miércoles, 26 de mayo de 2010

La briaga

Todo empezó con una deuda de honor, que sea como fuera tenía que ser pagada así fuera muerto, ¿Qué en que consistía tal deuda?, ¿Acaso sería una deuda de sangre, una deuda para lavar el honor familiar, acaso sería una deuda con alguna deidad de la predilección del pueblo?, ¡Bueno realmente no! Realmente aquella deuda consistía en invitar a unos buenos amigos, compañeros parroquianos y de trabajo una simple pero muy bondadosa y fresca cerveza, solo una, una nada más, tan simple como el despertar. Cortésmente les dijo a cada uno de aquellos compañeros de trabajo que lo esperaran a la salida, y aunque no faltó quién pensará que se trataba de la invitación a una pugna, después de la debida explicación quedaron todos conformes con la reunión, así lo hicieron en la salida y pronto cruzaron el paso a desnivel para salir a una tienda de veinticuatro, en donde no había latas de cerveza apetecibles, puras marcas extranjeras, desilusionados por tan mal sino pero aún sedientos con el calor abrazador de un día de trabajo a espaldas carcomidas por las horas, aquel cuarteto de valientes libadores decidieron seguir adelante caminando por avenida Reforma, mientras hacían política por saber y decidir a que buen puerto en forma de cantina arribar en aquel viernes con buenas ganas de cebar un cebada espumosa y helada como mano de muerto. Sus pasos continuaron, pensaron en tomar el metro en la estación Auditorio para ir a un barcillo por la zona de Tacubaya, pero al estar enfrente de dicho lugar todos al unísono dijeron ¡No!, y los cuatro cruzando Reforma tomaron un buen transporte conocido por todos como “Micro” destino manifiesto Chapultepec, pues el deudor recordó que allá había un buen lugar para degustar las heladas.


