domingo, 27 de diciembre de 2009

Saludo delincuente

Este es un saludo delincuente que pretende robar al pasado un fragmento de recuerdo, es un poco la nostalgia de estos dìas acompañados por noches de buenos deseos y festejos que no festejo, al final no busco contestaciòn, porque serìa robar al presente lo que ha logrado el olvido, que quizàs no sea nada, porque al final se desconoce realmente a con quièn se compartiò, aunque sea unas cuantas palabras redactadas; aùn asì espero que te encuentres bien en donde quiera que estès y que sigas adelante con tus ilusiones y con todo aquello que te mantenga segura y firme, no lo tomes como un saludo navideño, sino como un saludo de rincòn a alguien que sin conocerme supo dejar parte de sì.

¡Que tengas buen debraye y mucha dicha!

YAZ
(Yaheda)

¡Disculpa lo cursi!
No queda otra màs que seguir el show


Jehyzel (1)

Ciudad y tiempo gris 
(1)
Mediodía en la desgraciada ciudad del tiempo gris. Con un mendigo sol inclemente que sobrecalentaba todo, hacía sudar a chorros hasta al más delgado, desataba el nauseabundo olor de las coladeras, y sobre todo tenía la más vil acción de hacer hervir el mal humor de la gente, malhumor que iba de más a peor por el bochorno que todos sentían. Toda la gente caminaba con pasos de autómata, apresurados, se atiborraban en los transportes frenándose el andar y fregándose mutuamente la existencia. Iban y venían de un lado a otro, a veces sólo iban, se despedían de sus seres queridos, prometían regresar, aunque muchas veces ni ellos sabían que no habría regreso. Todos bailaban al mismo son de un danzón tan viejo y caótico que no tenía nada agradable, era un enjambre de miles de millones de humanos, como una plaga de insectos de un jardín gigantesco, de un jardín urbano sin ningún provecho o beneficio. No existía dios alguno que llevará las cuentas claras en este alboroto de civilización llamado ciudad.
Por otro lado, cualquier persona que presumiera tener una mente sana, (cosa más imposible, qué encontrar un dragón morado en lunes a mediodía), observaría qué a esa forma de vivir de  miles de personas, sólo una fuerza y un motor lo regía, y esa fuerza y ese motor sólo podría ser el caos. Pero por extraño y absurdo que se piense, era un "caos con orden", con un destino, con un "plan". Por que toda esa masa de gente yendo y viniendo, tenía un destino fijado, tenían ya trazados sus planes para el día, tenían que seguir su destino elegido o quizás dado por una negra y turbulenta fortuna.
Todo ese enjambre de gente caminando por las avenidas, o enlatadas en transportes de metal y polímeros, llenando elevadores, llenando edificios, escuelas, plazas y todo aquello que se podía llenar hasta el tope, todo ese maldito ruido; todo ese aparente sin sentido, tenía su razón de ser. Era un pinche desorden de locos, pero eran locos maldecidos por la conciencia y la “opción” de seguir “una vida normal”, un "trabajo normal", "una familia normal" y hasta el mismo concepto de "normalidad" que era aceptado y consumido por la gran mayoría.
 ¡Claro que de vez en vez! Alguna que otra alma deambulando por ahí, no tenia ni idea de que hacer con su vida y de entre todas aquellas almas castradas de sentido, había una de una chica singular sentada en las escalinatas de un puente peatonal que ningún peatón usaba. Esa chiquilla tenía una bella figura, se llamaba Jehyzel, tenía unos grandes ojos verdes, relucientes, observadores, pero a la vez tristes, quizás cansados de ver circular tanta gente, todos con sus preocupaciones apremiantes. Mientras la hermosa y joven Jehyzel no sentía ni pizca de preocupación y mucho menos prisas por ir a cualquier lado, para nada le interesaban o pensaba en los males que sufrían los demás. Ya fueran males económicos, cuestiones materiales, obsesiones físicas, ambiciones materialistas, etc. Después de todo, tenía a papá billetes, que siempre le andaba resolviendo ese tipo de problemas, si necesitaba algo, para éso estaba su tarjeta, no había problema, al menos en lo "material". Lo terrible y verdaderamente malo era que al final se quedaba sola con los problemas de la existencia y del alma; y más que nada por esta última razón era que Jehyzel viajaba por las calles y la vida con un dejo de insatisfacción mezclado con melancolía, lo que le dejaba un vacío terrible procedente del mismo infierno de la chingada soledad.
Esa soledad le embargaba y destruía las ganas de vivir a una joven Jehyzel, que a sus 18 años recién cumplidos, vivía la vida solo por vivir y más parecía que la vida la vivía a ella y se la bebía. Todos sus días iban y venían cargados de la mismas rutinas, eran simples y toscos, eran secos y grises, amarillentos, de tonalidad marchita, simples días de muerto. En medio de tardes lluviosas, con la melancolía campando a sus anchas en el universo de su ser. Jehyzel era presa y presta a recordar días felices y más “brillantes”, llenos de un sol con luz más tibia y clara, amigable, resplandeciente, en donde sus sueños eran iluminados y todo su entorno era conformado por el optimismo de la niñez, cuando ésta engalanaba con una aura mágica a la vida. En cambio ahora su vida estaba inmersa en matices opacos, el color de las cosas estaba moribundo, el sol y su propia luz tenían todo de humor mortecino, como la iluminación de un convento o un foco de 60 watts, y aun así el sol quemaba demasiado al poco rato de andar bajo sus pesados rayos, su luz todo lo tornaba todo apático, todo acabado. Y al pesar de éstas evidencias frente a su corazón, Jehyzel siempre se acababa preguntando sí así era la triste realidad, o era ella la que estaba tan seca, muerta y arenosa que se sentía un simple maniquí con la voluntad perdida, pero con la maldición de una mente tan viva, siempre  atormentándola (una y otra vez). Así era su forma y su razón a los 18 recién cumplidos.

Jehyzel se levantó con flojera, dejó poco a poco atrás las escaleras de aquel puente tan familiar. Hay que admirar que tanta flojera no aminoro su belleza, su figura bien entallada en sus pantalones de mezclilla negra, el pelo escarlata sin cepillar, un poco salvaje, pero aún así tan atrayente a las miradas del deseo masculino, qué como siempre recorrieron su cuerpo entreteniéndose en partes especificas de su ser. A ella no le importaba en lo más mínimo, en la ciudad era algo común, pero en fin, ella, tan dejada de su existencia se encontraba, que las miradas y deseos de los demás no importaban más que  lo que importarían las cuestiones del creyente al la noche, al firmamento eterno de las dudas.
En fin, dejando de lado todo éso, Jehyzel mejor empezó a caminar hacia el lugar en donde no se le esperaba pero en el que tenía que estar  a esas horas. La escuela ya era sólo un pretexto para salir todos los días a vagabundear y perderse; pero a su padre, el cuál era una figura cada vez más distante por motivos que sólo él entendía. ¿Su madre? Pues ahora sólo era una herida albergada en su pecho desde hace un mes y medio, era un dolor profundo que le rasgaba hasta el recoveco más lejano de la chingada alma. Un dolor tan pesado que la hacia verter lágrimas en los momentos más inoportunos y ella prefería sacar sus gafas oscuras para que la gente, mejor la creyera una trasnochada, siempre era mejor éso y no parecer una desahuciada de amor.

Jehyzel se encamino a la estación del metro que la dejaba cerca de la escuela, con la sola idea de “hacer presencia” y evitar las faltas; aunque su misma falta de espíritu era tan visible, púes no estaba realmente del todo ahí. Su mente, sus pensamientos se iban de viaje por otros vuelos, por otros vientos, sobre otros mares, recorriendo sendas boscosas, sumergiéndose a profundidades de otra naturaleza, ajena, en tiempos tan extraños, por un lado la escuela, por otro el infinito que reclamaba su alma, y su alma que prefería que su cuerpo como un títere asistiera en automático sólo para presentar esas materias arrastradas en exámenes finales que nunca tenían fin.
Su padre le exigía éso y éso realmente le interesaba tan poco a ella como a él. Sólo era una promesa hecha aunque nunca acabada, todo estos fantasmas deambulando dentro de la vieja mansión de su mente, todos ahogando y retorciendo su alma hundida. Mientras en la realidad el tren surgía del túnel como un gran gusano anaranjado de la manzana podrida que sólo podría ser la ciudad, las puertas se abrieron y vomitaron un mar de gente tan apresurada como siempre, ante una Jehyzel que para evitar que la tiraran tuvo que sortear sino  más bien que surfear a través de tan tremenda ola de carne y sudor que avanzaba sin la menor educación (cosa muy normal en toda ciudad civilizada, aunque suene anormal).
Jehyzel se tuvo que aferrar a uno de los tubos cercanos de la puerta, tanto como lo haría el alcohólico a su botella recién comprada, y después del característico pitido que anunciaba el cierre de puertas, aquel animal anaranjado regreso a la oscuridad del túnel, siendo devorado vagón tras vagón y Jehyzel pudo observar su reflejo tan joven y tan "anciano" (para ella) en la ventanilla, ante ella sus propios ojos verdes eran tan vacíos, sin chiste, sin el brillo característico del gusto por la vida, toda ella estaba sin nada para ella misma.
El gusano detuvo su marcha de forma brusca, las luces se apagaron y el reflejo de Jehyzel huyó de la ventanilla, cosa que no le importó mucho a ella que sólo pensó »Me gustaría huir con mi reflejo, desvanecerme en las sombras, internarme y fundirme con las mismas«.
 La luz regreso vagón por vagón, dotando de vida de nuevo al gusano naranja y este reanudo la marcha y la siguiente estación ya no era un destino futuro a cuál llegar, ahora era simple presente…

lunes, 21 de diciembre de 2009

Carlos Bruto

El dinero ya no era problema, pero la pesadez era la misma, Carlos Bruto solo pensaba mal y mal le iba, aún cuándo a últimas fechas le acontecían buenos amaneceres de monedas y anocheceres de billetes a granel, todo gracias a que un giro del destino le había hecho ganar un premio de lotería y su economía ya no era motivo de desvelos, aun así en su alma no había paz y su conciencia chapoteaba en fangosas aguas negras, muy a menudo se le escuchaba decir: -“Me han contado y he leído en algunos antiguos mitos, la creencia de que el primer hombre fue concebido a partir del barro y el barro se transmuto en carne”. Eso es lo que dicen, ¡Pero no!, ¡no es así!, al menos a mí no me lo parece, para mi la verdad consiste en que el primer hombre fue hecho de mierda y en mierda se quedó.
Con esa definición encima de su espalda de lo que el ser humano era, Carlos deambulaba, por vidas muertas y recuerdos pasados por vinagre, su relación con este mundo la había finiquitado hace ya muchos años, y sólo se mantenía sobre esta muladar por puro compromiso con los seres que necesitaban de su apoyo, más que nada de aquel cimentado en la seguridad del dinero, dinero que siempre le mataba los fines de semana y a mediados de quincena, mientras las anclas de su memoria le retenían el alma en mar profundo y terrible, sin consuelo ni tregua para surcar rumbo a mejores horizontes, su vida no representaba mejores vueltas en la rueca del destino, en algún momento llego a pensar que su vida sería mucho mejor con dinero en la bolsa, en la banca y en la casa, pero tristemente no era así, al menos en su situación actual de nuevo rico, su tristeza y cansancio era la misma, su vida misma estaba más vacía e inútil que la conciencia de un político, su espíritu después de tanto andar por el laberinto de la creación de Dios bajo el sol ardiente y torturante de la desolación de los muertos estaba evaporado, no importaba la casa propia ahora, a nombre de sus hijos y su esposa, no contaba que se podía comprar casi cualquier cosa que quisiera, la vida estaba marchita para Carlos, y por lo tanto Carlos Bruto decidió suicidarse…

Era una tarde de diciembre, en la que el cielo de la ciudad de los cansados, estaba de luto por la muerte del fin de semana, el domingo empezaba a mostrar espasmos agonizantes y los niños se mostraban sombríos al sentir al inminente lunes a la vuelta de pagina de la libreta de las tareas no realizadas, los padres de familia que todavía tenían el lujo de descansar los días de iglesia, suspiraban por momentos entre comerciales de los partidos, degustando su cerveza y quizás un cigarrito ecológico, pensando en aquel lunes que amenazaba ya con la sombra del patrón, del jefe del amo, de soportar la terrible rutina y las tazas de café negro espeso para andar activos, los ojos cansados de tanto coquetear con la pantalla de una máquina inteligente que todavía no sabía trabajar del todo sola, y esos, dedos acostumbrados a la oficina, ellos eran los afortunados pues aparte habría que ver el sino que todos los días les deparaba a la clase pobre trabajadora de siempre y de a madres, los que se desgastaban las manos por pescar ilusiones que no se cumplirían nunca en trabajos mal pagados, en donde el cansancio siempre los dejaba malparados, así era en un sin fin de fines de semana, cuando los domingos morían poco a poco y la misma tarde del domingo ya tenía el sabor agrio del lunes.

