lunes, 16 de noviembre de 2009

72 horas


Día dos


Navegó el segundo día entre maldiciones a su pasado y a él mismo por la culpabilidad de dejar que pasará lo que había pasado. Tan terrible era el alba como la mortecina luz de aquel fin de semana agrio, resignado surco sin ganas hacia el destino manifiesto irrisorio y tan obsoleto como los viejos sueños, testigos ya solo del nacimiento de sus canas, sin la esperanza de realizarse en un mundo que no obedece los designios de lo fantástico, y las buenas corazonadas sufrieron de malos ataques, el corazón nunca fue buen consejero de la razón, la vida se acabó el día que empezó todo aquello, el joven se convirtió en hombre y el hombre regreso la mirada a la sombra del joven y solo pensó «¡Qué estupidez!», las palabras fueron amargas y crueles, el odio en contra, el que se producía así mismo, era el peor veneno por ser el que le consumía su propia alma.

Este día estaba muerto tanto como el primero, tanto como todos los que seguirían en su vida si no lograba un milagro de los que no llegan nunca, encerrado en su lugar de trabajo, trabajaba en alguna razón para matar el tiempo, mientras marcaba a números con el teléfono de la “súplica”, le marcaba a un dios al que había cremado hace tanto tiempo, al que había dejado abandonado en la urna de madera del olvido, a ese que también había dejado cansado y viejo ayudando a otros a llegar a su destino en transportes que cobraban por dejada con las arrugas que deja el tiempo y el dolor de recordar, a todos llamo en su pensamiento, a todos dejo mensaje en las sombras de una vida, «¡Que ganas de volver!», pero no, eso era imposible, solo recuerdos quedaban del tiempo ido, de aquellas mañanas de sol, cuando era rey de una creación propia y no tenía que vivir de las vidas que nacían en otros, en cuya compañía nunca terminaba de sentirse ajeno y distante, buenos recuerdos, malos recuerdos y pésimas horas que avanzaban lento pero que mataban rápido

Para cuando salió de aquel encierro de necesidad laboral, los nervios se reían destrozados a puñetazos de pensamientos fúnebres. Más en automático que por decisión se plantó en la espera para abordar el transporte que lo llevaría a su hogar en donde nunca se podría consolar metiéndose entre las cobijas, allá en donde se debe ingresar por el portal con una máscara y disfraz de valentía, con porte de torre vencedora, más lo acertado sería decir que el disfraz es prestado y el porte de “la torre” tiene el gran defecto de tener cimientos blandos, desgastados por la falta de voluntad e inundados de hartazgo de luchar en marea alta. ¡Cuántas ganas de irse a visitar el mundo o de tomar por asalto el banco de la buena vida! De dejar lo reiterado, de abandonar el desabrigo, de sumar y dejar de restar lo que nos resta por vivir cuando no se puede asegurar que se vive, de mentarle la madre al infortunio y de mostrarle una mala seña al embustero profeta que se observa en espejo, el mismo que en la juventud pregonaba que el futuro era brillante, nada es real pero la realidad actual… ¡vaya que jode y jode bien!

Terminaba el segundo día más no el tercero y último…





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