Llegaron a la añeja y buena zona de Chapultepec y se encaminaron al establecimiento del recuerdo, recuerdo que ayer fue tan fresco y ahora era una realidad abandonada, el local estaba cerrado de años, y ya no había más signo de lo que un día fue, más que el de una cortina de hierro oxidada y empolvada; Los reclamos de los tres caballeros al deudor no se hicieron esperar, las incógnitas regresaron a las mentes de todos ¿A dónde ir, qué lugar cercano recibiría sus viejas almas cansadas y sedientas?, no falto el falto de fe y fuerza de voluntad que quiso renunciar a tal empresa de buscar, pero al fin pudo más la razón –de beber obviamente- que la pereza y todos siguieron el camino en absoluta y devota peregrinación por un bello establecimiento de alcohol, preguntaron aquí y allá, más allá y más acá; -“¡Dicen que cerca del metro Sevilla”, -“¿Tan lejos?”, “¡Qué va tan cerca!”. Casi a punto de desfallecer aquellos héroes del tarro vieron venir por la calle una señal esperanzadora, un aliciente, un buen vaticinio, un buen indicio, un buen… par de borrachos que venían cantando o discutiendo algo –y es que ese bello idioma del que liba solo se comprende estando en las mismas circunstancias-, uno exclamo: “¡Cerca ha de haber!”, y los demás apoyaron: “¡Allá se ven letreros que anuncian lo que se busca en estos inicios de fin de semana!”. Cruzaron todos al otra acera, en donde se divisaban dos establecimientos uno más y de buen ver en forma de meseras y otro más intimo por no decir lúgubre pero con lugar para sentarse, así que se decidieron por este último, entraron vieron la carta ofrecida por un mesero, la ignoraron y solicitaron la primera ronda de cervezas, estás llegaron muertas y de buen modo el líquido resbalo por las secas gargantas y el espíritu cansado reanimo las fuerzas, a fumar un poco –en las afueras porque adentro está prohibido- el deudor degusto el tabaco después de algunos ayeres casi años de no fumar y aunque sea mal comentarlo, el humo del recuerdo estuvo exquisito. Otra ronda más limones: -¿Qué no dan botana? Todo bien todo bonito, todos corteses, todo animado por la platica púes el lugar estaba demasiado intimo para cuatro caballeros. ¿Alguna ronda más? -pregunto el mesero; -¿Aceptan tarjeta? ¿No? ¡Púes ahí muere, amonos!; Todavía con ganas pero sin el mentado efectivo, salieron y el de al lado, sí el del ambiente más animado, contaba ya con mesas disponibles, después de preguntar si aceptaban tarjetas de crédito más bien debito y recibir respuesta afirmativa, los tres ingresaron… ¿Qué no eran tres?, así los cuatro, creó que la memoria se vuelve selectiva o comienza a fallar –y eso que a penas iban dos rondas-. Bueno, ya instalados en una mesa y atendidos por una joven mesera, las cubetas de cerveza iban y venían –Aquí si había botana-, una rocola para seleccionar temas musicales, “Frente a frente”, canción renovada por Bunbury, no tardó en ser emitida y los cuatro a cantar desafinados pero con sentimiento, otra cubeta con cervezas y otra más; -¿Quién paga?, -¡El de la tarjeta de crédito más bien débito! –Que de hecho no era el deudor- ¡Hay después me pasan lo que les toque a cada uno de la cuenta!; Un domino para jugar cortesía de la casa trajo la mesera, otra ronda, otra cubeta, las horas pasan y ni se sienten, hay que ir al baño, hay que regresar a la mesa sin perderse en el corto camino, todos ríen, ya más entrada la noche algunos se animan a bailar con la mesera que ya con la cerveza en la conciencia no se ve de “tan mal ver”. ¡Que vida y que noche y que alma y que ganas! –“Sí me pierdo tantito, será por una buena causa, la causa del sentirse vivo y así que, bien perdido me encuentre la madrugada”-. Más juego de domino, más botana, que gané la partida el que paga, que baile el que sepa, que cante el que se animé, para todo hay tiempo, para todo hay sueño, para todo hay muerte pero antes gozó; al final de hecho no tan tarde como se hubiera esperado, púes se empezó temprano, nunca falta y menos sobra la hermosa tradición de “La última y nos vamos”, el de la tarjeta paga y con el poco efectivo que había se le da su merecida propina a la mesera, el 10 % aunque sea, otro día que sea planeado se pondrá mejor la cosa. Ya afuera en las inmediaciones del metro Sevilla, un chiste más uno menos, los cuatro ingresan, pasa la tarjeta, el mismo que pago,- que no es el deudor-, pero ahora la del acceso al metro, los cuatro se despiden, se abrazan como hermanos y se encargan al amigo que según su parecer es el más tomado con el menos ebrio que vaya por el mismo rumbo, aunque a estas alturas todos están igual de borrachos, todos se encomiendan todos se despiden, dos cruzan al andén contrario, cada cuál por su lado toma “el último tren de la noche”, se pierden y se alejan, el deudor que acompaña al otro igual de ebrio que él, cae en la cuenta que se ha equivocado de andén y que ahora se aleja más de su destino, ni modo se despide del acompañante un poco preocupado, y se cambia de andén, hay que ver, ojala que todavía alcance el otro tren del transborde, y que lo poco que trae en los bolsillos todavía le alcance para pagar el transporte que lo lleve a su casa.

Así es y de hecho le sale barato veinte pesos nada más en la “combi” de madrugada, que a esas horas va con puros noctámbulos impregnados de alcohol y quién sabe que más –Hay que ver que es una muestra de civilidad extrema que en un espacio tan reducido, los borrachines se respeten y no se empiece una gresca de aquellas, por cualquier pequeño mal entendido-.

Unos de tantos ebrios empieza a cantar una de José Alfredo Jiménez –esto tampoco, nunca falta-, y después hasta una en “espaingles” de unos tales “Black eyed peas” o algo así; El transporte vomita a los noctámbulos uno aquí otro allá, todos acaban nadando en el asfalto de la noche y de la vida, tropezones y caídas, alguien de hecho grita “Jerónimo” al caer en un charco. Así el la vida, así es la noche, otro fin de semana más y mañana la tradicional cruda.