Carlos Bruto llevaba buscando su final desde el viernes, nunca pensó que llegaría al domingo, pero la vida nunca le había cumplido un caprichito y ahora al final no sería diferente, él no quería acabar con su persona como lo haría cualquiera, suicidarse aventándose para morir aplastado por camión, coche o transporte subterráneo no le apetecía en lo más mínimo, ¿Envenenamiento?, demasiado lento y poco eficaz, ¿Volarse la tapa de los sesos?, que poco chiste y muy asqueroso, ¡no Carlos Bruto tenía que apagar su vela de diferente forma, la muerte le debía de saber a gloria, después de tanto sin sentido era lo menos que se le podría solicitar a tan fría dama. Carlos medito mucho el asunto, en su casa, su familia no se percato de aquel ensimismamiento, porque ellos mismos estaban ensimismados en su nueva vida acolchonada por dinero, gastaban y gastaban, adquirían nuevas costumbres y nuevos vicios, la pedantería se hizo personas y se hizo familia, y Carlos seguía analizando la mejor forma de irse a la mierda.

Ya para el viernes temprano tenía el perfecto método, según sus expectativas de mandarse al otro mundo, aquel mundo el cuál él prefería, que solo fuera una realidad de total paz y oscuridad, nada de cielo nada de infierno, que al fin este último en la tierra ya le había acariciado, ¿y del cielo?, después de muerto, era más una broma que un consuelo, el cielo debía de ser en vida, ya muerto debe de ser de un sinsabor el consuelo, al final solo se espera escapar de tanta y tanto desamor por una vida regalada al desprecio, este era un mundo precioso, lleno de basura ambulante y supuestamente pensante llamada gente, personas. Así pensaba Carlos Bruto, y ya no se lamentaba, simplemente le restregaba la verdad a su ser para no retroceder a sus últimos pasos hacia el fondo de la botella astillada, hay que saber descender, y su decisión consistió en vivir un fin de semana como el más pecador de los pecadores, se atavío de la mejor y más cara forma, días antes se había comprado las mejores alhajas de caballero, se llevo bastante dinero y más importante que esto dejo testamento ya notariado, dejo un beso para el recuerdo de las memorias buenas, si es que se acuerdan, y salió desde temprano a buscar su muerte.

Su muerte la busco en los lugares de mala muerte, pero primero antes que nada busco satisfacer los vicios que no se había permitido probar, a menos no de forma tan desinhibida, se fue al barrio de la merced y se acostó con varias damas de esquina, al mismo tiempo y en variadas formas, no se coloco ni uso algún método previsor de contagios íntimos y contagios más crueles, de todas formas su vida acabaría al final del día, cualquier infección contraída ya sea que fuera real o imaginaría le haría apresurar su muerte ese día señalado; se porto todo un caballero a la hora de hacer el trato de dinero por carne de pecado con aquellas mujeres vendedoras de caricias, y todo un animal sediento de sexo en el lecho o en el piso o donde fuera con aquellas mercenarias del placer, se tomo todo el tiempo del mundo, ese del que disponen los que se van a morir, para la una y media de la tarde, dejo esos lugares de Gomorra, y se encamino al centro, empezando su peregrinaje primero por buenas cantinas, después por medianas, y por pésimas y culeras cercanos al barrio de tepito, o de plano en aquel plano de ciudad, se emborracho, se atasco de comida de la mejor y de la peor, bailo con cadencia y sin ella, bailo con la bella y con la fea, con la princesa o la diabla descarada, con las malas costumbres y con los descuidos de la naciente borrachera, beso a la que quisiera ser besada, y en una de esas beso hasta a uno vestido de una, cuando se percato de esto solo se rió y se fue a otro antro cantando y silbando, ya con la luna de testigo busco algunos bares y centros nocturnos de dudosa reputación, que tenían para él la buena reputación de representar pleito y muerte segura, ya en ellos se enfrasco en discusiones estúpidas de borracho, tales como ¿cuál es el mejor o peor equipo?, insultando a los partidos políticos, a las “personas respetables”, a los lideres religiosos y a los mismas deidades de todo tipo y sabor, mentando madres a diestra y siniestra, maldiciendo a todos y a todas, seguro de que tarde o temprano alguien se cansaría de soportar lo insoportable y la mala lengua, tarde o temprano sería Carlos Bruto un feliz muerto, pero la vida llevàndole la contraria no se lo permtiò, las horas y los lugares en donde pasaba, pasaban y la mayoría de las veces lo ignoraban o solo le respondían a mentadas y no a balazos o golpizas, ¿Acaso le creían un pobre y estúpido loco?, ¿O la muerte y el diablo estaban entretenidos en algún lecho y se habían olvidado del mundo?, Carlos necesitaba acabar de aquella buena forma y simplemente se emborrachaba más y no acababa con su alma, incluso en ocasiones lo amenazaron con llamar a la cárcel si no se calmaba, él se tranquilizaba un poco y se retiraba pues no quería suicidarse en alguna celda sucia, mejor se fue a buscar alivio para su atormentado estomago, y un poco de ese alivio llego al poder regalarle a una banqueta un poco de lo que llevaba adentro, un poco de vino, un poco de comida, revoltijo, y hasta un poco de su sentimiento, ese que dolía a horrores, cuándo se sentía como se sentía casi siempre,¡solo!, y solo se prosiguió en su vía crucis rumbo a los antros, después de dejarle tan bello poema y collage a la banqueta.
Así se le acabó el viernes y se le amaneció el sábado, su deambular por muerte acabó en una esquina cualquiera donde la borrachera lo venció y los sueños del frió lo atormentaron hasta las nueve y fracción de la mañana; al despertar y percatarse de su actual situación de vivo en lugar de muerto, experimento una profunda depresión, después de varios minutos se levanto con la precisión y fuerza de un bebe, y se dispuso a seguir con la búsqueda de su paz, buscó su cartera y si bien la muerte no le había quitado la vida en la madrugada y en la borrachera, los ladrones de la mala vida si lo habían despojado de todo objeto de valor.
Un taxi después, una parca explicación a la familia, un baño, un nuevo atuendo y más dinero, fueron lo necesario para estar de nuevo dando guerra en las calles, para que la una de la tarde lo encontrará otra vez bailando con ganas de morir, y con más apremio dada la cruda que experimentaba, acudió al alivio de la comida picosa de algún tianguis, una cervecita, algo de asco arremetía, pero tenía que estar repuesto y dispuesto para la noche, y mientras esta llegaba se entretuvo conociendo nuevos vicios, un poco de todo, porque de todos modos no pensaba llegar santo a las puertas de la muerte y menos, arrepentido y rezando una oración, no tenía peticiones, ni quería compasión de nadie, solo esperaba acabar de una vez y para siempre con la sensación de la infinita nada y de la constante duda, sabiendo todo, que era precisamente nada, y Carlos Bruto quería ser eso, ¡nada!.

La noche, la agraciada noche, la noche de los gatos y de las almas en pena de las casas y ciudades grises, la noche del sábado, de los amantes, de los juerguistas, de los prófugos de la cárcel del lunes a viernes, de los que querían sepultar en el fondo de una botella la rutina de los días, aún cuándo “el irse de juerga y de putas”, era ya parte de una rutina de fin de semana para muchos, noche en la que Carlos Bruto se las jugó de nueva cuenta con la muerte, otra vez se enfrascó en discusiones, de las que fue sacado por la seguridad en los antros y bares, y por los meseros en las cantinas y de las pulquerías, y al final por si mismo al ver que nadie lo tomaba en serio, a pesar de la seriedad de su determinación de que lo mandaran al diablo de una vez por todas y para siempre, cubierto de pecado, sumergido en alcohol y atascado de besos y caricias, con mil y una maldiciones en el pensamiento y con el alma ya extraviada entre tanto desalmado que hasta el momento no había mostrado la baja calaña y lo había quitado de este mundo de inmundicia tan mundana e innombrable, así Carlos Bruto se preguntaba extrañado -¿Que diablos le pasaba a está gente y este mundo?, en donde a veces los infantes no llegaban nunca a viejos, porque la muerte les cortaba las alas de forma muchas veces cruel y despiadada, en este mundo donde hasta un bebe recién nacido podría sucumbir por un beso de la muerte, conociendo la vida solo unos pocos minutos naciendo solo para ser un nombre más en las esquelas de la muerte, en este plano de tierra, donde mujeres y hombres morían de formas tan estúpidas e irónicas, en donde la muerte inesperada a veces era lo más que más seguro te podría pasar, pero sin embargo ¿Por qué a él no?, Carlos Bruto quien se ofrecía a morir, a que lo matara cualquier maldito de aquellos infelices, que matarían sin sentir pena ni malestar de matar, quizás hasta a su propia madre, y cualquier día a cualquier tipo, pero a él, a él simplemente lo ignoraban al final de las discusiones y de los insultos, lo despreciaban y le gritaban desquiciado, lo corrían de todos lados, menos de la vida y el sábado se escapaba entre estrellas de un fulgor opaco, Carlos Bruto se desesperaba y empezaba a forjar en su mente la idea de un suicidio a propia mano, pero era inútil, no podía hacerlo de esa manera, por más que lo meditará, realmente no lo deseaba, su muerte, su suicidio tendría que llegar de las manos de algún desconocido o desconocidos, quizás era cobardía o locura, pero su deseo era legitimo en su corazón y no había más.

Recorriendo las calles ya en la madrugada del domingo, Carlos Bruto fue testigo de una muerte que nunca hubiera querido presenciar, en el cruce de unas avenidas, dos automóviles se dieron un beso de los que arremeten con todo y contra todo y del que una princesa que no parecía llegar todavía a los 18, no llegaría ya jamás, entre fierros retorcidos como si aquel auto le diera un abrazo de metal, dejando su joven cara y tierna cara con mirada fija a la eternidad de un verde hermoso, la sangre que le escurría de la boca de unos labios que en vida debieron ser de puro color rojizo y antojo y que ahora adquirían un tono amoratado, su acompañante un chico ebrio culpable a fin de cuentas de todo, así como es la vida de extraña había salido solo con algunos raspones y cortadas, lloriqueo un rato, y después se fue alejando con paso de tortuga entre más lloriqueos del lugar, en el otro auto, un taxi, el chofer se dolía con quejidos terribles, mientras un hilillo escarlata emanaba de su frente, Carlos Bruto después de llamar a un número de emergencia, se alejo sin quitarse de la mente los ojos verdes fijos de aquella chica, mientras seguía cuestionando a la fría dama y mientras se asombraba de su toque que era capaz de llevarse a la soledad a tan bello e infantil ángel y que hasta el momento no había decidido joderse a un despojo como él.

