lunes, 2 de noviembre de 2009

"Horizonte de Tormentas"


El sol parecía emerger de las entrañas del mar en aquel horizonte de mañana fría del mes de septiembre, surgía en el horizonte de un mar todavía en su mayoría fúnebre, parecía estar fundido con el mar negando las normas físicas de un universo que dictaban que fuego y agua nunca serían uno y ninguno de ellos engendraría al otro.

El mar y sus aguas se ruborizaban con el color cálido de ese sol naciente y dejaban de ser amenazantes tornándose amables para la vista y el alma, aquella mañana en el puerto de Veracruz era digna del pintor más privilegiado del mundo, uno con alma de poeta y mano guiada por el espíritu de Neptuno.

Sin embargo aquel amanecer sòlo era presenciado por los pescadores del puerto que se alistaban para salir y dejarse llevar a la buena surte del mar para llenar sus redes de ilusiones y pescados. Todos prestos todos listos, todos jóvenes, raudos firmes y valientes amantes de sus aguas, de la vida y sus mujeres, todos alegres y dicharacheros, todos menos uno.

Aquél anciano suspiraba al contemplar el sol en el horizonte mientras degustaba su taza de café amargo, también saldría al mar para ganarse el sustento pero no como aquellos que iban en botes medianos navegando varios para pescar bastante, él saldría en su vieja lancha de motor de ronquidos agonizantes, compañera de ya de bastantes pequeñas travesías al viejo y hermoso azul.

La vida y el mar eran de símil significado en el caparazón de vieja tortuga que resguardaba el alma de aquel anciano, añejado por infinidad de amaneceres y puestas de sol en aquel puerto de Veracruz, en donde siempre había respirado de la brisa suave del mar del golfo de buen bouquet, en donde de joven había amado, vivido, bebido, bailado y también había sido rechazado en algunas ocasiones y en la playa había tenido que desahogar sus penas llorando tiernamente, eran días grises, mientras el mar con cúpula de nubarrones lo acompañaba en el llanto con una leve llovizna.

Después vendrían más amores y el temporal viraba en su vida, muchas vidas en una sola, demasiada vida, los recuerdos le parecían arremeter como olas contra la roca que representaba su andar por el mundo y el mar, todo eso, hasta que llego la dueña de su pequeña casita tan humilde como él, se les fue la vida sin hacer críos pasaron por no pasarles la pobreza y una noche de tormenta cuando ya el cabellos de los dos se recubría de canas, ella lo dejo para embarcarse en la barca del olvido, olvido que para el anciano nunca llegaba, todas las mañanas la recordaba, mientras observaba el horizonte para después prepararse y salir a la pesca de las viandas del mar emulando a Pedro antes de que le agregaran lo de santo. Aquel viejo anciano nunca entendió porque aquel Pedro había dejado la pesca en el mar por la santidad y la pesca de hombres y de almas, para el anciano no había mejor alma que la del gran mar, mar que amaba en calma, mar voluptuoso, mar tempestuoso, a veces demasiado violento con sus frágiles huesos, pero al cual nunca cambiaría ni por toda la santidad de Roma y del cielo.

El mar era tan eterno como la muerte y tan bello como la vida, siempre estaba ahí, siempre estaría ahí para él y para otros, otros como aquel joven de ciudad recién llegado de la capital hace un mes con muchas ganas de trabajar con todo aquel que lo quisiera llevar, y todo aquel que lo hubo escuchado había ignorado las súplicas de trabajo de un neófito y para colmo chilango, hasta que cansado de deambular se quedo sentado cabizbajo en una piedra cerca de la vieja lancha del anciano, y el anciano observándolo se compadeció de él y le ofreció enseñarle el oficio del mar y compartir lo poco que se logrará del océano.

