré…¡Cof! Y todo es por haber ¡Cof! Besado a esa puta ayer en el pueblo… ¡Maldita zorra!
—¿De qué hablas, cuál zorra? —le pregunto Alicia—.
—¡No lo hagas malgastar sus fuerzas! —dijo Ernesto—.
—¡No vuelvan al pueblo, me sentí… extraño desde que besé a esa puta pueblerina! ¡Cof! ¡Arggghh! —Paulo se empezó a quejar de forma terrible mientras gruesas gotas de sangre le escurrían de sus ojos, nariz y oídos.
—¡Se está desangrando! —grito Alicia—.
—¡Tengo que hacer algo! —dijo Ernesto, mientras se encaminaba para ayudar al pobre desgraciado, pero la mano de Alicia le sujetaba el brazo y esto aunado a su propio temor le impidió avanzar más que unos pírricos pasos—.
—¡No te acerques! —le volvió a decir una angustiada Alicia—.
—¡No seas perra, nos necesita!
—¿No lo escuchaste? Dijo que se empezó a sentir extraño después de besar a una tipa en el pueblo.
—¡Qué demonios! ¡Está empezando a vomitar sangre! ¡Se ha ido de lado, pero aun en el suelo no deja de salirle la sangre por la boca! —señalo Ernesto, perdiendo al instante toda la convicción de ayudarlo—.
—Se está muriendo, ya no lo podemos ayudar —dijo Alicia, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—.
—Entonces regresemos al pueblo para contarles y que manden a alguien que verifique si ha muerto o no.
—Pero, él dijo que no volviéramos al pueblo —dijo Alicia—. ¡Puede ser peligroso!
—No hay otro lugar a dónde ir ¿No lo entiendes? No hay otro lugar más cercano, el pueblo es la única solución —dijo Ernesto—.
—¿Crees que sí este muerto? —pregunto Alicia.
—¡Ya vámonos! Entre más rápido mejor, así le podremos mandar ayuda profesional. —dijo no muy convencido Ernesto—.
Después de una gran y muy cansada caminata por fin observaron a lo lejos el pequeño poblado de dónde habían salido en la madrugada para apreciar la lluvia de estrellas de las cuatro de la mañana. Había salido con frío en los huesos y ahora regresaban con frío en el alma.
—¡Estoy cansada! —exclamo Alicia, mientras el sudor le bajaba por la frente hasta los labios resecos—.
—No te preocupes, ya casi llegamos, allá se ve el pueblo, unos cuantos metros y pediré ayuda en las primeras casas que veamos —dijo Ernesto—.
Pero en las primeras casas en las que tocaron, sólo el viento triste salió al paso de aquellos fatigados viajeros. Continuaron caminando acercándose más al centro del pueblo y entonces Alicia fue la primera que vio una imagen de infierno.
—¡Dios, mira! ¡Hay gente tirada en la calle en medio de charcos de su propia sangre! ¡No puede ser! Empiezan allá y en la plaza se ven muchos más ¡Dios santo! —la pobre Alicia estaba aterrada—.
—¡Oh no, no puede ser! —un aterrorizado Ernesto, se alejaba de Alicia poco a poco, mientras en su rostro se dibujaba una mueca de terror—.
—¿Qué pasa Ernesto? ¿Por qué me miras así? —Alicia respiraba con dificultad mientras sentía que algo se escurría por su frente, ella creía que era sudor, pero al palparse y mirar la palma de su mano grito con horror—. ¡Sangre y pedazos de piel, de mi piel!
—¡Aléjate, aléjate! ¡No te me acerques! —grito Ernesto mientras retrocedía horrorizado—.
—¡No me dejes por favor! ¡Te juro que estoy bien, debe ser por la caminata, te lo juro que es eso! ¡Te lo suplico, no me dejes!
Ernesto dio la vuelta y corrió hasta dar la vuelta a la esquina y se calmó un poco a pesar de escuchar los gritos de Alicia que suplicaba su regreso. Ernesto resoplaba y estaba a punto de emprender su carrera para alejarse cuando se dio cuenta que algo sujetaba su pantalón, era la mano de un anciano que estaba tirado en el suelo, estaba sangrando pero todavía no tanto como para morir.
—¡Suélteme! —le grito Ernesto al anciano, controlando un poco las ganas de patearlo para librarse—.
—¡Escúchame, hijo, soy… era doctor!
—¿Un doctor? No te creo viejo, de todos modos no se ve que seas capaz de ayudarte ni a ti mismo.
—Sólo quiero que sepas que no vale la pena correr, deberías de volver con esa mujer que te está gritando…. Yo si pudiera iría con mi familia, pero ¡cof, cof! No creo llegar hasta mi casa, ya no tengo fuerzas… no saldremos de está pero si ella es tu mujer, regresa y consuélala lo poco que puedas, es mejor morir acompañado que sólo y tirado como un perro en la calle o dónde sea…. ¡cof!
—¡Ernesto por favor! —se escuchaban los gritos de la chica que buscaba desesperadamente a su amigo—.
Ernesto quiso correr y quiso llorar, al final aparto la mano del viejo que ahora tenía la mirada clavada en el piso y ya no decía nada. Lo dejó ahí.
—¡Ernesto por favor, regresa! —lloraba Alicia, sintiendo miedo y terror por su negro destino—. ¿Eres tú?
—¡Si, acá estoy, déjame ayudarte y perdóname por huir como un estúpido! —le dijo Ernesto mientras la sujetaba del brazo y de la cintura, más piel se le había desprendido de la cara y de los brazos y la sangre le brotaba por las orejas y nariz. Él mismo empezó a sentirse mal, algo le escurría por el cuello, no se tocó no valía la pena saber—. ¡Vamos a sentarnos allá, Alicia, en esa banquita en medio de aquellos árboles frondosos.
Alicia apenas puedo asentir. Ya en la banca se abrazaron en silencio mientras que el destino del mundo se hundía en un pozo negro, funesto y desolado. La muerte besaba en otras partes los labios de todos y todos sangraban por ella.

Salvador Méndez Z El Bohemio
México 01/07/15 ®



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