Ya en pleno domingo, a esos de la ocho de la mañana con una botella de ron en la mano, decidió probar la existencia o no de la inquisición al insultar a pleno pulmón la fe la gente en una iglesia concurrida, e incluso intento llegar al altar para bailar sobre la mesa y beberse el vino eucarístico, pero fue detenido a mitad de pasillo por la gente que lo sometió y saco con alguna que otra santa patada sin meterle ningún golpe mortal, ni lincharlo en la calle ya que el padre no los dejó y los hizo regresar al rezo y proseguir la misa a puerta cerrada. Carlos Bruto a media calle arrodillado se reía y lloraba a momentos, mientras gritaba ¡maricones!, y se volvía a reír mientras sus ojos dejaban escapar una que otra gotera en forma de lágrima. A las doce del día, dormitó en la banquita de algún parque, a la sombra de la mirada de piedra de una vieja estatua de algún noble e ilustre abandonado desconocido, a las tres se fue a comer al mercado, púes no había ningún chiste ni placer en morirse de inanición, para las seis de la tarde se le vio en alguna avenida conocida por los varios antros y cantinas que existían a lo largo de ella, lamentablemente para el buen Bruto, como era domingo no eran muchas las abiertas y era poca la concurrencia, al final se quedo en una adornada muy de navidad con arbolito y todo, pero con más almas que en las otras y de hecho con varias de ellas muy malencaradas, después de media de tequila empezó a insultar a la navidad y esta vez en vez de recibir insultos y chiflidos, los presentes le apoyaron a grito de coro de -¡la navidad es una mierda!- y después rieron y brindaron a su salud, Carlos cansado ya de tanto fracaso de morirse y no morirse porque nadie le hacia el favor de matarle, simplemente rogó por piedad que alguien lo sacara de circulación, la mayoría se volvió a carcajear y brindo de nuevo a su salud, Carlos les mentó la madre y los mando a todos al diablo, se paro a media cantina y les soltó tantos insultos a granel y bocajarro que al mismo diablo le hubieran parecido ofensivos, pero la concurrencia solo carcajadas y burlas le regresaron. Y fue ahí en medio, cuando Carlos había perdido la esperanza de morirse de suicidarse a su muy particular manera, que sucedió lo deseado por medio de un pedazo de plomo que se incrusto en medio de sus cejas, la sangre comenzó a brotar y Carlos se desvaneció para siempre, el favor por fin se lo realizaron, todo gracias al arma de un tipo sentado en un sombrío rincón que pensaba suicidarse después de unos buenos tragos, y al final mejor huyo del lugar y regreso con su familia que quizás o quizás no, lo esperaban, quizás se suicidaría en algún otro año, en algún otro diciembre, en alguna otra navidad.
Dedicado a los suicidas de Diciembre, de las navidades pasadas, presentes y futuras.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Rincones polvorientos

Todo mundo necesita su espacio, aquì en la vida o incluso en la muerte, todos ocupamos un espacio aquì en el tiempo,en la tierra, en el universo, en el recuerdo de alguien, en la soledad.

Todos necesitamos un espacio,un lugar,una plaza, un minuto alguna hora, dìa, mes o año para existir,un rincòn aunque sea un rincòn maldito.

lunes, 30 de noviembre de 2009

72 horas


Día tres

Hay amaneceres que saben a gloría, otros habrá que sepan a Dios bendito, otros a María Magdalena en los tiempos en los que sabía del gocé carnal, otros más se degustaban mejor con el café en grano que hervía en la vieja olla del padre, a veces eran árticos de piel morada y labios resecos, y en la actualidad ya casi eran nulos los que se disfrutaban sin pena de levantarse hasta muy tarde con el plus de todavía estirarse para sacudirse la flojera de un domingo, ¡Que perdone Dios, pero los domingos tan temprano los dedica el cuerpo a la iglesia del descanso!, de todo hay, bellos amaneceres, amargos amaneceres, indiferentes amaneceres, y amaneceres de los que se espera que mejor ni amanezca, ¿Para qué jodidos? ¿Nada más para seguir respirando de a madres el oxígeno de los anhelos muertos, y para seguir caminando con paso de tonto con mirada de perro apaleado y conciencia de lastre?


Empezaba el día, y fue el amanecer de un domingo de los que aquel tipo ya no disfrutaba, de los malos, de los que es preferible vivir con alcohol en la panza y en el aliento, de los que en todo aquel lugar que llegó a vislumbrar como una esperanza para su apuro, se encontraban cerrados, en los domingos no trabajan los ángeles ni los milagros, han de ir a misa para lavarse los pecados hechos en nombre de la gracia divina, no trabajan más que aquellos a los que no les queda otra y esos no están de humor para salvar a un moribundo que simplemente no se muere.


Los pasos recorrieron las calles de la vida, la vida recorrió los andares del invalido, el pobre diablo supo que su infierno estaba en la tierra en el aquí y el ahora, la gloria es lejana, el infierno simplemente estaba al doblar la esquina del circulo vicioso que nunca supo abandonar, estaba a nada de hundirse para siempre en el abismo de la irresponsabilidad y la estupidez, no hay mayor desgracia que la que uno mismo se provoca y no hay mejor verdugo, ni mejor mano que empuñe la guadaña que la de uno mismo, no hay destino más añorado que el que nunca se realizó, ni mayor desamor que la falta de amor propio.



Él se resignó por última vez en las últimas horas de su pasión, se resignó con la resignación de las almas muertas al dejar la carne, se resignó con la valentía de los que ya no les queda otra más que perder, se resignó con la fe de los que no rezan porque ya saben lo que hay al final de este túnel y de esta vida de monedas echadas al pozo de los deseos que huyeron al amanecer.

A él le encantaría emborracharse por última vez, a él le encantaría aprender un baile alegre antes de bailar ese tango amargo que le espera, a él le encantaría ser obsceno con una piel femenina de baja reputación, bajo un puente en cualquier día lluvioso de algún viejo pueblo, de alguna ciudad de carnaval, de alguna senda de pecado, le encantaría volar al viejo mundo a lomo de ave migratoria, de ave de todas patrias, de ningún lado, de todo mundo, de nunca tuyo, empezar vida en otras vidas con otros nombres, con otros ojos, con otras emociones, con otros tiempos, porque aquí en el ahora ya no quedaba nada, sólo lo que quedaba lo que no se tuvo siempre, en esta carrera de la vida, sólo hay una hermana obscena llamada oscuridad.



El lunes llego, el plazo se cumplió, hay que ser igual de puntual y llegar a la cita del fin de camino, hay que llegar al comienzo del precipicio y aventarse gritando un soberano ¡A la chingada! Mientras se aprietan los dientes, los puños, el estómago, los humos, los años, el corazón, el alma y los sentimientos tan llenos de cansancio.

Adentro, la fila de espera con las mismas caras de soledad, las paredes sangrantes de siempre, aquella musiquilla para tranquilizar al ganado antes del sacrificio, la faz gris de los empleados, sus instintos de sanguijuela, estos vampiros modernos que se alimentan con la sed del necesitado.

Sentado en un silloncito muy cómodo, él quisiera que fuera de púas, para que lo blando no le engañara, la noche anterior entre sueños un Zapata que lloraba lágrimas de tequila le gritaba enfurecido desde el fondo de un barranco de olvido y de promesas dejadas, «¡Tanto pelear y tanto tragar tierra de la revolución! ¿Para que, para nada?», de su cuerpo sangraba más tequila, incluso mezcal, por orificios de bala, por orificios de olvido, por orificios de promesas que muchos transmutaron en mentiras, por orificios de un pueblo todavía hambriento y sediento, una maldición gritaba al cielo ese Zapata y después caía fulminado por la hipocresía de una tierra llena de políticos rateros.


“Su tiempo, su plazo se cumplió y usted mi amigo no cumplió, es usted un desobligado y por lo tanto, ahora debe su futuro y su alma si es que todavía tiene”, le dijo aquel que lo atendió con amenazas la vez anterior, está vez tenía un brillo siniestro en los ojos y en los dientes, parecía un lobo antes de saltar sobre su presa, y su presa estaba tan hundido en aquel sillón como lo estaba el amor en las casas de empeño.

Los regaños de aquel verdugo de corbata y perfume de menta azotaban un huracán la austera fachada de aquel sujeto, « ¿Qué no les bastaba con destrozar sueños, además deben de humillar a sus víctimas?», pensaba aquel sujeto, las paredes bañadas de sangre, a más regaños y humillación se desbordaban más de aquel líquido, aquel cuarto en el que el diablo negociaba, se achicaba cada vez más y todo era más y más asfixiante, «¿Dónde te quedaste Zapata, por qué no completas lo empezado?», fue el pensamiento desesperado que cruzo la mente del sujeto como golondrina herida, mientras le tocaban “las golondrinas” a su libertad de vivir en paz.

Y del fondo del abismo, del barranco de su mente, escucho la voz de un Zapata sangrante que le gritaba a todo pulmón perforado de plomo “¿Y por qué no lo completas tú, por qué no acabas tú lo que yo empecé? ¿Temes acabar con la cara al suelo y la boca llena de tierra y sangre? ¿Qué temes? ¿Temes que te olviden a ti también? ¿Qué te recuerden más como un mito que como un hombre que sólo quiso una mejor vida? ¿Qué pierdes que no has perdido ya?”.

La voz lo cimbro, le pareció escuchar la voz tan dejada al pasado de su propia madre, le hubiera gustado verla aunque fuera en sueños, enfrente de él su verdugo de corbata y perfume de menta sonreía con la confianza de los desalmados, en cambio él, él estaba tan cansado de una mala vida y de un mal fin, así que cansado de todo y con ganas de descansar la carga de toda una vida surcada a contracorriente, se dijo así mismo «Y por qué no»

Lo que ocurrió enseguida fue la interrupción de la musiquilla tranquilizadora por parte de unos comerciales de detonaciones por arma de fuego, que salieron de aquel cubículo, en el que por primera vez en mucho tiempo las paredes se cubrían con la sangre de una de aquellas sanguijuelas, todos miraban asombrados y asustados, al autor de aquella sinfonía macabra de disparos salir de aquel cuartito, con arma en mano y pidiéndoles a todos los presente que se retiraran para que él acabara de saldar su deuda con tan finas personas chupa ilusiones, la gente le obedeció y él permitió que salieran también las recepcionistas de faz gris, los del aseo, los ayudantes y demás víboras y demás alimañas. Cuando por fin se sintió tan solo como siempre cuando estaba consigo mismo, empezó a juntar papeles de archivos muertos de muertos de esperanza que como el habían firmado tratos injustos, después prendió una antorcha de coraje con la cual dio a luz a un fuego quema pecados, en pocos minutos se escuchó el chillar de las patrullas que rodeaban el lugar, siempre prestas cuando el dinero es la víctima del cuento, mientras alguien gritaba que llamaran a los bomberos, pues aquel lugar era una hoguera ya digna del mejor aquelarre, y aquel que decidió que era mejor terminar consumido en fuego que por los años de una vida vendida al desastre y a la intranquilidad, aquel cansado de tanto pedir sin esperar respuesta afirmativa no rezaba, solo ardía, ¡Rezar ya pá qué! Pensaba eso aquel sujeto mientras pensaba que eso mismo había pensado Zapata después de ser acribillado por los fusiles del olvido.



¡Ya pa´qué!



Salvador Méndez Z El Bohemio.

México 12,16,30 de Noviembre del 2009. ®



lunes, 16 de noviembre de 2009

72 horas


Día dos


Navegó el segundo día entre maldiciones a su pasado y a él mismo por la culpabilidad de dejar que pasará lo que había pasado. Tan terrible era el alba como la mortecina luz de aquel fin de semana agrio, resignado surco sin ganas hacia el destino manifiesto irrisorio y tan obsoleto como los viejos sueños, testigos ya solo del nacimiento de sus canas, sin la esperanza de realizarse en un mundo que no obedece los designios de lo fantástico, y las buenas corazonadas sufrieron de malos ataques, el corazón nunca fue buen consejero de la razón, la vida se acabó el día que empezó todo aquello, el joven se convirtió en hombre y el hombre regreso la mirada a la sombra del joven y solo pensó «¡Qué estupidez!», las palabras fueron amargas y crueles, el odio en contra, el que se producía así mismo, era el peor veneno por ser el que le consumía su propia alma.