Ya pasado un mes desde aquel trató, él joven aprendía bien del anciano a pesar de los mareos y de las primeras pequeñas insolaciones, después de tostarse su pálida piel bajo los abrazos abrasadores del sol y el azul del cielo y del mismo mar, ahora estaba más preparado para ganarse la vida en la pesca, y ese dìa al llegar al lugar del anciano y poner su mano sobre el hombro de aquel viejo en señal de gratitud y en muestra de estar a su disposición, le demostraba todo su aprecio. El viejo dejó su taza con algo de café sobre su triste mesita y se encamino mientras el joven lo seguía sin rebasar su paso en muestra de respeto, al llegar a la lancha ultimaron lo faltante, prepararon las ganas, el entusiasmo y las redes, el motor emitió protesta en forma de ronquido agonizante al encenderlo y dejaron el embarcadero rumbo a la zona un poco alejada de los demás pescadores, para probar suerte salada de mar.

El día se torno cálido mientras avanzaba la ronda de trabajo y la pesca en la pequeña lancha era buena, pequeñas nubes danzaban en el horizonte, se observaban de tipo cumuliformes formando otro mar en el cielo y más allá en lo profundo en donde se unía el cielo y el mar las nubes se engalanaban con tonalidades más oscuras, él anciano le hizo la observación al joven de que el tiempo estaba tornándose tenso aunque el mar se observaba en calma: —A veces el cielo celoso de nosotros los pescadores que tratamos de ser dignos de las gratitudes del mar, puede ser traicionero y hasta en los momentos de mayor calma puede azotarnos con sorpresa.

El joven observó el horizonte y al lado de aquel anciano experto no le pareció tan severo, las nubes no se vislumbraron tan nefastas como decía el anciano y le comento: —Son nubecillas blancas como manadas de borreguitos, si se ven un poco oscuras allá a lo lejos es porque el sol no nos las alumbra bien, estas que pasan indiferentes de nosotros y sobre nosotros son bellas.

— ¡Quizás! Pero estamos a mediados de septiembre y en estos meses a veces ocurren ciertos fenómenos que se presentan aún en días soleados aunque con nubes, tú mi joven, tú ves esas nubes lejanas con el optimismo de la juventud, yo las veo con el peso de los años y quizás eso me hace pesimista, además mira alrededor varios pescadores se empiezan a retirar para escapar de una posible tormenta.

— ¿Cuántas tormentas no habrás vencido tú? ¡Tú que eres tan viejo como el viejo rey Neptuno, este mar es tuyo anciano, tuyo! —dijo sonriendo y agitando la mano ante la magnitud del paraíso.

—Así fuera yo tan viejo como Matusalén, Enoch o Jonás el de la ballena, no hay quien venza a una tormenta bien parida, una de esas de las que Dios uso en grande para lograr su diluvio.

—Hay que ver la oportunidad, es mediodía, el sol es bueno, y a menos delfines a nuestro alrededor mayor ganancia de peces, el cobarde nunca llego a rico, dijo sonriendo el joven.

—“el cobarde nunca llegó a rico”, a mis años solo sé que el valiente es el que nunca ha llegado a viejo, además ¿Cómo dices ser valiente si nunca has estado en medio del mar funesto y furioso, embravecido y vil? Tu inocencia y juventud te ciegan, cualquier hombre es cobarde ante la inmensidad de un mar brutal y despiadado, no hables de cobardía en los demás, púes tú no vendes piñas ¿Acaso no recuerdas tus primero días al meterte al mar?

Avergonzado el joven se agacha un poco para después regresar su vista al horizonte en donde a lo lejos entre el cielo y el mar se dibuja una línea delgada que por momentos se mueve y curvea, extrañado el joven llama la atención del anciano a lo que ven sus ojos. El anciano observa y suspira y al final después de un resoplido de viejos pulmones aderezados de tabaco dice al joven: —Es Dios que también anda pescando, sòlo qué él como buen pescador que es, no utiliza el anzuelo y la carnada, no utiliza la red, sòlo utiliza eso que ves bajar del cielo ¡Su sedal divino! Quizás me equivoque en esto último quizás no sea Dios, sino Pedro que extraña el pescar, aunque en la iglesia creó recordar, que el padre dijo que él usaba redes como nosotros.

