lunes, 28 de septiembre de 2009

Debe ser la noche

Debe ser la noche la que me obliga, debe ser la oscuridad penetrante, debe ser mi alma oscura, debe ser la velada y el frío, el ansía que produce lo inimaginable, aquella sensación que de niños nos hacía subir los pies a la cama, al sillón a donde fuera, al interrumpirse la corriente eléctrica y quedarse en penumbras en compañía de lo desconocido, debe ser la soledad que se experimenta en medio de la noche, la noche y su oscuridad que envuelve, que hace sentir su presencia y que nos muestra su boca de lobo antes de darnos la mordida fatal, esa oscuridad que es propicia para los amantes, para los deseos más extraños y prohibidos, la noche abrazada de su oscuridad, noches debajo de puentes, noches de tiempos lejanos inmemoriales, abrazos húmedos en noches de tormenta, besos secuestrados en la noche, canciones de cuna de nanas con caras de santas, noches viejas de dolores mezclados con ron del corazón, café para trasnocharse como búhos vigilando el tiempo, mientras los ratoncitos de los recuerdos van y vienen asaltando la despensa de la memoria, todo es diferente de noche, la vida es otra, la muerte es otra, los buenos hacen maldades, a veces los malditos demuestran un poco de buen corazón, las esposas son lujuria y deseo encarnado a veces insatisfecho pues el marido está con la amante o el amante, los esposos buenos padres de día pueden ser depredadores de lo peor cobijados por la noche, deambulan en los bares, en las avenidas donde se comercia el sexo, debe ser la noche, quizás la luna con su influencia mágica, para muchos incluso maldita, todos parecemos tener una bestia que siempre prefiere la noche para cazar, para liberarse y acechar, detrás de los espejos, detrás del humo del tabaco, detrás de unos ojos de ángel o demonio, detrás de la noche, cada noche nos devoramos poco a poco como perros, como lobos peleando por el territorio por la manada, nos desangramos, nos matamos porque debe de ser más bello morir de noche, coronados de oscuridad para unirnos a la oscuridad eterna, para muchos es la luz eterna, yo prefiero la oscuridad, me agrada en la piel y en el alma, no hay más que decir, no hay más que hacer y más ahora que el alba anuncia el fin de la noche y de la oscuridad, empieza el día y yo vuelvo a nacer para la sociedad para este mundo de locos, tengo que vivir según las reglas del día, fingir que la vida trascurre normal, ¡estoy vivo porque es de día¡, pero quisiera seguir muerto rodeado de oscuridad y de mi vieja noche.

Escribir

Si se escribe por buscar ser famoso, por querer tener dinero, por incluso tener compañía, ¡Mi amigo(a), usted se llevará sólo una gran decepción!, ¡Escriba!, pero sólo por el gusto de escribir, por terapia, por amor a sus necedades que se le ocurran, algún día quizás escriba algo bueno aunque nadie se lo reconozca ni usted mismo, ¡Escriba!, pero no lo haga por ninguna de las razones ya dichas arriba o se cansará muy rápido de escribir, se sentirá frustado(a) y acabará saltando del barco para hundirse en aguas muy profundas y oscuras, no espere más recompensa más que el hecho de dar a luz a un escrito, el cuál como un hijo nunca se niega, aunque esté feo.


*Que quede claro que en ningùn momento he dicho que yo escribo bien o "bonito"
¡Quièn estè libre de fallos en el escribir, que aviente el primer librote (El Quijote, ediciòn completa y de lujo estarìa bien) -¡Ouch!, como si hay gente libre de esos fallos, ¡esto va a doler!.
Aunque como nadie lee estè blog, ¡fiu! ya me salvè, ¡je!.

martes, 22 de septiembre de 2009

"El Club"




Aquella noche era por demás especial, al menos para aquel grupito de buenos amigos, a los cuales era muy común ver tocar en jardines públicos, calles, plazas y por la alameda central. Siempre alegres, siempre unidos. Se hacían llamar así mismos “El club de los corazones solitarios”, y montaban un espectáculo de música digno de cualquier bar de la ciudad lleno de pasiones nocturnas.


La vida de este grupito era muy extraña a juicio de los extraños y muy buena a juicio de sus integrantes. No necesitaban del mundo más que lo esencial y su libertad de hacer e ir a donde quisieran disfrutando su juventud, sin añorar a la familia perdida o incluso el nunca haberla conocido, realmente sólo era vivir día con día al máximo y sin más preocupaciones que las que surgieran en el mismo día.


Y bien, como toda organización tenía un líder y esté grupo no era la excepción de la regla, el líder aquí no era otro que un chico de sonrisa presta en el rostro a la hora de confrontar cualquier situación, no importando lo desfavorable que está fuera. Sus amigos siempre contaban con él y él siempre con sus amigos. Él era de buena estatura, flaco, de mirada inteligente camuflajeada en el color negro de sus ojos, con el pelo enmarañado bajo una chistera negra y su fiel chaqueta de domador, con botoncitos con nombres de bandas de rock y leyendas curiosas, con sus pantalones de mezclilla y tenis blancos. El verlo vestido de tal manera era ya en sí mismo un espectáculo, siempre llevaba su vieja guitarra y su armónica. Sus amigos le llamaban Ren, y generalmente lo seguían sin contradecirlo a pesar de no ser el de mayor edad. El tipo de mayor edad en el grupo era muy amigo de Ren, respondía al apodo de “Lucky”, sin que los demás al parecer supieran su nombre verdadero.


Lucky tocaba el saxofón si bien no como un maestro, si de forma muy aceptable, siempre vestido un poco a lo “mala facha” con su pelo largo que le llegaba a los hombros, su barba que se olvidaba de rasurar hasta que su pareja le decía que ya le molestaba a la hora de besarlo, su vestimenta era de color negro y al parecer nadie del grupo y en la vida lo había observado antes con alguna otra ropa de diferente color, a veces le hacían burla diciéndole que estaba listo para el velorio o el cementerio. Él siempre contestaba sin enfado que lo segundo era cierto y nunca se vestiría con un color más “alegre” que su fiel negro, sus pantalones de mezclilla y unas viejas botas de motorista, aunque nunca se le había visto en uno de estos caballos de acero, su mirada era también de aspecto inteligente como de zorro o lobo antes de devorar a su presa, aunque su única presa era su pareja que como él, solo era conocida como “Crazy rose” y ella estaba tan unida a él que a veces los del grupo pensaban que si existía el verdadero amor.


Rose tocaba el acordeón con muy buen estilo y su presencia colorida siempre equilibraba la presencia oscura de Lucky, ella tenía unos diecinueve años, mientras Lucky le llevaba por diez, pero aunque le hubiera llevado por cuarenta años o toda una vida, Rose lo amaba como si fuera lo único en su vida y por vivir, y quizás en ese compacto grupo lo era.