Este día estaba muerto tanto como el primero, tanto como todos los que seguirían en su vida si no lograba un milagro de los que no llegan nunca, encerrado en su lugar de trabajo, trabajaba en alguna razón para matar el tiempo, mientras marcaba a números con el teléfono de la “súplica”, le marcaba a un dios al que había cremado hace tanto tiempo, al que había dejado abandonado en la urna de madera del olvido, a ese que también había dejado cansado y viejo ayudando a otros a llegar a su destino en transportes que cobraban por dejada con las arrugas que deja el tiempo y el dolor de recordar, a todos llamo en su pensamiento, a todos dejo mensaje en las sombras de una vida, «¡Que ganas de volver!», pero no, eso era imposible, solo recuerdos quedaban del tiempo ido, de aquellas mañanas de sol, cuando era rey de una creación propia y no tenía que vivir de las vidas que nacían en otros, en cuya compañía nunca terminaba de sentirse ajeno y distante, buenos recuerdos, malos recuerdos y pésimas horas que avanzaban lento pero que mataban rápido

Para cuando salió de aquel encierro de necesidad laboral, los nervios se reían destrozados a puñetazos de pensamientos fúnebres. Más en automático que por decisión se plantó en la espera para abordar el transporte que lo llevaría a su hogar en donde nunca se podría consolar metiéndose entre las cobijas, allá en donde se debe ingresar por el portal con una máscara y disfraz de valentía, con porte de torre vencedora, más lo acertado sería decir que el disfraz es prestado y el porte de “la torre” tiene el gran defecto de tener cimientos blandos, desgastados por la falta de voluntad e inundados de hartazgo de luchar en marea alta. ¡Cuántas ganas de irse a visitar el mundo o de tomar por asalto el banco de la buena vida! De dejar lo reiterado, de abandonar el desabrigo, de sumar y dejar de restar lo que nos resta por vivir cuando no se puede asegurar que se vive, de mentarle la madre al infortunio y de mostrarle una mala seña al embustero profeta que se observa en espejo, el mismo que en la juventud pregonaba que el futuro era brillante, nada es real pero la realidad actual… ¡vaya que jode y jode bien!

Terminaba el segundo día más no el tercero y último…





jueves, 12 de noviembre de 2009

72 horas


Día uno

Aquella alma caminaba sin pensar y pensaba demasiado, iba desvalida de vales y dinero, de esperanza y voluntad, sus pasos eran lentos, flojos y no queriendo pasar por más de todo y todo era lo que precisamente le pasaba por la espalda y por los ánimos.

La vida normal sólo demostraba lo anormal de todo y la vida extraña le estorbaba, era un clavo más para estar fijo al madero, madero raja ilusiones, ilusiones de fantasías sepultadas en los amaneceres del alma vieja y cascada.

Su mirada envuelta con su antifaz de fiesta con merienda de ojeras, su esencia sombría y pesada como las cadenas de los muertos, caminaba a paso lento pero llegaba rápido. Y pronto ante él, se presentaba horrida como manicomio la fachada de su destino, y la verdad sea dicho era una fachada pobre, tanto que al verla creyó que se había equivocado de calle. Observó de nuevo el letrero con el que había sido bautizado aquella polvorienta avenida y no le quedo duda, no había fallo, el nombre era el mismo: avenida erebo conocida también como avenida limbo.

Era tan extraño ver aquel inmueble, por fuera parecía más una plaza de pobreza que un consorcio para el dinero, solo cuando ingreso al local fue cuando la realidad le golpeo en su cara gris.

Adentro había ya varias almas sentadas en espera de soluciones, una música calmada escupida por una bocina contrastaba con las caras de todos los asistentes, mientras las paredes chorreaban de sangre y los que atendían en el lugar estaban infectados de una especial empatía por las cosas muertas, el arrebato de la tranquilidad y su fin que era la ganancia de los buitres.



Él se sentó en un banquillo para esperar el dictamen de la condena, se sentó y espero mientras la música de la bocina sonaba a mar y la mente decía tormenta. No había escape de aquel terreno, ya no, no había nada solo la espera y los remordimientos por un pasado dejado de lado que ahora arremetía con fuerza y torturaba los sentidos, otro clavo más y el corazón sangraba por vidas que se van a pique (más si es la vida de uno), mientras las almas desdichadas eran llamadas una a una para ingresar a un cubículo de pesadilla con verdugos de corbata y perfume de menta.



El turno de aquel al que le horadaban las dudas llego y fue invitado a uno de aquellos cubículos de pena, ahí un hombre de apariencia normal pero de ojos deshonestos lo saludo de cordial manera y le ofreció sentarse en una silla confortable, con sonrisa de amigo le empezó a cuestionar del motivo de su visita, esto último a pesar de tener un expediente de hojas de árbol, naturaleza muerta, del tamaño de una biblia o un necronomicón para escribir el nombre maldito de los condenados por deudas de cansancio, dinero maldito-bendito para vivir.

Él, un poco más muerto que de costumbre, un invitado descorazonado contestaba con los motivos del alma, mientras su interlocutor cuestiona más con las interrogantes de lo mundano y lo banal, aun así el verdugo permanece con una máscara de fidelidad a lo humano, de hecho se conforma con lo que le dice el individuo lleno de aspereza, de aquella que hace callo en la voluntad, las palabras iban, entraban en aquel recinto hueco en donde ventarrones de interés dejaban de lado los suspiros de compasiones, ¡qué más da un desdichado menos un desdichado más!, ¡qué más da una vida en penumbras, condena para un desconocido que llega buscando alivio del que no venden en botica! ¡qué más da vivir ardiendo en piel y años, con ojos de hielo tratando de congelar los buenos momentos de lo perdido! ¿importa acaso en el gran río que fluye al mar, que el pez de agua dulce muera entre sales de abandono de un mar indiferente, un pequeño pez importa a un dios, sea del mar, sea el altísimo, sea la virgen?, ¡sea lo sea y sea lo que se deje y se acabe y al diablo todo! Mientras el dinero gane y gane bien, ¡qué importa que hagamos trueque!, ¡ten la corona de espinas, cíñela en la testa, mi hermano, mientras yo bebo de la vid y recibo la plata, mientras tu tranquilidad desaparece y viene la angustia, mientras dejas de dormir y menos pienses en soñar, ni se te ocurra que podrás sentirte libre para amar! El chiste de esta vida sin chiste es matarles las ganas a otros para que no suban árbol y prueben la fruta, los malditos ganan mil veces sobre huesos de los que se piensan buenos, “buena gente”.



Después de que la negativa se interpuso entre los dos, el verdugo de corbata abandona aquel cuarto diciendo que le llevara un registro de que estuvo presente en aquel infierno dejando al cuestionado con la incertidumbre del “qué pasará”, imposibilitado de no poder guiar su propio sino, el cubículo le parecía cada vez más pequeño y el ambiente se tornaba cada vez más asfixiante y la vida se arrodillaba frente a la penumbra de una adversidad avasalladora, no le quedaba otra cosa más que esperar, ¡por lo menos ya saldría de aquel lugar! Sin buenos resultados, pero al menos saldría de ese infierno particular.

En ese momento se abrió la puerta de los condenados y apareció otro verdugo de corbata, este saludo, pero incluso el saludo sonó descortés y más bien fue un aviso de que el desgate y la pena proseguirían con consecuencias funestas.

Esta vez el interrogatorio disfrazado de plática fue más seco basado en la intimidación y en tratar de lograr lo que “el buen trato no pudo”, el verdugo tejió redes de distintas fibras que auguraban todas un mal futuro para acusado, el pobre diablo en cuestión experimentaba un desasosiego y una certeza de un final gris para todo y el derrumbe de su entorno, el verdugo sonreía mientras escupía palabras de victoria para él y los suyos, eran invencibles porque así lo quería una ley muerta de aquellas que solo aplican en contra de los pobres diablos, «¿Qué puede hacer cualquiera, ante nosotros los que nos apoyamos en leyes muertas para matar la esperanza? ¿Qué puede hacer cualquiera cuando nosotros tenemos la única verdad, la que vale, acaso hay dios o diablo que nos pueda detener?».

El acusado, el desahuciado por un momento sintió el sabor de la respuesta en su paladar, un sabor que le indicaba lo que realmente merecía por respuesta el verdugo, solo hay un juez justo en esta vida y ése solo puede ser la muerte y que mejor que la muerte de aquel verdugo de corbata que se apreciaba “intocable”, la juventud hace que todo mundo se sienta inmortal, aunque la verdadera inmortalidad no la soportaría nadie. Él saboreó esa muerte en el paladar otra vez, cansado de tanta bajeza y de tanta mala racha, y aunque por dentro la necesidad de batir esas sangrientas paredes de sangre de los desdichados con la sangre negra de los verdugos de corbata le era imperativo, su civilidad, su presencia en este mundo tan moderno, al que se había apegado tanto se lo impedía, mientras el verdugo le ofreció una última oportunidad de salvarse de ese negro camino, con presteza inusitada le extendió una hoja con letras malditas para un trato perverso, un salvavidas de los que hunden (al cual se aferró el desdichado).

Tenía 72 horas para disipar los negros nubarrones de su presente o el futuro le aplastaría, un vació en el alma, un pesar en la espalda y la terrible sensación de que estaba más solo que de costumbre lo acompañaron a la salida de aquel lugar maldito, con la certeza de que su viacrucis particular apenas empezaba y tendría que sudar sangre para salir de lo adverso.


Todo el día navego por las calles de la ciudad más impura del mundo, atraco en los únicos lugares que le parecían los indicados para no naufragar en la tempestad que se avecinaba, espero en salas de espera en las que la espera mataba y era más probable no esperar nada, hablo con los sordos, les hizo ademanes de súplica a los ciegos , tanto fue su andar y tanta la solicitud de ayuda a los que no ayudan, que al final tuvo que recurrir a una estratagema vil, una rogativa con tono de amenaza de exhibir lo insoportable de esas salas de espera y del derecho del trabajador en el que nadie trabajaba, al final fue esto y solo esto lo que movilizo lo inamovible e hizo que los sordos escucharan y los ciegos observaran, al final le dieron al desahuciado una leve esperanza, envuelta en más esperanza a la que de todos modos habría que esperar para ver si el resultado era positivo, terminaba el día y el tiempo se acortaba… faltaba surcar las inquietudes del segundo día, todavía sentía la pesadez en la espalda, ésto todavía no acababa…



viernes, 6 de noviembre de 2009

"Mi rincòn maldito"

Lo que era
y lo serà
para no ser
nunca lo que fue

lunes, 2 de noviembre de 2009

"Horizonte de Tormentas"


El sol parecía emerger de las entrañas del mar en aquel horizonte de mañana fría del mes de septiembre, surgía en el horizonte de un mar todavía en su mayoría fúnebre, parecía estar fundido con el mar negando las normas físicas de un universo que dictaban que fuego y agua nunca serían uno y ninguno de ellos engendraría al otro.

El mar y sus aguas se ruborizaban con el color cálido de ese sol naciente y dejaban de ser amenazantes tornándose amables para la vista y el alma, aquella mañana en el puerto de Veracruz era digna del pintor más privilegiado del mundo, uno con alma de poeta y mano guiada por el espíritu de Neptuno.

Sin embargo aquel amanecer sòlo era presenciado por los pescadores del puerto que se alistaban para salir y dejarse llevar a la buena surte del mar para llenar sus redes de ilusiones y pescados. Todos prestos todos listos, todos jóvenes, raudos firmes y valientes amantes de sus aguas, de la vida y sus mujeres, todos alegres y dicharacheros, todos menos uno.