— ¿Sedal? No entiendo, eso que se ve a lo lejos es su sedal para pescar ¿Y cuál es su anzuelo y su carnada?

—Su anzuelo es el viento, su carnada son nuestras esperanzas de ganarse la vida por medio de los peces de este mar ¡Vamos muchacho, ayúdame a recoger las redes!

Quince minutos duro aquél extraño espectáculo en la lejanía, luego el muchacho observó como aquel “sedal” regresaba al cielo, mientras más nubes formando otro mar en el cielo se cernían sobre ellos.

Él muchacho preguntó al anciano: —¿Has visto aquella cosa de cerca? —el anciano miró el horizonte oscuro y sin dejar de trabajar en sus redes, le contesto:

—¡Sí! En estas temporadas es común verlas, también mi abuelo me contó una vez que una serpiente de agua, una mazacuata de agua, como le decía él, cayó en un lago cercano a su vieja choza, dice que era muy hermosa, totalmente blanca y bailaba sobre el lago no duró mucho, pero siempre que lo contaba yo le oía entusiasmado, aquí en el mar en cuánto se observa una de estos sedales como yo les digo bajar todos los pescadores se regresan al puerto, nosotros lo haremos ahora.

El anciano trato como siempre de reanimar al viejo motor moribundo, para que emitiera esos agónicos ronquidos de siempre que los llevarían a puerto, pero el motor no quería hacerle al Lázaro está vez, mientras los demás pescadores llevaban sus botes y mejores lanchas rumbo a puerto.

Fue en aquellos momentos de una tranquilidad no reconfortante que el joven señalo una nube a unos ciento cincuenta metros en la cual creyó ver por instantes la formación de un bonito seno de mujer que después fue adquiriendo forma de embudo, mientras que abajo en la superficie del agua ráfagas de viento empezaban a levantar agua, de aquel embudo comenzó a surgir una formación que al principio al joven le pareció la mismísima extremidad de Dios queriendo tocar el mar, queriendo unirse a los vientos que alzaban en aquella zona el agua, el viento lo sintió más intenso el joven en sus mejillas sonrojadas, en su rostro y en su alma, mientras el anciano le despertaba de la ensoñación y lo jalaba a que empezara a remar mientras el anciano despertaba al motor, que seguía más dormido que el joven, y el joven remaba aunque en el fondo sabía que algo así sería inútil ante lo que observaba a la distancia, aquello había unido el cielo y el mar en matrimonio por medio de aquel embudo siniestro, tenía una altura de unos seiscientos metros y esa distancia o lo doble quería el joven estar alejado de aquello, era majestuosa, era hermosa y terrible, parecía estática, pero solo era ilusión, como un ser vivo comenzó a moverse curveándose desde la nube, asustado le pareció verla casi encima de ellos, pero aquello giró en dirección contraria.



Mientras el viejo conseguía que el motor emitiera sus ronquidos de siempre y la vieja lancha comenzaba a surcar rumbo perpendicular de noventa grados al movimiento de la formación terrible.

— ¡Maldita tromba, hija de puta! —grito y escupió el viejo.

— ¿Tromba?, eso es lo que es… ¡una tromba! Es como un tornado —dijo el joven sin haber visto jamás ni un tornado y obviamente ni una tromba.

—Eso o lo otro ¡Qué importa! Dios o Pedro nos quieren pescar hoy, pero prefiero que me pesque en mi cama y seco, así sí, que me lleve a donde quiera.

Al parecer lo hecho por el viejo funciono bien ya que aquella tromba marina quedo alejada, no lo suficiente como para evitar que aquellos ojos de joven y de anciano vieran con horror como otra lancha más grande que la del viejo y con cuatro infelices se perdía volteada para siempre en la inmensidad del golfo de México, más aún no pudieron más que ver con asombro como de la misma nube que había surgido la primera, surgían otras dos más, en caprichosas formas curveadas, mientras empezaba a llover y algunos relámpagos se dibujaban en el horizonte.