Las demás almas ambulantes de aquel extraño club, si respondían a apelativos más comunes como Fernando al que todos llamaban “Fercho” de cariño, él era bueno para tocar el bajo, aunque en calle se conformaba con una vieja guitarra (había que ahorrar para comprar su instrumento), iba vestido de forma común, a la moda de cualquier joven de diecisiete años, era alegre y se juntaba mucho con Fito, quien era un año menor y tocaba unos bongós con buen “tumbao”. Siempre metiéndose en problemas como si sólo para eso fueran buenos los dos, aunque su existencia se basaba realmente en perseguir y competir por el amor de Tania a la que todos le decían “la güera”, y la güera tenía dieciocho años apenas cumplidos y se encargaba de los coros y el pandero, amigable con todos los que ella juzgaba de buena fe y un poco cansada de soportar a los mocosos Fercho y Fito como les llamaba cuando se burlaba de ellos, y les decía que se fueran a cambiar los pañales. Ellos no hacían caso de las burlas de Tania y continuaban incluso más con su fijación hacia ella.


Por último estaba Mauro de diecinueve con cara de pocos amigos y muy reservado para todo, tenía poco de haberse unido al club y como no sabía nada de tocar instrumento alguno. Ayudaba pasando el sombrero para juntar lo que les cooperará el distinguido público en la calle, después de cada interpretación. Esto no le agradaba del todo y se prometió así mismo, aunque tuviera que pagar con su sangre, el aprender a tocar algún instrumento.


Afortunadamente no fue necesaria la cuota sangrienta y Mauro sólo tuvo que poner una parte de lo que se ganaba en esa banda callejera para inscribirse a una pasable escuela de música en donde se inició en las clases de trompeta con entusiasmo.


Todos los integrantes de aquel club de los corazones solitarios se consideraban artistas y el no sería la excepción. Cabe mencionar que a pesar de que estos singulares personajes se consideraban cien por ciento callejeros no se cobijaban bajo las pocas estrellas que la contaminación dejaba apreciar todavía, al contrario, ya qué eran buenos en su arte recibían mejores propinas y se procuraban tener rentado siempre un techo aceptable para pasar las noches lluviosas y frías. Noches muy malas para su espectáculo pero buenas para el amor. Al menos esto último lo experimentaban en la piel y en todos sus sentidos Rose y Lucky quiénes siempre se procuraban un cuarto privado, aparte, sabihondos de no poder aguantar sus fuegos internos que los devoraban de forma seguida e imposible. Aquellos dos representaban lo erótico en el grupo. Los demás todavía no se inmiscuían en los placeres de la carne. Fercho y Fito obviamente fantaseaban fajar con una indiferente Tania y ella, quizás alguna vez había tenido cierta fijación con Ren pero después se había acostumbrado sólo a su amistad y Mauro se sumergía tanto en sus pensamientos que era imposible sentir alguna empatía con él.


Al final todos esperaban quizás algún amor o fantasma carnal ajeno al grupo que satisficiera sus deseos y llenará los envases que creían tener en el fondo del corazón, debido a esto, es que el nombre de su grupo callejero les quedaba también y les gustaba tanto: “El club de los corazones solitarios”.


El de la idea del nombre había sido Lucky ya que sentía aprecio desde niño por The Beatles, los demás quizás no tanto por su juventud, pero el sentimiento que producía lo “solitario” les amoldaba perfecto a sus vidas.


Aquella noche del mes patrio del año dos mil seis, el club estaba presto a deleitar al público con tonadas de covers al puro “estilo ranchero”, aunque a veces soltaban una que otra balada de rock que de repente mezclaba con las letras de canciones más tradicionales con lo cual no quebraban el espíritu de la fiesta.


Ren de hecho se había agenciado un sombrero de charro, a Fercho y a Fito les había resultado divertido vestirse con unos pantalones de charro y botas, Tania llevaba su pelo agarrado por dos trenzas, y su vestimenta si bien moderna llevaba motivos tricolores. Lucky no abandono su vestimentas oscuras y Crazy Rose llevaba una falda de noche mexicana que remató con unos tenis rosas. Todo iba bien, eligieron tocar otra vez en la alameda central, y a pesar de que la celebración principal se llevaba a cabo en el Zócalo de la ciudad, en aquel lugar no les falto público y al público no le falto espectáculo. Toda la ciudad era una fiesta, las monedas abundaban y Tania recogiéndolas le pregunto a Ren:


— ¿Sabes dónde se encuentra nuestra más reciente estrella?— refiriéndose a un faltante Mauro.


—No lo sé güera, creo que nuestro más fiel representante de lo “solitario” iba a ir a una clase especial de música— respondió Ren sin perder el ritmo y mucho menos el carisma.






— ¿Clase especial de música, en día festivo? A mí me parece que solo evade su responsabilidad de recoger lo que nos da nuestro amado público.






—No se puede evadir a la vida ni las penas, me temo que nuestro amigo no se escapa de lo primero y no puede con lo segundo— contestó Ren, mientras acababan su interpretación.






— ¡Es un pinche huevón!— soltó un burlón Lucky, quién sonreía con un poco de su malicia de lobo.






—No digas eso amor, recuerda que tú escapas de vez en cuándo de algunos recuerdos que te atormentan— le dijo Rose para despejar las penumbras del pensamiento de Lucky.






— ¡Quizás me atormenten! Pero no me impiden ganarme la vida ni amarte a ti, En cambio ese puto sólo es un tipo llorón.


— ¡Cálmate Lucky! ¡Somos una familia, la única que tenemos, recuerda eso! Aun él, con su forma de ser es ya parte de nuestra familia—, le dijo Ren con su sonrisa de siempre, ésa que calmaba hasta al diablo.






Fercho que en ocasiones le había tocado partir el pan con Mauro, apoyo lo dicho por Ren, y Tania por primera vez lo apoyo, lo cual hizo que un celoso Fito se apresurará a apoyar también aquellas razones a favor de un Mauro que ni le “iba ni le venía” y al final ni se aparecía.


Lucky al último solo sonrió y expreso una disculpa por comportarse de esa forma tan maldita y sugirió seguir con la música pues el público se estaba retirando a ver a unos mimos y eso sí sería algo “terrible”.


Todos tomaron sus posiciones listos a sangrarle música a sus instrumentos, cuando la voz de Rose les advirtió de un ensangrentado Mauro quién a duras penas llegaba al lugar, acompañado de una muchachita de unos diecisiete años de cuerpo bello, pelo negro reluciente, ojos azules y una mirada de asustada que expresaba un temor hondo y profundo como abismo infernal.


Todos los buenos amigos del club se prestaron a la ayuda de la pareja de recién llegados, Fercho y Fito trataban de cargar a Mauro mientras le hacían mil preguntas, Ren y Lucky los quitaron y simplemente se dedicaron a llevarlo a una banca cercana. Por su parte Rose y Tania trataban de calmar a la chica que no salía de su cara de temor, la llevaron hasta la banca junto a Mauro y le preguntaron su nombre, la chica estaba ida y no respondió ni hizo seña alguna de querer hacerlo.