Aquél anciano suspiraba al contemplar el sol en el horizonte mientras degustaba su taza de café amargo, también saldría al mar para ganarse el sustento pero no como aquellos que iban en botes medianos navegando varios para pescar bastante, él saldría en su vieja lancha de motor de ronquidos agonizantes, compañera de ya de bastantes pequeñas travesías al viejo y hermoso azul.

La vida y el mar eran de símil significado en el caparazón de vieja tortuga que resguardaba el alma de aquel anciano, añejado por infinidad de amaneceres y puestas de sol en aquel puerto de Veracruz, en donde siempre había respirado de la brisa suave del mar del golfo de buen bouquet, en donde de joven había amado, vivido, bebido, bailado y también había sido rechazado en algunas ocasiones y en la playa había tenido que desahogar sus penas llorando tiernamente, eran días grises, mientras el mar con cúpula de nubarrones lo acompañaba en el llanto con una leve llovizna.

Después vendrían más amores y el temporal viraba en su vida, muchas vidas en una sola, demasiada vida, los recuerdos le parecían arremeter como olas contra la roca que representaba su andar por el mundo y el mar, todo eso, hasta que llego la dueña de su pequeña casita tan humilde como él, se les fue la vida sin hacer críos pasaron por no pasarles la pobreza y una noche de tormenta cuando ya el cabellos de los dos se recubría de canas, ella lo dejo para embarcarse en la barca del olvido, olvido que para el anciano nunca llegaba, todas las mañanas la recordaba, mientras observaba el horizonte para después prepararse y salir a la pesca de las viandas del mar emulando a Pedro antes de que le agregaran lo de santo. Aquel viejo anciano nunca entendió porque aquel Pedro había dejado la pesca en el mar por la santidad y la pesca de hombres y de almas, para el anciano no había mejor alma que la del gran mar, mar que amaba en calma, mar voluptuoso, mar tempestuoso, a veces demasiado violento con sus frágiles huesos, pero al cual nunca cambiaría ni por toda la santidad de Roma y del cielo.

El mar era tan eterno como la muerte y tan bello como la vida, siempre estaba ahí, siempre estaría ahí para él y para otros, otros como aquel joven de ciudad recién llegado de la capital hace un mes con muchas ganas de trabajar con todo aquel que lo quisiera llevar, y todo aquel que lo hubo escuchado había ignorado las súplicas de trabajo de un neófito y para colmo chilango, hasta que cansado de deambular se quedo sentado cabizbajo en una piedra cerca de la vieja lancha del anciano, y el anciano observándolo se compadeció de él y le ofreció enseñarle el oficio del mar y compartir lo poco que se logrará del océano.

Ya pasado un mes desde aquel trató, él joven aprendía bien del anciano a pesar de los mareos y de las primeras pequeñas insolaciones, después de tostarse su pálida piel bajo los abrazos abrasadores del sol y el azul del cielo y del mismo mar, ahora estaba más preparado para ganarse la vida en la pesca, y ese dìa al llegar al lugar del anciano y poner su mano sobre el hombro de aquel viejo en señal de gratitud y en muestra de estar a su disposición, le demostraba todo su aprecio. El viejo dejó su taza con algo de café sobre su triste mesita y se encamino mientras el joven lo seguía sin rebasar su paso en muestra de respeto, al llegar a la lancha ultimaron lo faltante, prepararon las ganas, el entusiasmo y las redes, el motor emitió protesta en forma de ronquido agonizante al encenderlo y dejaron el embarcadero rumbo a la zona un poco alejada de los demás pescadores, para probar suerte salada de mar.

El día se torno cálido mientras avanzaba la ronda de trabajo y la pesca en la pequeña lancha era buena, pequeñas nubes danzaban en el horizonte, se observaban de tipo cumuliformes formando otro mar en el cielo y más allá en lo profundo en donde se unía el cielo y el mar las nubes se engalanaban con tonalidades más oscuras, él anciano le hizo la observación al joven de que el tiempo estaba tornándose tenso aunque el mar se observaba en calma: —A veces el cielo celoso de nosotros los pescadores que tratamos de ser dignos de las gratitudes del mar, puede ser traicionero y hasta en los momentos de mayor calma puede azotarnos con sorpresa.

El joven observó el horizonte y al lado de aquel anciano experto no le pareció tan severo, las nubes no se vislumbraron tan nefastas como decía el anciano y le comento: —Son nubecillas blancas como manadas de borreguitos, si se ven un poco oscuras allá a lo lejos es porque el sol no nos las alumbra bien, estas que pasan indiferentes de nosotros y sobre nosotros son bellas.

— ¡Quizás! Pero estamos a mediados de septiembre y en estos meses a veces ocurren ciertos fenómenos que se presentan aún en días soleados aunque con nubes, tú mi joven, tú ves esas nubes lejanas con el optimismo de la juventud, yo las veo con el peso de los años y quizás eso me hace pesimista, además mira alrededor varios pescadores se empiezan a retirar para escapar de una posible tormenta.

— ¿Cuántas tormentas no habrás vencido tú? ¡Tú que eres tan viejo como el viejo rey Neptuno, este mar es tuyo anciano, tuyo! —dijo sonriendo y agitando la mano ante la magnitud del paraíso.

—Así fuera yo tan viejo como Matusalén, Enoch o Jonás el de la ballena, no hay quien venza a una tormenta bien parida, una de esas de las que Dios uso en grande para lograr su diluvio.

—Hay que ver la oportunidad, es mediodía, el sol es bueno, y a menos delfines a nuestro alrededor mayor ganancia de peces, el cobarde nunca llego a rico, dijo sonriendo el joven.

—“el cobarde nunca llegó a rico”, a mis años solo sé que el valiente es el que nunca ha llegado a viejo, además ¿Cómo dices ser valiente si nunca has estado en medio del mar funesto y furioso, embravecido y vil? Tu inocencia y juventud te ciegan, cualquier hombre es cobarde ante la inmensidad de un mar brutal y despiadado, no hables de cobardía en los demás, púes tú no vendes piñas ¿Acaso no recuerdas tus primero días al meterte al mar?

Avergonzado el joven se agacha un poco para después regresar su vista al horizonte en donde a lo lejos entre el cielo y el mar se dibuja una línea delgada que por momentos se mueve y curvea, extrañado el joven llama la atención del anciano a lo que ven sus ojos. El anciano observa y suspira y al final después de un resoplido de viejos pulmones aderezados de tabaco dice al joven: —Es Dios que también anda pescando, sòlo qué él como buen pescador que es, no utiliza el anzuelo y la carnada, no utiliza la red, sòlo utiliza eso que ves bajar del cielo ¡Su sedal divino! Quizás me equivoque en esto último quizás no sea Dios, sino Pedro que extraña el pescar, aunque en la iglesia creó recordar, que el padre dijo que él usaba redes como nosotros.

— ¿Sedal? No entiendo, eso que se ve a lo lejos es su sedal para pescar ¿Y cuál es su anzuelo y su carnada?

—Su anzuelo es el viento, su carnada son nuestras esperanzas de ganarse la vida por medio de los peces de este mar ¡Vamos muchacho, ayúdame a recoger las redes!

Quince minutos duro aquél extraño espectáculo en la lejanía, luego el muchacho observó como aquel “sedal” regresaba al cielo, mientras más nubes formando otro mar en el cielo se cernían sobre ellos.

Él muchacho preguntó al anciano: —¿Has visto aquella cosa de cerca? —el anciano miró el horizonte oscuro y sin dejar de trabajar en sus redes, le contesto:

—¡Sí! En estas temporadas es común verlas, también mi abuelo me contó una vez que una serpiente de agua, una mazacuata de agua, como le decía él, cayó en un lago cercano a su vieja choza, dice que era muy hermosa, totalmente blanca y bailaba sobre el lago no duró mucho, pero siempre que lo contaba yo le oía entusiasmado, aquí en el mar en cuánto se observa una de estos sedales como yo les digo bajar todos los pescadores se regresan al puerto, nosotros lo haremos ahora.

El anciano trato como siempre de reanimar al viejo motor moribundo, para que emitiera esos agónicos ronquidos de siempre que los llevarían a puerto, pero el motor no quería hacerle al Lázaro está vez, mientras los demás pescadores llevaban sus botes y mejores lanchas rumbo a puerto.

Fue en aquellos momentos de una tranquilidad no reconfortante que el joven señalo una nube a unos ciento cincuenta metros en la cual creyó ver por instantes la formación de un bonito seno de mujer que después fue adquiriendo forma de embudo, mientras que abajo en la superficie del agua ráfagas de viento empezaban a levantar agua, de aquel embudo comenzó a surgir una formación que al principio al joven le pareció la mismísima extremidad de Dios queriendo tocar el mar, queriendo unirse a los vientos que alzaban en aquella zona el agua, el viento lo sintió más intenso el joven en sus mejillas sonrojadas, en su rostro y en su alma, mientras el anciano le despertaba de la ensoñación y lo jalaba a que empezara a remar mientras el anciano despertaba al motor, que seguía más dormido que el joven, y el joven remaba aunque en el fondo sabía que algo así sería inútil ante lo que observaba a la distancia, aquello había unido el cielo y el mar en matrimonio por medio de aquel embudo siniestro, tenía una altura de unos seiscientos metros y esa distancia o lo doble quería el joven estar alejado de aquello, era majestuosa, era hermosa y terrible, parecía estática, pero solo era ilusión, como un ser vivo comenzó a moverse curveándose desde la nube, asustado le pareció verla casi encima de ellos, pero aquello giró en dirección contraria.



Mientras el viejo conseguía que el motor emitiera sus ronquidos de siempre y la vieja lancha comenzaba a surcar rumbo perpendicular de noventa grados al movimiento de la formación terrible.

— ¡Maldita tromba, hija de puta! —grito y escupió el viejo.

— ¿Tromba?, eso es lo que es… ¡una tromba! Es como un tornado —dijo el joven sin haber visto jamás ni un tornado y obviamente ni una tromba.

—Eso o lo otro ¡Qué importa! Dios o Pedro nos quieren pescar hoy, pero prefiero que me pesque en mi cama y seco, así sí, que me lleve a donde quiera.

Al parecer lo hecho por el viejo funciono bien ya que aquella tromba marina quedo alejada, no lo suficiente como para evitar que aquellos ojos de joven y de anciano vieran con horror como otra lancha más grande que la del viejo y con cuatro infelices se perdía volteada para siempre en la inmensidad del golfo de México, más aún no pudieron más que ver con asombro como de la misma nube que había surgido la primera, surgían otras dos más, en caprichosas formas curveadas, mientras empezaba a llover y algunos relámpagos se dibujaban en el horizonte.

El joven atemorizado y el anciano aliviado estaban tan ensimismados en la visión de aquellas formas danzantes sobre el mar, que no se avisparon en ver la tremenda nube que estaba sobre de ellos y de la cual se desprendía otro embudo de un diámetro de cincuenta metros que emulaba a las fauces de un Moby Dick celestial que emergía de ese mar de nubes, sòlo el cambio en la presión y el viento que aumentaba les indico que no habían escapado de aquel cielo temible.

El anciano apretó la dentadura, y se prestó a dirigir su embarcación lejos del ente que bajaba ya sacando su tubo de condensación para unirlo con el mar, mientras al viejo más le parecía como si el cielo arremetía a violar al mar con su falo de nube.