El joven atemorizado y el anciano aliviado estaban tan ensimismados en la visión de aquellas formas danzantes sobre el mar, que no se avisparon en ver la tremenda nube que estaba sobre de ellos y de la cual se desprendía otro embudo de un diámetro de cincuenta metros que emulaba a las fauces de un Moby Dick celestial que emergía de ese mar de nubes, sòlo el cambio en la presión y el viento que aumentaba les indico que no habían escapado de aquel cielo temible.

El anciano apretó la dentadura, y se prestó a dirigir su embarcación lejos del ente que bajaba ya sacando su tubo de condensación para unirlo con el mar, mientras al viejo más le parecía como si el cielo arremetía a violar al mar con su falo de nube.

Por fin se alejaban ya a unos setenta metros de aquella mítica culebra de mar, cuando está alcanzó la superficie, la velocidad de los vientos se sintieron de forma avasalladora aumentando de veinte kilómetros por hora a treinta, la vieja lancha se sentía más frágil que los huesos del anciano, el tubo de condensación tenía un diámetro de treinta metros, la zona de spray que levantaba el agua hasta a unos ciento cincuenta metros, tenía su diámetro de cincuenta metros el anciano se apresuró a repetir la misma maniobra que con la anterior tromba y la vieja lancha viro perpendicular a la dirección de la trayectoria del terrible meteoro marino en un grado de noventa grados, la velocidad de desplazamiento de la tromba no era grande apenas llegaba a unos veinticinco kilómetros, pero los vientos los vientos arremetían con fuerza horrible contra la pequeña lancha, entre más cercana se encontraba la tromba a la pequeña embarcación.



En esta lid disfuncional de David y Goliat, la ocasión no favorecía a David y el viejo motor de la lancha que era su honda para vencer al gigante empezaba a fallar, y el terror se dibujaba en la faz del joven y la resignación en la cara del anciano.

Los vientos, mientras la tromba arremetía ya próxima, aumentaron está vez a cincuenta kilómetros por hora y la vieja lancha empezó ser azotada sin piedad por las ráfagas, el anciano empujó al joven al agua y le ordeno sumergirse, él anciano se apresuraba para hacer lo mismo cuando la tromba pasaba en dirección perpendicular a la embarcación a unos quince metros, los vientos levantaron aquel alfeñique con toda su fuerza de doscientos kilómetros por hora y el viejo y lancha desaparecieron volteados para siempre entre la inmensidad del cielo y el océano.

La tremenda tromba siguió surcando el mar a unos cuarenta metros de aquel suceso, hasta que al llegar al embarcadero fue perdiendo fuerza y se deshizo en una llovizna fuerte sobre el puerto, otras trombas se descolgarían aquella media tarde de septiembre, de menor diámetro y menor intensidad, después se desató una llovizna que duró tres horas, para las seis de la tarde del, la tormenta quedaba en el olvido, no así el luto provocado por aquellos incidentes de un horizonte de tormentas y sedales de un viejo Dios o quizás de un Pedro recordando sus días de pescador.

¿Y que fue del joven? Llámenle un milagro o un designio del creador que a lo mejor decidió que aquel pescado de su inmenso mar era todavía muy tierno y joven y no valía la pena sacarlo todavía, púes aquel joven apareció vivo inconsciente en la playa, golpeado, pero vivo, lo llevaron a recuperarse al hospital más cercano y con el tiempo a su favor está vez decidió regresarse a la capital y dejar que el buen Dios le pesqué de preferencia de viejo y mejor aún recostado en un seco lecho.


Salvador Méndez Z. 21/11/09 ® Derechos Reservados Mèxico


Pd. Dedicado a mi recièn nacida beba: Ashley y a mi hija Scarlett
Màs bendito entre mujeres, ¡ahora sì!
Y que me disculpen por dedicarles algo tan mal... ya mejor lo dejo asì.

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