— ¡Se llama Denya! Sabe tocar violín... de la escuela a la que voy... ahora ya es parte del club...— un agotado Mauro les susurro antes de sumergirse en unas tinieblas que no le reconfortarían.






Noches después Mauro despertó, de inmediato quiso saber de la chica. Ren le informo que estaba más repuesta e incluso hablaba ya con Rose y Tania y un poco con los hombres del grupo. A veces se le veía triste pero al parecer se estaba recuperando. Ren quiso saber lo que había pasado esa noche pero no obtuvo gran respuesta de Mauro, solo le contesto algo ambiguo:


—Esa noche ella perdió una parte de su corazón, para su familia está muerta, ella está sola, ya es parte de nosotros, de mí, no necesitas saber más.






Ren dejo descansar a Mauro y Mauro soñó con Denya, algo le decía que ya no se sentiría solo, ya no sería una alma sola entre tanta gente.






Los días pasaron como gacelas y efectivamente Denya se repuso poco a poco, el hecho de saber tocar el violín ayudo en demasía a que ella se integrara al club, aportando mucho con su manera de acariciar tan bello instrumento, ya conversaba con los demás e incluso se le veía reír, las nubes de tristeza de su alma se disipaban como malos sueños, el cuento de la vida se narraba bien para ella...


¿Y para mauro? Para Mauro seguía igual, si bien Denya le hablaba, no era más que en forma amistosa como un amigo pero ni siquiera cercano. Mauro estaba deprimido aunque no permitía nunca que Denya lo llegara a vislumbrar en ese estado, para ella siempre estaba perfecto, pero para su soledad siempre se encontraba tan humano y tan cansado. En las noches de lluvia cuando no salía la banda a tocar, se acurrucaba como un niñito cerca de una ventana y observaba por horas y horas.






Fue en una de esas tantas noches, cuando estando contemplando por la ventana cómo los automóviles “navegaban” en las calles donde se desataba el diluvio, qué se le acerco Lucky, fumando ya su treceavo cigarrillo en el día, (pocos para él de hecho) y sonriendo como el lobo que era le pregunto a Mauro:






— ¿Solo todavía a pesar de la amiga?


— ¿Te importa?— contestó de forma seca Mauro.


—Ella realmente acabó siendo una excelente miembro de este club, es tan solitaria a su manera, tan solitaria como debe estar el mismo cielo o el paraíso, como le gustes llamar, con tanto pecador acá abajo es imposible que se encuentre alguien allá arriba, el lugar debe de estar abandonado. ¿Y ella? así está ella, tan abandonada y sola como nosotros, nunca hubiera sido una buena compañía para ti, un enfermo no puede sanar a otro enfermo.


— ¡Gracias por el comentario! ¿Te molesta si sigo observando como nadan los carros?— dijo un naufragado Mauro.






— ¡No para nada! Te dejo, ella es un buen “corazón solitario”, digna representante del nombre, al igual que tú, todos los somos, por eso estamos aquí en este circo musical.


— ¡Tú por lo menos tienes a Rose!


—Nadie tiene a nadie en esta vida, ni siquiera el buen Dios, si “nos tuviera nos haría ser mejores personas”, si ya sé, que el ser mejor es cuestión de cada uno, pero hay veces que parece que ni esa elección tenemos, por eso hay tantos infelices por ahí. Pero bueno me retiro… ¡Que tengas una buena noche!— dijo Lucky mientras apagaba la colilla de cigarro y se retiraba.






Mauro regreso a su vigilancia de ver nadar a los coches entre mares de lluvia de nubes envueltas con una oscuridad terrible, una oscuridad tan cruel casi como la de su corazón.


Suspirando por amores solitarios, dignos de clubes, solitarios como los locos y los desamparados. Quizás al final, sonrió por unos segundos, por fin en ese estado, en ésa miseria de alma oscura y profunda, él había conseguido por fin una digna membresía en aquel club de los corazones solitarios.






22/09/09 ®

sábado, 19 de septiembre de 2009

Submarino


Aparté mis manos por un momento, las sentí pesadas, muy pesadas, mi visión se tardo en regalarme la forma de lo que estaba enfrente de mí, del panorama real de aquel transporte, un transporte que avanzaba tan lento en medio de aquel gran río de automóviles, que más que río era estanque, un estanque de agua sucia, turbia de tanta contaminación.

La lluvia trataba de renovar todo, inútilmente, pues todo está ya tan podrido que la misma lluvia al ver, quizás sus esfuerzos vanos, en vez de llegar como un ángel para ampararnos, arribaba como la hoz vengadora de algún verdugo y nos acababa fustigando con todo su poder en la forma de tempestades que envidiarían nuestros pozos ahogados de sequedad, mientras la lluvia nos regaña por nuestra necedad y terquedad, terquedad que nos arrastra al olvido.



Así se dio aquel congelamiento de vida, más no de tiempo, ya que el tiempo avanzaba, la lluvia se lo llevaba segundo a segundo, minuto a minuto, hora tras hora. ¿Y nosotros? De nosotros la lluvia ni se apiadaba, ni se fijaba, no le importaba, no nos llevaría ¡Para nada! Sòlo se llevaba mi descanso, mis ganas de llegar y mi voluntad por aguantar, la observé caer sin pausas mientras limpiaba un poco lo empañado del vidrio de aquel transporte viudo de una esposa llamada velocidad, limpiaba y observé cómo caía aquella lluvia que trataba inútilmente de lavar está ciudad, se desbordaba haciendo su mejor esfuerzo y su mejor esfuerzo no servía, sòlo empapaba, sòlo cerraba vialidades y atrasaba a la gente.

Quizás solo trataba de limpiarnos de pecados, pero éstos son cómo tatuajes en el alma, era por demás inútil tan noble esfuerzo. La lluvia de todos modos seguía su agenda y la agenda marcaba una cita con la desesperación de aquellos que sòlo ansiaban materializar la palabra casa, pero padre tiempo y madre lluvia decían; ¡No! Y el “No” era rotundo sin forma de apelar, estaba echada nuestra suerte y marcaba esperar bajo aquella lluvia.

¡La lluvia es hermosa! Pero cuando se aprecia en el lugar y el momento adecuado y en este momento sòlo nos está helando el alma.

La lluvia había logrado traspasar poco a poco al interior de aquel viejo baúl con llantas y nos acariciaba y nos contaba sus sueños, obviamente húmedos.



— ¡Esta bien! —le dije en mi pensamiento —Sòlo hay una forma de sobrevivir a está muerte lenta y húmeda y es solicitando posada a Morfeo y escapando a su palacio para beber del néctar de las flores del jardín durmiente y por eso me acurruque en el incomodo asiento y dormite lo mejor que pude.