Por fin se alejaban ya a unos setenta metros de aquella mítica culebra de mar, cuando está alcanzó la superficie, la velocidad de los vientos se sintieron de forma avasalladora aumentando de veinte kilómetros por hora a treinta, la vieja lancha se sentía más frágil que los huesos del anciano, el tubo de condensación tenía un diámetro de treinta metros, la zona de spray que levantaba el agua hasta a unos ciento cincuenta metros, tenía su diámetro de cincuenta metros el anciano se apresuró a repetir la misma maniobra que con la anterior tromba y la vieja lancha viro perpendicular a la dirección de la trayectoria del terrible meteoro marino en un grado de noventa grados, la velocidad de desplazamiento de la tromba no era grande apenas llegaba a unos veinticinco kilómetros, pero los vientos los vientos arremetían con fuerza horrible contra la pequeña lancha, entre más cercana se encontraba la tromba a la pequeña embarcación.



En esta lid disfuncional de David y Goliat, la ocasión no favorecía a David y el viejo motor de la lancha que era su honda para vencer al gigante empezaba a fallar, y el terror se dibujaba en la faz del joven y la resignación en la cara del anciano.

Los vientos, mientras la tromba arremetía ya próxima, aumentaron está vez a cincuenta kilómetros por hora y la vieja lancha empezó ser azotada sin piedad por las ráfagas, el anciano empujó al joven al agua y le ordeno sumergirse, él anciano se apresuraba para hacer lo mismo cuando la tromba pasaba en dirección perpendicular a la embarcación a unos quince metros, los vientos levantaron aquel alfeñique con toda su fuerza de doscientos kilómetros por hora y el viejo y lancha desaparecieron volteados para siempre entre la inmensidad del cielo y el océano.

La tremenda tromba siguió surcando el mar a unos cuarenta metros de aquel suceso, hasta que al llegar al embarcadero fue perdiendo fuerza y se deshizo en una llovizna fuerte sobre el puerto, otras trombas se descolgarían aquella media tarde de septiembre, de menor diámetro y menor intensidad, después se desató una llovizna que duró tres horas, para las seis de la tarde del, la tormenta quedaba en el olvido, no así el luto provocado por aquellos incidentes de un horizonte de tormentas y sedales de un viejo Dios o quizás de un Pedro recordando sus días de pescador.

¿Y que fue del joven? Llámenle un milagro o un designio del creador que a lo mejor decidió que aquel pescado de su inmenso mar era todavía muy tierno y joven y no valía la pena sacarlo todavía, púes aquel joven apareció vivo inconsciente en la playa, golpeado, pero vivo, lo llevaron a recuperarse al hospital más cercano y con el tiempo a su favor está vez decidió regresarse a la capital y dejar que el buen Dios le pesqué de preferencia de viejo y mejor aún recostado en un seco lecho.


Salvador Méndez Z. 21/11/09 ® Derechos Reservados Mèxico


Pd. Dedicado a mi recièn nacida beba: Ashley y a mi hija Scarlett
Màs bendito entre mujeres, ¡ahora sì!
Y que me disculpen por dedicarles algo tan mal... ya mejor lo dejo asì.

viernes, 16 de octubre de 2009

"Intruso"

¿Me ve a mí?
¿Acaso sus ojos se han posado en esté despojo absurdo del tiempo que soy yo?
¡Bellos ojos, sonrisa de invitación!, ¿pero de invitación de qué o a qué, a que se le puede invitar a un fragmento de camino viejo como yo?, viajo en esté andar de pasos de hule empujados por el fuego capturado de las nubes, del viejo Dios griego, ahora es artificial e ilumina todo, me ayuda a mí como a tantos a ir al destino prefijado por un boleto que a muchos les gustaría que fuera para el viejo espectáculo de fantasía, bestias y magia, pero no, solo es para el sendero del destino y de la vida que empuja a seguir a los que como yo no siguen nada ni a nadie.
Te miro un poco con disimulo, me oculto en una indiferencia castrante de emociones, pero en el fondo me devora el viejo lobo de la intriga y el por que de tu interés en esté viejo baúl de recuerdos que no recuerdo ya, te observo por el cristal de esté innoble animal de entrañas y de asientos de polímero, huesos y costillas de metal para que las bacterias que viajamos aquí nos aferremos al llegar a donde sea que tengamos que llegar aunque realmente nos guste el quedarnos en el viaje para olvidar lo que no fue, y tú eres de esas de las que no fueron y menos serán y menos en está persona mía que es tan impersonal y abandonada al no se es y no fue nunca, y tú regresas la mirada al vacío y a la oscuridad del túnel por el que ahora circula nuestro viaje y mi imaginación de lo que no serás se viaja contigo y tus sueños de ninfa eterna y joven mientras tu juventud este y no se vaya conmigo y tu tiempo sea amplio y no se evapore con el bochorno de un sol viejo.
Aprovecho y te observo del todo y descubro que tu mirada y tu sonrisa solo eran un enlace que daba a una fascinación más profunda en mis deseos, no entonas los viejos cantares de las sirenas y aun así me atraes hacía el profundo remolino de tu esencia, naufraga mi razón y sale a flote unas ganas de contemplación por ti que bien pudiera durar toda una eternidad aunque la eternidad en estos tiempos a veces significa solo cinco minutos de ensueño y el ensueño se desborda por mis anhelos mientras el viejo cuervo de la razón me vuelve a tomar con la pregunta que recalca mi reflejo en un cristal cercano; ¿Por qué con este y no con otro más vivo, por qué tu mirar en está penumbra que cubre las buenas vivencias, por que conocer al diablo si se puede conocer a Dios o por lo menos al ángel, por qué derrochar tus ganas de correr en esté ser de pasos lentos?, Y a fin de cuento y de cuentas, a mí me asalta la duda y la fiera del cuestionamiento penoso, ¿Y por qué no, si otros más desalmados sí, por qué siempre el ser ajeno si se puede ser tan cercano?
Tú regresas la mirada al frío que soy yo, me atrapas en el momento de contemplación de la obra de Dios en tu lienzo de carne y alma, tu sonrisa sigue ahí como un tatuaje que indica que la amargura no ha podido violar tu ensueño de princesa de cuento bobo, y mi amargura retrocede ante la emoción que me representa tu representación de una promesa de algo que tu conoces como el principio del amor y que yo conozco como el fin de la verdad, pero tu mirada ya está en mi ser y mi ser dicta que hay que ser valiente ante el enemigo tan cruel de mirada tan dulce, cruel por torturar a su adversario aun antes de capturarlo del todo o al menos físicamente porque del alma ya ha sido abatido, todo esta tan perfecto como el infierno, yo decido dejarme llevar por ti a perderme en tu bosque lleno de lobos provocadores del deseo, estoy tan decidido como la muerte a llevarse al moribundo, y tú, tú simplemente ríes un poquito mientras apartas aquellos ojos de este resucitado Lázaro que se niega a morir de nuevo producto de un cuchillo de filo tan helado forjado con el temple de una broma de traviesa, tú regresas la mirada de bellas luces hacía mi espacio, tu sonrisa regresa como el sol de cada día, pero me doy cuenta en ese momento de claridad perturbadora, que ese sol no me alumbraba a mí, yo no era el destino de aquel juego de Cupido, para nada, yo era solo otro asiento más de aquel transporte, otro trozo de aire intangible e invisible, la dueña de tu mirada, si, la dueña de ti, una mujer tan bella, era otra afrodita sentada atrás de mi, de formas atractivas y ojos perversos, con ella librabas las batallas de miradas, con ella intercambiabas promesas de besos calientes secuestradores de lugares íntimos para pedir rescate en una cama llena de sexo, era con ella con quién deseabas desear saciar todos tus deseos de mujer joven, era un asunto de Venus en donde Marte viejo y oxidado no estaba para como para amarte, porque nada tenía que hacer el Dios guerrero en medio de aquellas amazonas que solo querían pelea a caricias de manos de mujer, en donde las flores tenían su jardín privado y ajeno a lo masculino, el paraíso era solo para lo hermoso de lo femenino y así quedaba perfecto, era ella, siempre ella, yo solo era nubarrones de falsa tempestad frente al inmenso y apacible océano en el cuál se sumergirían para beber de ellas mismas sin nadie más, yo solo era un intruso, y ellas simplemente desaparecieron rumbo a conocerse mejor dejando al intruso en aquel transporte, y yo en aquel transporte olvidado, en medio de las demás almas viajeras de caminos solitarios, no podía evitar seguir experimentando la terrible sensación de seguir siendo un intruso en una vida tan ajena a mí como es ella a Dios y adiós para todos y para nadie.

martes, 13 de octubre de 2009

"Las ultimas horas de un perro"



Amanecía y el frío de la mañana le provocaba dolor en las articulaciones, le hubiera gustado seguir acostado en el vejestorio que era la cama de aquel hotel de paso por donde nunca pasaría nadie con tarjeta de lujo y distinción de buen cliente.

En aquel lugar solo pasaban amores fortuitos que realizaban batallas de encuentros con carnes sudadas aderezadas con billetes y tratos perversos, más algunos pobres diablos que huían de sinsabores, traficantes de algo y compradores de todo, un collage del diablo.

No se conocía la nobleza dentro de aquellas oxidadas paredes, que habían sido compañeras de miles de penas y secretos nocturnos y ahora eran vigías del hombre que en aquella habitación sacaba su vieja compañera “escupe fuego”, dadora de pasaportes al infinito, compañera en momentos críticos en los que el hombre aquel siempre se abrazaba a la seguridad que era cargarla, a la confianza que le representaba aquella fría y oscura arma. Si en algún momento de entuerto sentía que la muerte se acercaba, él en vez de rezarle a alguna divinidad por su salvación, acababa siempre rezándole a su vieja amiga “escupe fuego”, ella dependía de él para funcionar y él dependía de ella para sobrevivir y para ganar dinero, y este día no iba a ser distinto de cualquier otro, este día iba a comprar el pan de cada día con la sangre de un desafortunado que ya tenía marcada en la agenda su entrevista con el viejo padre allá en el cielo o quizás en algún infierno.

La mitad del dinero por el trabajo residía ya en su billetera, la otra parte vendría al terminar el trabajo a cumplir su parte del trato.

Convencido y tomándola con firmeza, beso con devoción su vieja pero bien cuidada Smith and Wesson y se escapó por la puerta del cuartucho. Afuera el frío terminó por estremecer su alma negra pero cansada. Era hora de dar los mensajes de amor de la muerte envueltos en plomo al infeliz designado.



***





El frío no lo había dejado retozar en aquel rincón y esto a pesar de su pelo largo que le cubría mucho el cuerpo, en sus buenos tiempos su figura había sido una de las mejores, ganador de concursos, en donde siempre demostraba su linaje y nobleza, bien educado conocedor de trucos y especializado en trabajos rudos, bueno para pelear contra cualquier enemigo en cuatro o dos patas armado con colmillos o armas de todo tipo.

En aquellos viejos días siempre tenía segura la comida, el techo, los buenos cuidados y la amistad, ahora solo tenía seguro el frío, la lluvia, el hambre, la soledad y los malos tratos de siempre que le daban a un viejo lanudo como él.

A pesar de esto o quizás por esta misma razón todavía sabía defenderse muy bien, sus colmillos todavía saludaban de forma excelente por él, cuando la ocasión era oscura y la “mala voluntad” quería morder o pegar.



Él no recordaba muy bien como había terminado su vida en medio de aquellas calles, no recordaba como acabaron por transformarse las limpias y cálidas paredes de la perrera en donde antes vivía, en las sucias y descuidadas de la gran perrera actual, perrera llenas de fantasmas, de seres, de animales que iban y venían sin hacerle caso al lanudo como si fuera invisible e intangible, mientras él los observa con sus viejos y sabios ojos. Todo de alguna forma era intangible en aquella ciudad, a veces la muerte era lo único que hacía tangible las cosas y a los seres.

El perro mientras tanto, aburrido de esperar lo que nunca llegaba, con sus viejos años arriba del lomo empezó su trote lento pero eficaz para peinar las calles en busca del desayuno en algún rico basurero.



***



Sus ojos de viejo lobo estaban fijos sobre la puerta de la residencia de su próximo cliente, del próximo benefactor de sus famélicos bolsillos. No estaba nervioso, hacía tanto tiempo que realizaba estos encargos de “maquillar” de negro el horizonte de vida de los hombres que tan solo era un día más en su vida, era un trabajo más que hacer tan común como lanzarle un piropo a una extraña flor con piernas bellas de la ciudad.

El arma pesaba y pesaba de forma deliciosa en su costado, a él le encantaba sentir ese peso, le era casi similar a sentir el peso y compañía de una hermosura en un baile lento, apretándose con ella y ella recargándosele enamorada, sin moverse tanto mientras los pies fluían con el ritmo también lento de la música romántica y ese fluir era lento como el goteo de una vieja llave y la danza se llenaba de noche. Y ahora con ese peso del arma trayéndole esos recuerdos bellos, imaginaba que si la Smith and Wesson tuviera labios, él seguro los besaría sin dudarlo.

Las horas pasaban y él esperaba paciente, porque la paciencia era siempre requisito indispensable en su labor, de hecho todos los días de su vida se trataban de esperar y de años para acá la espera por estos trabajos y encargos era cada vez más y el dinero era menos, pero la paciencia siempre lo era todo.

Él mira la calle con detenimiento, esta se encuentra sin la presencia de algún obstáculo que evite el destino que él va a manufacturar, no hay Dios ni diablo, ni ángel que impida su labor, si acaso solo ve a un perro algo grande pero viejo y de andar cansado, no le presta mucha atención, un perro más en este mundo de perros y pa perros. Su atención se fija de nuevo en la residencia, hay movimiento, él se prepara, la paciencia tendrá recompensa pronto.



***



El andar de aquel viejo lanudo lo lleva de un lado a otro por las entrañas de aquel barrio que no tiene mala pinta, los bufets de basureros que ha visitado le han regalado buenas viandas de sobras, la mañana trata bien al viejo lanudo, no así las gentes de aquel barrio que lo miran pasar con desconfianza y a más de una de esas lindas personas les gustaría mandarlo a que lo inyecten para que tenga la amabilidad de dormir para siempre.

Desde que dejo el edén en el que vivió muy feliz de joven, solo quedaba sobrevivir y deambular de un lado a otro de esa gran perrera donde la mayoría de los perros iban a dos patas. Ahora mismo enfrente de sus viejos ojos ve precisamente a uno de aquellos perros, solo que este despide un olor a muerte que trae malos recuerdos llenos sangre y dolor.



***



La puerta de aquella residencia por fin se abre, él se aferra a su vieja amiga y se prepara como una fiera, sus viejos músculos se tensan, sabe que ya pronto podrá darle a su vieja amiga lo que le alimenta y le gusta tanto y ella a su vez dará un beso de fuego a cambio. Su “cliente” por fin sale, con el van dos bajo sueldo para protegerlo, él los mira como poca cosa y saca a la vieja amiga, sin nervios y con firmeza comienza su trabajo, de inmediato su arma grita por él en un viejo idioma que aunque no se escucha muy seguido se comprende de inmediato pues es la lengua eterna y milenaria de la muerte.

Aquellos que protegían a su “cliente” caen sin poder protegerse a sí mismos y el cliente principal de aquella sinfonía de balas se agacha llorando e implorando sin siquiera ver a quién se acerca guiando el filo de la guadaña.

El trabajo está por finalizar, coloca en la frente de aquel pobre, la boca de su vieja amiga como presentándosela por medio de un beso que pronto se mezclara con fuego, plomo y sangre.

El viejo asesino dice una vieja oración en su mente, no hay tiempo que perder, se acabó.

¡Pero no se acaba! Pues algo tibio le pasa a su muñeca y un dolor tremendo que destroza su mano le hace soltar a su vieja compañera. ¡El viejo lanudo le da un viejo saludo con sus colmillos firmes a pesar de los años!

Llego tan de improviso y sin hacer ruido, como él lo hizo con su cliente.



El asesino se da cuenta del terrible yerro que fue ignorar al viejo lanudo, si ha llegado a viejo como él en una ciudad perra como esta es porque debe de ser un perro mañoso como él mismo lo es.

Ahora es tiempo de devolverle el saludo en forma de puño que golpea una y otra vez la quijada del lanudo que a pesar del dolor no suelta, mientras con un pie intenta acercar su arma, el forcejeo sigue por segundos que parecen congelarse en el tiempo, el viejo lanudo por fin suelta la sanguinolenta mano, un estruendo más se escucha en aquel barrio.

El cuerpo se afloja y ya no hay necesidad de seguir luchando, aquel viejo mañoso ojos de lobo cae al suelo mientras fluye su sangre para maquillar ese pequeño pedazo de banqueta, mientras en su mente se despide de su vida de perro que termino de forma tan perra.



La bala del oportuno escolta del pobre diablo que iba a ser “cliente”, (y que minutos antes con buena suerte para él y su patrón se había retrasado en salir por pasar al baño) había dado fin al asesino experimentado, salvando a su patrón y a un viejo perro lanudo que luchaba contra aquel matón.

El asesino será una pesadilla futura en los recuerdos de aquel patrón.

El viejo lanudo después de olfatear el cuerpo inerte de aquel al que había atacado por instinto y recuerdo de sus viejos días de perro entrenado, se marchaba ahora sin esperar agradecimiento y recompensa, emprendiendo de nuevo su deambular con el trote lento de sus patas lanudas y confiables por las innumerables sendas de aquella gran perrera urbana.



Un perro menos se contaba en la ciudad.



Salvador Méndez Z El Bohemio ®



13/10/2009 México D.F. ®





¡Fiù!

¡Fiu! no fue influenza
Falsa alarma, fiebre y tos pero nada más, para bien o para mal sigo merodeando por aquí (ahora sé con certeza que cuando me muera, el infierno para mi será igual a permanecer en una sala de espera de urgencias, con cara de me urge, sin que a nadie le urja hurgarme mi ser para darle alivio a mi urgencia.)

¡Maldito virus matapasiones!
¡No podemos tocar!
¡No podemos besar!
¡No podemos siquiera ser corteses y saludar!
¡Ya no se puede existir asì!
No nos mata el virus, nos mata la soledad y el desamor.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Debe ser la noche

Debe ser la noche la que me obliga, debe ser la oscuridad penetrante, debe ser mi alma oscura, debe ser la velada y el frío, el ansía que produce lo inimaginable, aquella sensación que de niños nos hacía subir los pies a la cama, al sillón a donde fuera, al interrumpirse la corriente eléctrica y quedarse en penumbras en compañía de lo desconocido, debe ser la soledad que se experimenta en medio de la noche, la noche y su oscuridad que envuelve, que hace sentir su presencia y que nos muestra su boca de lobo antes de darnos la mordida fatal, esa oscuridad que es propicia para los amantes, para los deseos más extraños y prohibidos, la noche abrazada de su oscuridad, noches debajo de puentes, noches de tiempos lejanos inmemoriales, abrazos húmedos en noches de tormenta, besos secuestrados en la noche, canciones de cuna de nanas con caras de santas, noches viejas de dolores mezclados con ron del corazón, café para trasnocharse como búhos vigilando el tiempo, mientras los ratoncitos de los recuerdos van y vienen asaltando la despensa de la memoria, todo es diferente de noche, la vida es otra, la muerte es otra, los buenos hacen maldades, a veces los malditos demuestran un poco de buen corazón, las esposas son lujuria y deseo encarnado a veces insatisfecho pues el marido está con la amante o el amante, los esposos buenos padres de día pueden ser depredadores de lo peor cobijados por la noche, deambulan en los bares, en las avenidas donde se comercia el sexo, debe ser la noche, quizás la luna con su influencia mágica, para muchos incluso maldita, todos parecemos tener una bestia que siempre prefiere la noche para cazar, para liberarse y acechar, detrás de los espejos, detrás del humo del tabaco, detrás de unos ojos de ángel o demonio, detrás de la noche, cada noche nos devoramos poco a poco como perros, como lobos peleando por el territorio por la manada, nos desangramos, nos matamos porque debe de ser más bello morir de noche, coronados de oscuridad para unirnos a la oscuridad eterna, para muchos es la luz eterna, yo prefiero la oscuridad, me agrada en la piel y en el alma, no hay más que decir, no hay más que hacer y más ahora que el alba anuncia el fin de la noche y de la oscuridad, empieza el día y yo vuelvo a nacer para la sociedad para este mundo de locos, tengo que vivir según las reglas del día, fingir que la vida trascurre normal, ¡estoy vivo porque es de día¡, pero quisiera seguir muerto rodeado de oscuridad y de mi vieja noche.

Escribir

Si se escribe por buscar ser famoso, por querer tener dinero, por incluso tener compañía, ¡Mi amigo(a), usted se llevará sólo una gran decepción!, ¡Escriba!, pero sólo por el gusto de escribir, por terapia, por amor a sus necedades que se le ocurran, algún día quizás escriba algo bueno aunque nadie se lo reconozca ni usted mismo, ¡Escriba!, pero no lo haga por ninguna de las razones ya dichas arriba o se cansará muy rápido de escribir, se sentirá frustado(a) y acabará saltando del barco para hundirse en aguas muy profundas y oscuras, no espere más recompensa más que el hecho de dar a luz a un escrito, el cuál como un hijo nunca se niega, aunque esté feo.


*Que quede claro que en ningùn momento he dicho que yo escribo bien o "bonito"
¡Quièn estè libre de fallos en el escribir, que aviente el primer librote (El Quijote, ediciòn completa y de lujo estarìa bien) -¡Ouch!, como si hay gente libre de esos fallos, ¡esto va a doler!.
Aunque como nadie lee estè blog, ¡fiu! ya me salvè, ¡je!.

martes, 22 de septiembre de 2009

"El Club"




Aquella noche era por demás especial, al menos para aquel grupito de buenos amigos, a los cuales era muy común ver tocar en jardines públicos, calles, plazas y por la alameda central. Siempre alegres, siempre unidos. Se hacían llamar así mismos “El club de los corazones solitarios”, y montaban un espectáculo de música digno de cualquier bar de la ciudad lleno de pasiones nocturnas.


La vida de este grupito era muy extraña a juicio de los extraños y muy buena a juicio de sus integrantes. No necesitaban del mundo más que lo esencial y su libertad de hacer e ir a donde quisieran disfrutando su juventud, sin añorar a la familia perdida o incluso el nunca haberla conocido, realmente sólo era vivir día con día al máximo y sin más preocupaciones que las que surgieran en el mismo día.


Y bien, como toda organización tenía un líder y esté grupo no era la excepción de la regla, el líder aquí no era otro que un chico de sonrisa presta en el rostro a la hora de confrontar cualquier situación, no importando lo desfavorable que está fuera. Sus amigos siempre contaban con él y él siempre con sus amigos. Él era de buena estatura, flaco, de mirada inteligente camuflajeada en el color negro de sus ojos, con el pelo enmarañado bajo una chistera negra y su fiel chaqueta de domador, con botoncitos con nombres de bandas de rock y leyendas curiosas, con sus pantalones de mezclilla y tenis blancos. El verlo vestido de tal manera era ya en sí mismo un espectáculo, siempre llevaba su vieja guitarra y su armónica. Sus amigos le llamaban Ren, y generalmente lo seguían sin contradecirlo a pesar de no ser el de mayor edad. El tipo de mayor edad en el grupo era muy amigo de Ren, respondía al apodo de “Lucky”, sin que los demás al parecer supieran su nombre verdadero.