El ruido producido por una gotera que insistentemente besaba al metal del pasamanos, fue lo que me saco de aquel sueño en el que acompañaba al mítico capitán Ahab en su búsqueda por darle fin a Moby Dick, el cuál extrañamente, según unos esquimales que vendían paletas heladas en un crucero, lo habían avistado al atardecer merodeando por el lago de Chapultepec.

Pero aquella gotera maldita había hecho naufragar aquella aventura marítima, ganándole tiempo al cachalote blanco; provocando que abriera mis enrojecidos ojos de forma pausada, sin enfocar, sin que está vez la forma de los objetos y personas alrededor mío se me revelara de inmediato y el ambiente era totalmente húmedo salado y las formas borrosas que apenas empezaba a reconocer parecían estar envueltas de un color verde.

Poco tiempo paso cuando por fin aprecie que mi transporte seguía estático, pero ahora las personas eran menos y de hecho la mayoría parecía dormitar mientras aquel color verde los iba cubriendo, poco a poco tanto a ellos como a las ventanas y el interior de aquel camión, eran algas de un color verde, brillante por momentos, a veces irradiaban como cristales con sus brillos verdes relucientes, mientras el agua goteaba por doquier e iba abarcando todo espacio disponible, era todo tan extraño, y empecé a desear estar todavía con Morfeo o con el capitàn Ahab, pero era imposible, estaba tan sumergido en la angustia como en el agua ¡Estuve a punto de gritar!

Y fue ahí cuando tù subiste al transporte de Neptuno y pagaste tu pasaje con conchitas incrustadas con brillantitos de mil colores, perlas y caballitos de mar, te desplazabas de forma fantasmal pues flotabas con gracia en aquellas aguas que ya habían llenado todo lo que había que llenar, tu mirada navego hasta la mía, en un breve momento, y sentí mi que mi ser era jalado al abismo por un invencible Maelstrón ante el cuál era inútil luchar.

Tu mirada siguió su curso buscando un asiento de coral donde seguro peinarías tus cabellos tan líquidos que juraría eran parte de la misma agua, los distinguía de hecho de la demás agua solo por su color y su ondulación de un lado a otro al desplazarte y tu piel era igual, todo en ti era agua, agua de colores que se desplazaba en agua, tu formas esbeltas, exquisitas, todas líquidas pero definiendo totalmente tu figura, por un momento al regresar mi mirada a tu cara me pareció observar que un pescado rosáceo y carnoso formaba tu boca, te vi recorrer todos los asientos y susurrarles al oído algo que me pareció una cancioncilla a los demás pasajeros y debo admitir que sentí un poco de celos, pero después al voltearte hacía donde estaba yo, se disiparon pues sabía que seguía mi turno.



Me observaste con una mirada de lo más tierna, tocaste mi rostro con tus liquidas manos (aunque tocar sea un término extraño al referirse a lo liquido), después tu sonrisa me sedujo y tus labios de sòlo mirarlos me produjeron sed a pesar de estar ya cubierto por el agua.

Al final por fin acercaste esos labios a la altura de uno de mis oídos y por fin te comunicaste con una hermosa voz que incluso tenía un tono liquido, fue una pregunta la que hiciste, y yo enajenado como estaba por tanta belleza liquida conteste con un: —¡Sí! —el cuál se llevo mi último aliento mientras tu tocabas un timbrecillo de coral y se abría la portezuela del camión, para qué de la misma forma desplazándote con gracia salieras del transporte, aquel transporte que quizás nunca debí haber tomado, el cual nunca debió de haber ingresado a aquel túnel en el momento que una parte del concreto en un distribuidor de agua cercano reventó, inundando de forma rápida y terrible aquel túnel, ahora me doy cuenta que quizás yo nunca desperté de aquel sueño...



¡Y bueno! ¿Qué cuál fue la pregunta que me hizo aquella hermosura liquida? Bueno fue de hecho simple y fácil de contestar, me pregunto que si aceptaba quedarme por siempre con ella, a su lado en aquel lugar tan liquido, en ese ambiente de un mar tan extraño dentro de una ciudad tan ajena al mar, y la verdad, siendo ella tan hermosa ¿Cómo diablos iba a decir que no?


19/09/09 ® Salvador Méndez Z




domingo, 13 de septiembre de 2009

Rezos



REZOS

Augusto se peinó de la mejor manera posible, esas entradas y esos años no le apetecían para su estilo, pero ni modo, ya alistado para la jornada sólo le restaba en aquella casa el despedirse de su esposa que continuaba dormida. 

Y es que después de la discusión de la noche anterior que al final había acabado en una tenue calma y un beso un poco flojo de reconciliación, sólo había pegado el ojo algunas horas pues tenía preocupación por el dinero que estaba seguro todavía tenía derecho a solicitar de su crédito. Sabía que ya no era mucho, pues los retrasos de pago en varias ocasiones ya no lo posicionaban en la categoría de “buen cliente”, pero tenía la seguridad de que después de dos quincenas de no estar atrasado podría retirar algo de lo ya juntado por sus mismas aportaciones, había tanta necesidad, necesitaba tanto para ella y a pesar de los problemas y de la discusión de la noche anterior, antes de apagar la luz le había susurrado, rogado a su esposa « ¡Por favor, Carmela! ¡Rézale a tus santitos, a tu virgen, a Dios, a quién le tengas fe, para que si me autoricen ese dinerito, que te libren de todo mal…! ¡Yo rezaría... pero ya sabes como soy, como he sido, nunca me harían caso, pero tú... tú eres un ángel y llevas un angelito en tu pancita! ¡Yo sé, que si tú rezas, es más fácil que Dios y los demás te escuchen!».

Ella se le quedo mirando con sus ojitos rojos, después de tanto llorar, y sin más decir solo asintió con la cabeza, se persigno y se acostó de la manera que le resultaba con más alivio para su pancita.
Él sonrío al verla acomodarse con un poco de trabajo, después pensó en persignarse, pero acabo por desistir, eso no era lo suyo, a ella en cambio era seguro que la escucharían, ella era un ángel y llevaba otro angelito adentro.
Ahora ya de mañana con un poco de frío calándole en el pellejo y algo ya apresurado para retirarse, posó su mano suavemente sobre el vientre de su esposa y sin despertarla le dijo adiós, sin olvidar también susurrarle en la oreja para recordarle lo del rezo.
Después, escaleras abajo, le quito el seguro a la puerta y se escapó dispuesto a jugarse el “buen estado” de su traje de siempre con la lluviecita que no dejaba de darles de beber a las viejas calles de la ciudad, las mismas calles de siempre que parecían ya cansadas de tanto tomar de lo mismo, pues empezaban a vomitar el agua de lluvia mezclada con agua negra de caño por la mayoría de las alcantarillas. 

«¡Claro!» —pensó Augusto. «Por eso yo prefiero el buen vino, estás calles de mi infancia, son igualitas a mí, aunque a veces prefieren beber la sangre que dejamos tras sufrir penas de muerte, han de preferir eso a tomar esta pinche agüita de lluvia»
—¡Puta madre! —exclamó en voz alta. —¡Ahora ya me aviento unas pinchés frasecitas que ni ...!

Dejando atrás su filosofía matutina y apresurando el paso, Augusto se encamino a la sucursal más cercana a una media hora a pie, quizás diez minutos más si se entretenía platicando con un amigo o con la de la panadería, pero la distancia era lo de menos, además faltaban dos horas para que abrieran.
Él pudo haber salido más tarde, pero la necesidad y el hecho de hacerle creer a su esposa que no faltaría al trabajo por ir a pedir el dinero, sino más bien hacerle creer que pediría permiso ya en el trabajo para ir al banco, le hacían tener que salir a la hora de siempre.
Estaba tan seguro que si le darían el dinero, que una faltita no le daría mucho problema, aparte de que se repetía constantemente en su pensamiento y a veces en voz alta, la frase que ya parecía un mantra, aquellas frases que simplemente decía para sí, una y otra vez: “Carmela debe de rezar a ella si la escuchaban, es un ángel y lleva un angelito dentro ¡La deben de escuchar! Ella siempre pide que la alejen de todo mal, a ella y a su bebé, si ella reza si va a pasar, ella era la que podía solicitar los milagros”.

Augusto estuvo dando vueltas por el centro comercial, mientras abrían la sucursal, observando todo lo que deseaba y que irremediablemente no podía comprar, ver todo eso sólo le producía más nervios y ansiedad por ya realizar su trámite y obtener su dinerito.
Esperar y esperar sólo le produjeron algo de hambre y sed, era todavía muy temprano para que abrieran del todo los establecimientos de comida de aquel centro, así que no le quedo de otra más que degustar 8 pesos de jamón que hecho en un bolillo que consiguió con la de la panadería y al final pasarse el bocado con un poco de atole, que le vendió una tamalera a la que no le dejaban por quién sabe que razones todavía su bote con sus respectivos tamales.

Mientras masticaba, sólo pensaba y de vez en cuando resoplaba algunas frases de lo mismo: “A Carmela la deben de escuchar, ella es un ángel y lleva un angelito dentro, siempre pide que la libren de todo mal, así que un dinerito no es nada”.

Eran la nueve de la mañana, Augusto fue el primero en ingresar al templo del dinero, listo para rezarle a la señorita de la ventanilla, todo lo posible para que no se demorará con su crédito. Aquella señorita de cuarenta y cinco años, lo atendió un poco molesta, pues tan impulsivo sujeto la había privado de embellecer el rostro con maquillaje para tratar de borrar el rastro de la edad que en su rostro le dejaba precisamente mal rastro.
En fin que después de muy mala gana revisar su historial, su deuda y su saldo a favor, le hizo la observación de que en su último pago, le habían faltado tres pesos y por lo tanto eso le genero un atraso más y mientras ese atraso existiera no era posible que retirara nada.
Al buen Augusto le pareció terrible que por tres pesos no pudiera acceder a su preciado dinero y así se lo hizo saber a la señorita, quién observándose en un espejuelo mientras se maquillaba, solo atino a contestar con un seco “ventanilla uno”.
En la mencionada ventanilla uno, ya había otros desalmados desacreditados, que hicieron que Augusto se tuviera que aguantar hasta que ellos arreglaran sus problemas para que él pudiera arreglar el suyo. Otra señorita de otros cuarenta y algo, mando al pobre Augusto, de la ventanilla uno a la salita de espera para que hablara con la gerente de su problema, la gerente después de escucharlo con la paciencia de un caracol y de reaccionar con la misma velocidad para ayudarle, lo mando de regreso a la ventanilla uno, de ventanilla uno lo mandaron a la fila de la ventanilla donde originalmente se había formado y después de quince sujetos y de repetirse por millonésima vez a él mismo que si Carmela estaba rezando, como él le dijo, está vez era seguro lo del dinerito, pues ella era un ángel y llevaba un angelito dentro y ella siempre rezaba para que la alejarán de todo mal, así que esta vez lo obtendría con seguridad.

Serían las once y media de la mañana y Augusto tenía por fin su dinero, el cual de hecho era más de lo que esperaba, estaba más que feliz y si no estuviera rodeado de gente de seguro se habría dejado llevar por la emoción y habría salido cantando y saltando. Ya afuera se sintió un poco inquieto, de repente se creyó entre lobos, lobos dispuestos a darle una dentellada para arrebatarle su dinero, salir del banco con la sonrisa que produce traer dinero, en una ciudad como aquella, era similar a cortarse las venas y arrojarse por la borda a un mar infestado de tiburones. «Ni modo» —pensó—. «Tendré que aplicar el plan de hacerme pendejo en el centro comercial y salir mucho después». Estaba seguro de que nada le podía pasar, ya tenía el dinero, que era lo más difícil de todo el asunto, todo gracias muy probablemente a los rezos de su mujer y era muy posible que esos mismos rezos le estaban protegiendo para llegar con bien a casa, después de todo quién había rezado era un ángel y llevaba adentro un angelito.

Después de darle vueltas al centro comercial observando con cuidado de que nadie lo miraba a él, decidió que ya era hora de retirarse del lugar no sin antes comprarse una botella de tequila para celebrar, tomo un taxi de los que tenían su base en el estacionamiento de la misma plaza comercial y ordenándole como un gran señor al chofer, señalo hacia el sur diciendo un: —¡A casa!—.
El conductor obedeció, pensando en lo mamón que se portaban algunos pasajeros tan temprano. Instantes después tras recibir más indicaciones de parte de su pasajero, logró arribar hasta la residencia, adornada al puro estilo casucha pobre, enfrente de la cual Augusto bajo del vehículo mientras le extendía un billete de gran numeración al taxista para pagarle el servicio, aprovechando para lucirse un poco con semejante billete, billete que el chofer rechazo exigiendo cambio, cambio que aflojo Augusto, quejándose entre dientes de los chóferes que nunca traen cambio de billetes dignos de personajes como él.
Ya en su casa le expresó y compartió con su mujer su buena suerte, después claro de explicarle su razón de estar ahí tan temprano y es que en el trabajo le habían dejado retirarse después del permiso para acudir al banco, porque posiblemente, “lo habían notado demasiado excitado con las buenas noticias y de seguro pensaron por seguridad dejarlo mejor ir”.
Su esposa acostumbrada, a la mala, a sus mentiras, sólo asintió de nuevo resignada, él después de darle la mayoría de su dinero, le comento que aprovecharía el día libre para visitar viejos conocidos, conocidos que de seguro estarían en algún billar de la zona, dejó por ultimo su botella de tequila en el barcito que había hecho con madera que sobro cuando desarmo un viejo librero y salió silbando con un aire de satisfacción.