Lucky tocaba el saxofón si bien no como un maestro, si de forma muy aceptable, siempre vestido un poco a lo “mala facha” con su pelo largo que le llegaba a los hombros, su barba que se olvidaba de rasurar hasta que su pareja le decía que ya le molestaba a la hora de besarlo, su vestimenta era de color negro y al parecer nadie del grupo y en la vida lo había observado antes con alguna otra ropa de diferente color, a veces le hacían burla diciéndole que estaba listo para el velorio o el cementerio. Él siempre contestaba sin enfado que lo segundo era cierto y nunca se vestiría con un color más “alegre” que su fiel negro, sus pantalones de mezclilla y unas viejas botas de motorista, aunque nunca se le había visto en uno de estos caballos de acero, su mirada era también de aspecto inteligente como de zorro o lobo antes de devorar a su presa, aunque su única presa era su pareja que como él, solo era conocida como “Crazy rose” y ella estaba tan unida a él que a veces los del grupo pensaban que si existía el verdadero amor.


Rose tocaba el acordeón con muy buen estilo y su presencia colorida siempre equilibraba la presencia oscura de Lucky, ella tenía unos diecinueve años, mientras Lucky le llevaba por diez, pero aunque le hubiera llevado por cuarenta años o toda una vida, Rose lo amaba como si fuera lo único en su vida y por vivir, y quizás en ese compacto grupo lo era.


Las demás almas ambulantes de aquel extraño club, si respondían a apelativos más comunes como Fernando al que todos llamaban “Fercho” de cariño, él era bueno para tocar el bajo, aunque en calle se conformaba con una vieja guitarra (había que ahorrar para comprar su instrumento), iba vestido de forma común, a la moda de cualquier joven de diecisiete años, era alegre y se juntaba mucho con Fito, quien era un año menor y tocaba unos bongós con buen “tumbao”. Siempre metiéndose en problemas como si sólo para eso fueran buenos los dos, aunque su existencia se basaba realmente en perseguir y competir por el amor de Tania a la que todos le decían “la güera”, y la güera tenía dieciocho años apenas cumplidos y se encargaba de los coros y el pandero, amigable con todos los que ella juzgaba de buena fe y un poco cansada de soportar a los mocosos Fercho y Fito como les llamaba cuando se burlaba de ellos, y les decía que se fueran a cambiar los pañales. Ellos no hacían caso de las burlas de Tania y continuaban incluso más con su fijación hacia ella.


Por último estaba Mauro de diecinueve con cara de pocos amigos y muy reservado para todo, tenía poco de haberse unido al club y como no sabía nada de tocar instrumento alguno. Ayudaba pasando el sombrero para juntar lo que les cooperará el distinguido público en la calle, después de cada interpretación. Esto no le agradaba del todo y se prometió así mismo, aunque tuviera que pagar con su sangre, el aprender a tocar algún instrumento.


Afortunadamente no fue necesaria la cuota sangrienta y Mauro sólo tuvo que poner una parte de lo que se ganaba en esa banda callejera para inscribirse a una pasable escuela de música en donde se inició en las clases de trompeta con entusiasmo.


Todos los integrantes de aquel club de los corazones solitarios se consideraban artistas y el no sería la excepción. Cabe mencionar que a pesar de que estos singulares personajes se consideraban cien por ciento callejeros no se cobijaban bajo las pocas estrellas que la contaminación dejaba apreciar todavía, al contrario, ya qué eran buenos en su arte recibían mejores propinas y se procuraban tener rentado siempre un techo aceptable para pasar las noches lluviosas y frías. Noches muy malas para su espectáculo pero buenas para el amor. Al menos esto último lo experimentaban en la piel y en todos sus sentidos Rose y Lucky quiénes siempre se procuraban un cuarto privado, aparte, sabihondos de no poder aguantar sus fuegos internos que los devoraban de forma seguida e imposible. Aquellos dos representaban lo erótico en el grupo. Los demás todavía no se inmiscuían en los placeres de la carne. Fercho y Fito obviamente fantaseaban fajar con una indiferente Tania y ella, quizás alguna vez había tenido cierta fijación con Ren pero después se había acostumbrado sólo a su amistad y Mauro se sumergía tanto en sus pensamientos que era imposible sentir alguna empatía con él.


Al final todos esperaban quizás algún amor o fantasma carnal ajeno al grupo que satisficiera sus deseos y llenará los envases que creían tener en el fondo del corazón, debido a esto, es que el nombre de su grupo callejero les quedaba también y les gustaba tanto: “El club de los corazones solitarios”.


El de la idea del nombre había sido Lucky ya que sentía aprecio desde niño por The Beatles, los demás quizás no tanto por su juventud, pero el sentimiento que producía lo “solitario” les amoldaba perfecto a sus vidas.


Aquella noche del mes patrio del año dos mil seis, el club estaba presto a deleitar al público con tonadas de covers al puro “estilo ranchero”, aunque a veces soltaban una que otra balada de rock que de repente mezclaba con las letras de canciones más tradicionales con lo cual no quebraban el espíritu de la fiesta.


Ren de hecho se había agenciado un sombrero de charro, a Fercho y a Fito les había resultado divertido vestirse con unos pantalones de charro y botas, Tania llevaba su pelo agarrado por dos trenzas, y su vestimenta si bien moderna llevaba motivos tricolores. Lucky no abandono su vestimentas oscuras y Crazy Rose llevaba una falda de noche mexicana que remató con unos tenis rosas. Todo iba bien, eligieron tocar otra vez en la alameda central, y a pesar de que la celebración principal se llevaba a cabo en el Zócalo de la ciudad, en aquel lugar no les falto público y al público no le falto espectáculo. Toda la ciudad era una fiesta, las monedas abundaban y Tania recogiéndolas le pregunto a Ren:


— ¿Sabes dónde se encuentra nuestra más reciente estrella?— refiriéndose a un faltante Mauro.


—No lo sé güera, creo que nuestro más fiel representante de lo “solitario” iba a ir a una clase especial de música— respondió Ren sin perder el ritmo y mucho menos el carisma.






— ¿Clase especial de música, en día festivo? A mí me parece que solo evade su responsabilidad de recoger lo que nos da nuestro amado público.






—No se puede evadir a la vida ni las penas, me temo que nuestro amigo no se escapa de lo primero y no puede con lo segundo— contestó Ren, mientras acababan su interpretación.






— ¡Es un pinche huevón!— soltó un burlón Lucky, quién sonreía con un poco de su malicia de lobo.






—No digas eso amor, recuerda que tú escapas de vez en cuándo de algunos recuerdos que te atormentan— le dijo Rose para despejar las penumbras del pensamiento de Lucky.






— ¡Quizás me atormenten! Pero no me impiden ganarme la vida ni amarte a ti, En cambio ese puto sólo es un tipo llorón.


— ¡Cálmate Lucky! ¡Somos una familia, la única que tenemos, recuerda eso! Aun él, con su forma de ser es ya parte de nuestra familia—, le dijo Ren con su sonrisa de siempre, ésa que calmaba hasta al diablo.






Fercho que en ocasiones le había tocado partir el pan con Mauro, apoyo lo dicho por Ren, y Tania por primera vez lo apoyo, lo cual hizo que un celoso Fito se apresurará a apoyar también aquellas razones a favor de un Mauro que ni le “iba ni le venía” y al final ni se aparecía.


Lucky al último solo sonrió y expreso una disculpa por comportarse de esa forma tan maldita y sugirió seguir con la música pues el público se estaba retirando a ver a unos mimos y eso sí sería algo “terrible”.


Todos tomaron sus posiciones listos a sangrarle música a sus instrumentos, cuando la voz de Rose les advirtió de un ensangrentado Mauro quién a duras penas llegaba al lugar, acompañado de una muchachita de unos diecisiete años de cuerpo bello, pelo negro reluciente, ojos azules y una mirada de asustada que expresaba un temor hondo y profundo como abismo infernal.


Todos los buenos amigos del club se prestaron a la ayuda de la pareja de recién llegados, Fercho y Fito trataban de cargar a Mauro mientras le hacían mil preguntas, Ren y Lucky los quitaron y simplemente se dedicaron a llevarlo a una banca cercana. Por su parte Rose y Tania trataban de calmar a la chica que no salía de su cara de temor, la llevaron hasta la banca junto a Mauro y le preguntaron su nombre, la chica estaba ida y no respondió ni hizo seña alguna de querer hacerlo.


— ¡Se llama Denya! Sabe tocar violín... de la escuela a la que voy... ahora ya es parte del club...— un agotado Mauro les susurro antes de sumergirse en unas tinieblas que no le reconfortarían.






Noches después Mauro despertó, de inmediato quiso saber de la chica. Ren le informo que estaba más repuesta e incluso hablaba ya con Rose y Tania y un poco con los hombres del grupo. A veces se le veía triste pero al parecer se estaba recuperando. Ren quiso saber lo que había pasado esa noche pero no obtuvo gran respuesta de Mauro, solo le contesto algo ambiguo:


—Esa noche ella perdió una parte de su corazón, para su familia está muerta, ella está sola, ya es parte de nosotros, de mí, no necesitas saber más.






Ren dejo descansar a Mauro y Mauro soñó con Denya, algo le decía que ya no se sentiría solo, ya no sería una alma sola entre tanta gente.






Los días pasaron como gacelas y efectivamente Denya se repuso poco a poco, el hecho de saber tocar el violín ayudo en demasía a que ella se integrara al club, aportando mucho con su manera de acariciar tan bello instrumento, ya conversaba con los demás e incluso se le veía reír, las nubes de tristeza de su alma se disipaban como malos sueños, el cuento de la vida se narraba bien para ella...


¿Y para mauro? Para Mauro seguía igual, si bien Denya le hablaba, no era más que en forma amistosa como un amigo pero ni siquiera cercano. Mauro estaba deprimido aunque no permitía nunca que Denya lo llegara a vislumbrar en ese estado, para ella siempre estaba perfecto, pero para su soledad siempre se encontraba tan humano y tan cansado. En las noches de lluvia cuando no salía la banda a tocar, se acurrucaba como un niñito cerca de una ventana y observaba por horas y horas.






Fue en una de esas tantas noches, cuando estando contemplando por la ventana cómo los automóviles “navegaban” en las calles donde se desataba el diluvio, qué se le acerco Lucky, fumando ya su treceavo cigarrillo en el día, (pocos para él de hecho) y sonriendo como el lobo que era le pregunto a Mauro:






— ¿Solo todavía a pesar de la amiga?


— ¿Te importa?— contestó de forma seca Mauro.


—Ella realmente acabó siendo una excelente miembro de este club, es tan solitaria a su manera, tan solitaria como debe estar el mismo cielo o el paraíso, como le gustes llamar, con tanto pecador acá abajo es imposible que se encuentre alguien allá arriba, el lugar debe de estar abandonado. ¿Y ella? así está ella, tan abandonada y sola como nosotros, nunca hubiera sido una buena compañía para ti, un enfermo no puede sanar a otro enfermo.


— ¡Gracias por el comentario! ¿Te molesta si sigo observando como nadan los carros?— dijo un naufragado Mauro.






— ¡No para nada! Te dejo, ella es un buen “corazón solitario”, digna representante del nombre, al igual que tú, todos los somos, por eso estamos aquí en este circo musical.


— ¡Tú por lo menos tienes a Rose!


—Nadie tiene a nadie en esta vida, ni siquiera el buen Dios, si “nos tuviera nos haría ser mejores personas”, si ya sé, que el ser mejor es cuestión de cada uno, pero hay veces que parece que ni esa elección tenemos, por eso hay tantos infelices por ahí. Pero bueno me retiro… ¡Que tengas una buena noche!— dijo Lucky mientras apagaba la colilla de cigarro y se retiraba.






Mauro regreso a su vigilancia de ver nadar a los coches entre mares de lluvia de nubes envueltas con una oscuridad terrible, una oscuridad tan cruel casi como la de su corazón.


Suspirando por amores solitarios, dignos de clubes, solitarios como los locos y los desamparados. Quizás al final, sonrió por unos segundos, por fin en ese estado, en ésa miseria de alma oscura y profunda, él había conseguido por fin una digna membresía en aquel club de los corazones solitarios.






22/09/09 ®