Con sus viejos camaradas empezó por celebrar tomando cerveza, después se siguió con tequila, tequila al que siempre maldecía por rasparle de tan fea forma en los primeros tragos mientras le bajaba el licor por el buche, para después de algunos vasos más empezar a sentir que sólo era agua y beberlo sin problema.

Para las cinco y media de la tarde se encontraba de nuevo en su morada, sin recordar exactamente cómo diablos había llegado, se sentó en el sillón tratando de no hacer mucho ruido, ruido que de todos modos hizo, de tal manera que quizás hubiera levantado a los muertos de haberlo hecho en camposanto.
Se carcajeo de forma estúpida y se quedó dormido, soñando con los santitos de su mujer, sus vírgenes, ángeles y demás cortes celestiales, mientras entre sueño se decía “Debe de ser por los rezos de mi mujer, pues ella es un ángel y lleva dentro un angelito, así que ¿por qué no le habrían de hacer caso a ella tan excelentísimas presencias y visitarnos aquí en nuestra morada para bendecirnos”. Era un bello sueño y quedo sumergido en el hasta la una y media de la madrugada, cuando la necesidad de hacer una necesidad fisiológica le obligo a pararse, tropezando con las cosas ya que la casa estaba totalmente envuelta en tinieblas.
Después de darle alivio a su vejiga en el baño, prendió una débil luz de pasillo y decidió darle una vuelta a su mujer a los aposentos, aposentos que encontró vacíos, extrañado, busco en otros cuartos de la casa sin encontrar a su esposa, ni rastro de ella, regreso a la alcoba y en el lugar donde le había dejado el dinero encontró la nota, húmeda todavía por llanto cansado de haber llorado tantas veces, nota con palabras llenas de reproche, fastidio y firmada con promesas de no volver jamás.
Carmela había partido sin rumbo fijo, pues él nunca se interesó demasiado en la familia de ella y la mayoría de los lugares y direcciones de los familiares de su mujer le eran totalmente desconocidos.
Quizás se había ido a su pueblo, quizás se había ido con otro. 

Augusto apago la luz de aquella habitación y de las otras dejando sólo la débil luz del pasillo, tomó la botella dejada en la mañana en el pseudo bar y se dejó caer recargándose en un rincón oscuro, el piso frío le recordó lo humano que al fin y al cabo era, tomo un trago de la botella de tequila, tequila que volvió a rasparle el buche, mientras Augusto pensaba que habían sido los rezos de su esposa los que los habían llevado hasta a ese final ¿Pues qué no acaso, ella, siempre rezaba para que la alejaran de todo mal? ¿Y acaso, no era él mismo en sí, un mal para ella? ¿Acaso no era ella un ángel con un angelito dentro de ella? ¿Por qué no habrían de hacerle caso y alejarla de él? Él que tantas veces la había ofendido e insultado hasta hacerla llorar.

Resignado pensaba eso, mientras deslizaba otro trago de tequila que está vez ya no raspo tanto, resignado pensaba en los rezos efectivos de su mujer, con la vista clavada en el umbral de la habitación de la que nunca más volvería a ver salir a su esposa, pensando en un hijo o hija al que nunca conocería, porque no pensaba buscarlos, ellos se habían ido, alejados gracias a las peticiones y rezos de su esposa, pues ella era un ángel con un angelito dentro ¿Y cómo no habrían de escuchar sus ruegos?

México 13/09/09 ® Salvador Méndez Z El Bohemio


domingo, 6 de septiembre de 2009

Espacios



ESPACIOS

Ayer respire de ti, en el mismo espacio de tiempo que compartimos y besé el espacio anhelado de tus labios sin maquillaje pero sabrosos, muy sabrosos, experimenté el espacio de tu piel que acaricie, mientras masajeaba tu espalda, mientras acometía contra el nacimiento de la misma, frotándola de manera suave, mientras descansabas, mientras en ese espacio de calma, tú cerrabas tus ojos y abrías la mirada al gocé que producía el dejarse llevar a mi espacio, mi espacio que te aguarda en mi cuerpo, en mi pensamientos ¡Siempre!

A pesar de los turbios momentos en los espacios fracturados de mi mente y de mi alma, aquella que está tan cansada de venderle espacio al diablo y de no enfrentar el abismo de terrible oscuridad que me atrae a un abrazo de muerte cuando tú no rondas cerca de mi espacio.

Cuando tu espacio me es tan ajeno como el mismo cielo, del universo, del al fin al cabo regresando a lo mismo, frío espacio, con sus luces de estrellas, estrellas ya muertas, un pasado lejano en nuestro presente de ensueño.

Mi espacio en el centro de los que muchos llaman corazón, el espacio del cuál engendrarían mis sentimientos, ese espacio tan hueco lo lleno con tu cuerpo, con lo que tu llamas amor, ese con el cuál te fortaleces contra la mayoría de los males de este mundo, contra casi todos, menos contra aquellos miedos que roban espacio en tu imaginación, los viejos miedos que te producen los leones o las panteras, los grandes gatos más si son de color blanco y pálido cómo la luz de la luna que ilumina los patios de viejas casas del viejo barrio. Aunque esos miedos en tu vida te han hecho algún daño, aunque en la realidad nunca los hayas ido a ver en cautiverio, nunca en esos reducidos espacios de los zoológicos, nunca en los de los circos, nunca han intimado contigo, más que en tus pesadillas ¿pero qué me dices de mí? ¿Acaso tu amor te ha protegido del espacio que entre los dos producen mis terquedades, mis rarezas, mi obstinación por encontrar mi propio espacio en este mundo? Cuando tú misma me has aconsejado que el único espacio importante, “el que vale”, es el que compartimos todos los días, todas las noches.

Noches en las que sueño con espacios vacíos, con una nada absoluta, no hay sueños, solo un espacio a veces de infinita blancura o de una oscuridad como debe de ser el de la muerte. La muerte, ahí donde el espacio es igual para todos ya sea en ataúd, urna, río o cualquier espacio a donde nuestros huesos vayan a parar ¿Qué importancia tiene si es chico o grande, rodeado de ofrendas o en el franco olvido, lujoso o pobre? ¡Ya muertos el espacio es lo de menos!

¡No, no te preocupes! el espacio que ocupo a tu lado, no lo podría abandonar, no por mi propia mano ¿Cómo dejarte sola en este espacio en esté mundo cada vez más desalmado?

¡No, tampoco puedo protegerte, contra todo y contra todos! Eso es una mentirita blanca de las que se dicen los enamorados, lo único que puedo hacer, es tratar de acompañarte en esos espacios llenos de dolor y sufrimiento que a todos en determinado momento les aguardan como bandidos tras la esquina, pero no puedo protegerte realmente, no puedo cubrir tu espacio ni siquiera para defenderte de un microbio, de una bacteria, de un virus. Como cuando la enfermedad encaró a este ya demacrado país, mientras todo poco a poco se desmoronaba en el mundo. Sabes que me informe, que me preparé con recomendaciones, trate de mantener un espacio seguro, pero realmente no hay seguridad que valga contra los infortunios que asolan y asolan un futuro lleno de presagios envueltos de tinieblas, para un mundo cansado y triste por sufrir un cáncer que se multiplica sin parar y sin cura del cual todos formamos parte irremediablemente.

Me gustaría envolverte a ti y a los que amamos, envolverlos dentro del espacio que es mi cuerpo, formar un ámbar protector en torno al espacio de ustedes, en torno a ti y no dejarlos ir jamás. Pero no puedo ¡nadie puede! A menos que sea con fe, de la cual siempre he carecido.

No quiero dejar mi espacio vacío antes que tú, pero no soportaría el ver tú espacio vació antes de tiempo.

Estoy vacío, con un espacio, un hueco en el alma, la cual no tengo, con un corazón que debería de engendrar bellos sentimientos, con un amor que no ama más que al olvido, trato de ser lo mejor para ti y por eso lleno ese espacio dentro de mí, ese espacio vacío con todo tu ser para inútilmente protegerte, mí espacio que es tuyo, mí espacio que te aguarda en mi cuerpo ¡Siempre te lo juro siempre!



06/09/09 ® Salvador Méndez Z









martes, 1 de septiembre de 2009

Prèstamo



Después de dormitar un poco, por fin logra quitarse la modorra y las ganas de seguir en el país de Morfeo.

Ya tiene que salir aunque todavía es muy temprano, pero para ir a su destino no le queda otra. Antes pasa al baño, después ya un poco acicalado se despide de sus compañeros a los que realmente se la pasa subestimando todo el tiempo, les comenta que tiene que ir a la empresa (a la central) — ¿Tiempo extra? —le preguntan. — ¡No! —Contesta un poco apenado—. Es más bien un adelanto, un préstamo para sobrevivir lo que resta a la quincena.

— ¡Ah! —exclaman todos—. La chica encargada de eso llega a las nueve o diez de la mañana y apenas son las siete y fracción.

— ¡Sí, lo sé! —contesta resignado, sabe que tiene que hacer tiempo en el camino, ir lento, «ni modo» piensa.

Sale por elevadores, llega al piso 0, se despide de los porteros, les desea un buen día y ellos contestan al unísono: — ¡Qué descanse!



“Descansar”, eso es lo él que desea, irse a casa a descansar, pero es imposible tiene que ir por el susodicho préstamo a la mentada empresa, se maldice a sí mismo por gastar de más a principios de quincena, afuera el pavimento está húmedo después de la fuerte lluvia que en la noche renovó un poco a la cansada ciudad. Y ahora el cielo se observa nublado con la firme promesa de repetir el baño a las calles en el trascurso del día.

La fría brisa le hace maldecirse de nuevo por olvidar el paraguas que de todos modos de haberlo traído no le hubiera servido de algo. Suspira asiéndose fuertemente de la resignación para vencer las ganas de cruzar la avenida en la dirección opuesta rumbo a casa, por fin se deja llevar por sus pasos en dirección al tren subterráneo, camina por la avenida principal, lento, muy lento, admirando los árboles, «esté caminito es lo único bueno últimamente del recorrido al trabajo» se dice a sí mismo en sus pensamientos.

Para las siete con cuarenta de la mañana llega al subterráneo, se toma su tiempo observando una exposición de algún cantautor, del que no se sabe ninguna canción, pero el fin es “hacer tiempo”, aunque sea deshaciéndolo de esta forma. Por fin se decide y aborda el tren urbano, transborda en la estación de siempre que le lleva a la otra de siempre que por fin después de otro transborde le hará llegar a la línea que le dejará en la empresa, apenas son la ocho y media.

Al cuarto para las nueve está a punto de arribar a la estación cercana de la susodicha empresa, «es demasiado temprano» piensa. A pesar de irse lo más lento que pudo, a pesar de ponerse a leer un libro entre transborde y transborde, dejando pasar los trenes, de poco ha servido.

Podría ingresar a la empresa ya pero realmente odia estar en lugares como aquel, le repele enormemente permanecer mucho tiempo en hospitales y en cuarteles ya sea de policía, ejercito, o lo que sea que tenga que ver con gente que se escuda tras órdenes y grados de los que esperan un “respeto” automático de sus subalternos.

Entre un hospital y un cuartel no hay a cuál irle, el primero le recuerda sòlo noches de cansancio, pena, sufrimiento, en donde el dolor físico y espiritual era el gran ganador. Prefiere no asistir a tales lugares aunque a veces sus huesos viejos le recuerdan que debería aplicarse uno que otro estudio a los que siempre rehúye como si fueran la peste. Y en cuanto a lo segundo, a los cuarteles, quizás sea por el hecho de que siempre de más joven se le dificulto seguir órdenes o reglas.

Realmente se siente incomodo al estar en lugares así, por lo tanto decide pasarse de largo e ir una estación antes de la terminal y de ahí regresarse en el tren que viene en sentido contrario. Como esa línea ofrece por tramos vista al exterior, se distrae un poco observando a las prostitutas de aquella avenida en donde hay un hotel casi en cada esquina; la mayoría de ellas todavía se ven adormecidas, resistiendo el frío. Al sol todavía no se le antoja salir para calentar sus carnes, así que algunas juguetean calentándose entre ellas a falta también de cliente; en este caso sòlo tienen al frío de cliente y este siempre ha pagado mal.

Para las nueve y diez ya está llegando por el tren contrario otra vez rumbo a la estación de su destino, por momentos se observa a sí mismo, ve su reflejo de ojos fastidiados con su misma ropa de siempre (su uniforme) que le roba su individualidad y le convierte en una especie de fotografía o fotocopia viviente, pocas veces recuerda en los últimos años haber andado con su ropa normal, de hecho se siente como si está fuera su segunda piel, pero no por lo cómoda sino por lo recurrente de traerla siempre puesta.

Por fin llega al desestimado destino, sale del trasporte y se encamina con pies pesados. Toca el timbre, por interfón, le piden que empuje la puerta; adentro se ve un pasillo estrecho y frente a una ventanilla presenta su credencial e informa el motivo de su visita, le indican que empuje la segunda puerta y pasé por fin. Adentro ve a otros vestidos como él, les da los buenos días y la mayoría soñolienta contesta “días” sin verle por ningún lado el “buenos”.

La mayoría de esa gente viene obligada a tomar su adiestramiento, uno en donde siempre les enseñan lo mismo que la mayor parte del tiempo no se ocupa.

Él piensa que son muchos y que si esos otros vienen por préstamo, al final habrá problema para alcanzar algo, afortunadamente se oye una voz procedente del segundo piso, preguntando por los que vienen a su adiestramiento, la mayoría tuerce la boca y con pesadumbre sube las escaleras, quedando abajo muy pocos en realidad.

A las nueve y media se aparece la primera asistente, una secretaria, les pregunta la razón o motivo de su presencia ese día en la empresa. Él le dice el suyo y ella contesta que la encargada de los préstamos llega a las diez. Después prosigue preguntándoles a los demás y él se consuela con ser el segundo en la lista de los que esperan a la Srta. de los préstamos, pasan los minutos, pasan los empleados, pasan los llamados mandos que realmente nunca se aparecen por su lugar donde está de servicio para mandar algo bueno, dejándoselo todo al mando del servicio que sin remordimientos prefiere mandar para nada bueno y sí para mucho malo.



Total él prefiere hacerse el distraído antes que tener que hacer el saludo correspondiente a tales sujetos, que afortunadamente lo ignoran y no notan su pelo largo relamido con gel para aparentar menos pelo.

Dan las diez, las diez y diez, las diez y cuarto, la secretaría (la de antes) le vuelve a preguntar por qué vino, para inmediatamente reconocerlo y decir: —¡Ah! ¿Pa el préstamo, verdad? Ya no tarda mi compañera.



La susodicha compañera por fin llega a la diez y veinte, sube de lo más tranquila las escaleras al segundo piso y él tiene que esperar hasta las diez y treinta y cinco que es cuándo aprovecha para preguntarle a la primera secretaría si ya se podía subir al Olimpo, perdón al segundo piso para solicitar el préstamo.

La secretaría en cuestión le pregunta vía telefónica a la otra si ya es posible, para después pedirle al primero que suba, así lo hace el susodicho, el cual no tarda en bajar, lo cual le extraña a nuestro pobre diablo. Al ver el semblante cabizbajo con que sale el primero, siente un nudo en la garganta que no se disipa hasta que le informan que puede subir. Llega al umbral de la oficinita de la encargada, la cual lo recibe como siempre, que es igual a “mal”; le informa de forma descortés (ya que al parecer la chica en cuestión creé que es ella quién presta la suma y no la empresa) que sòlo hay la mitad de lo que siempre les está permitido prestar, así que pregunta sin más con un simple: ¿Los toma o los deja?

Él sabe que aquello apenas le va a alcanzar para los pasajes, no le va a alcanzar ni para una deseada (más que a una amante) cerveza, pero no habiendo de otra los acepta, firma la forma correspondiente, da las gracias (más por educación que por realmente sentirlo) y se retira.



Nada más salir, experimenta la misma alegría de quién ha estado preso, se siente bien aspirar el fino smog de la ciudad en lugar del horrible olor del encierro, de la cárcel putrefacta del libre pensamiento. Toma de nuevo el metro, llega a la estación destino después de los insufribles transbordos.

Se apresta a esperar el camión, el cual viene atiborrado por lo que tendrá que viajar parado y aplastado.

Pasan varias avenidas, y como sujeta una bolsa llena de cachivaches con la derecha y solo tiene la izquierda para asirse del tubo superior, imita a un mal remedo de orangután.

Con el brazo ya adolorido, sabe que antes de mejorar las cosas, es probable que vayan a empeorar. Con sorpresa no es así, pues en una esquina de tantas, observa subir por la puerta de atrás, cerca de donde está él, a una hermosa creatura acompañada de su progenitora, obvio la señora no atrae para nada su atención, en cambio la hija, con un cuerpo delicado pero bien formado y una cara de ensueño, fina y sin maquillaje, le provoca un ensueño hermoso a él, quién suspira por dentro con un dejo de culpa de por medio, pues si bien la chica a observar se ve mayor de edad, es realmente joven comparada con él que está hipnotizado por la mágica joven, «Si tan sólo» piensa, y ese “si tan sólo” se queda grabado en su mente por varios instantes.

La chica tiene gracia, ríe y goza de su juventud al lado de su madre que hace discordia con la belleza de su hija. En algún momento ella voltea hacia donde está él y él se le queda viendo a los ojos ella “sonríe sin sonreír”, pues sòlo con su mirada basta para trasmitir la sonrisa que no fue, o al menos esto le parece a él. «Ni modo» piensa hay que conformarse con ver estás bellezas, que son inalcanzables a mi edad o circunstancia, «si tan sòlo fuera de dinero».



Pasan los minutos mientras el camión devora los kilómetros, mientras él sueña devorar a tan preciosa chica, pero sòlo es sueño, “la vida es sueño” decía Calderón de la Barca.

De pronto algunas cuadras más adelante el camión engulle a más pobres de los que llaman pasajeros, es inevitable el apretarse uno contra otro, ¡Y ya sea por obra de Dios o del diablo! A él le toca estar apretado espalda con espalda con ella, ¡demasiado! Con su mano derecha roza sin querer los glúteos de la chica, el intenta separarse un poco, pues lo que menos necesita es que le acusen de acosador depravado y lo bajen del camión a punta de madrazos.

Pero es inútil entre más intenta separarse, más el movimiento del camión y el apretujé hacen que su mano cerrada en torno s u bolsa de cachivaches, roce una y otra vez los glúteos del ángel, el cual se convierte en ángel del deseo.

Él trata inútilmente de cambiar la posición de su mano para alejarla de aquellas formas pero en otro movimiento brusco del camión hace que todos se aplasten más, a su vez que la chica aplastada aplasta con su cuerpo y glúteos a su mano que se tuerce experimentando dolor dejando caer la bolsa, abriendo los dedos, dedos que se meten a través del hueco de los glúteos de la chica rozando un calor hermoso a través del pantalón de mezclilla ajustado. En ese instante piensa que la chica gritará y reprochará aquel abuso ¡Y ahora sí el despido a punto de madrazos de aquel camión no se hará esperar! Pero para su sorpresa no es así, la chica voltea un poco y no dice nada, después el movimiento del camión ayuda y hace que aquellos dedos llenos de deseo rocen una y otra vez aquella parte que se siente caliente a través de la mezclilla.

El pobre sujeto creé enloquecer, nunca en su vida creyó siquiera tocar la mano de aquella chica y ahora por extraño sino estaba tocando más allá de lo que hubiera creído en toda su vida, después de varios minutos así, el camión por fin fue vomitando a los llamados pasajeros que había ingerido y la separación de aquel cuerpo se hizo inevitable.

Cuadras adelante ella y su madre descendieron y el las siguió con la mirada, ella se volteo un momento pagándole la mirada con una sonrisa y después desapareció junto con su progenitora en medio de la masa de gente que transitaba calle abajo.

Él por fin despertó del ensueño de deseo y excitación donde se había sumergido pensando que aquel sería el mejor préstamo que nunca jamás le podrían haber dado en su vida.





Salvador Méndez Z El Bohemio.

01/09/09 ® México