jueves, 29 de abril de 2010

Tres copas nada màs

Sólo tres copas, se dijo así mismo, mientras observaba su reflejo asqueado frente al viejo espejo de la familia, ¡Solo tres!-repitió en voz alta, él sabía que las necesitaba, aquél sujeto de mimbre había vuelto a vivir uno de esos días en los que la vida le recuerda que es solo un pedazo de carne que merece ser aventada al viejo asador, o en su defecto tan pésimo, al triturador de carne para después ser dado a los perros callejeros, con la certeza gris de que hasta los perros más hambreados lo dejarían de lado. Esta vidita de siempre, que se estira y se alenta, que se pone tan agria, que le gusta despedazar poco a poco, retazo de vida a retazo de alma, esta vidita que por espacios es tan burlona con los despojos que deja la marcha batiente de los malos momentos que van y vienen de forma tan cotidiana, que la vida misma es una suerte de momento de eterna chinga, por que la vida nunca se mantiene perpetua en una forma dulzona como la de un final tonto de felices por siempre, por que gracias a Dios la vida no es tan ñoña, ni tan sosa, pero también no es tan buena como debería, por que siempre falta algo o se espera algo que nunca llega y en el saco de la autosatisfacción por más placeres que se le echen, siempre será insuficiente, pues el saco está roto, son promesas de logros que aquel sujeto del espejo, que ahora se observa así mismo, logros que aquel nunca ve concretados por la maldita desidia, por ya no querer seguir en la marcha decadente de estos años que son ya tan vale madres, por las telarañas de tiempo que se han acumulado de forma cotidiana, por los deberes de siempre, por las necedades del todo, por seguir sin realmente seguir a nadie ni a nada. Con tanto de todo sin obtener realmente nada ¿Cómo podría a veces cuando todo estaba tan revuelto dentro de su cabeza, salir a lo cotidiano? Pasó bastante tiempo sin dilucidar una respuesta clara y una forma sencilla y al parecer efectiva, de hecho fue por error quizás por capricho, en la tarde simplemente, después de la hora de comida, cuando ya estaba listo para salir pero sin realmente quererlo, físicamente y mentalmente se sentía y veía así mismo de preferencia oculto en un baúl en algún sótano u armario, su mente estaba varada y con la pesadez del alama que eso conlleva, terminó por observar un limón partido que descansaba a su forma moribunda sobre la mesa del comedor, mientras atrás del cítrico, sirviéndole de escenografía maquiavélica, sobre la misma mesa se encontraba aquella botella de “recuerdo” de la fiesta de quién sabe quién, quizás del baile de quince años de la sobrina de algún familiar, pero en fin aquella botella estaba ahí, llena, rebosante, esplendida de un tono azulado en el vidrio soplado; Y fue por aquellos momentos cuando la cabeza más le pesaba, que se pregunto a sí mismo ¿Y por qué no?, vio su reflejo en el espejo se preguntó de nuevo y después con la decisión de los que se quedan cuando hay amor, apuro un vaso remedo de tequilero para poder irse, le quitó el corcho a la botella azulada, sirvió, se hizo dueño del limón mezclado con la magia de la sal y tiró matar con la primera copita, el sabor de la primera nunca es bueno, sintió que se le quemaba la garganta mientras resbalaba al erebo se su ser, para ablandar el pasó probó el limón, un calorcito se expandió desde su estomagó hasta sus mejillas, apuró la segunda copita, está vez el sabor no le pareció tan despreciable y el limón de nuevo acompaño y suavizó la tonada; -¡Otra más!-expresó para sí mismo, aunque el tono fue como si le ordenara a un cantinero de la taberna de la imaginación; la tercera fue la culminación necesaria del principio de una tarde más para ir a la gran ciudad. Dispuesto para por fin salir, le coloco el corcho a la botella azulada y ya con el calorcito producto del tequila circulando por su ser se enfrentó a la realidad, a la calle y al desmadre de la vida; al final sólo pensó que el tequila era como la gasolina necesaria para que arrancara el motor, un motor ya muy oxidado, tozudo y mañoso. ¡Allá vamos!, aunque no vayamos con ganas, pero allá vamos por que no queda de otra, y otra vez a subir al transporte, que bien podría ser una carreta fúnebre llena de cadáveres y al fin y al cabo poco le habría importado, y al fin y al cabo quizás le hubiera hasta gustado, que importa para esos momentos como o en donde se viaje, el chiste es que haya arrancado el motor, que jalé, que se llegué al mismo destino de siempre, aquel que ya harta, pero al que es necesario llegar aunque sea a costa de tres copas de tequila, tres golpecitos para que siga el corazón con su tum tum con su pam pam con su ¡Que chingados!, como se pueda o como se deba, a pesar de que no se coma ni esperanzas, ni comida real, a pesar de que se viva arrimado al pésimo “gusto de vivir” con una responsabilidad mal cumplida, con el honor ya empeñado, el amor cansado, el calor que arremete por las noches y fines de semana, lo antisocial de alguien que tiene que vivir en sociedad y peor aún trabajar así; Tres copas, pero si por el fuera se hubiera echado toda la maldita botella, sólo así, creía ser capaz de soportar otro día u otra noche, tres copas nada más y así fue esa tarde para que arrancara el motor, tres copas al tercer día cuando iba temprano a trabajar, a pesar de que fueran las cuatro y media de la mañana, no importaba que no desayunará nada, en esos días sólo se comían tacos de aire arrimados a la falda y el cobijo materno de la culpa, la maldita culpa de ver a los que le quedaban, tan dependientes de él y él tan dependiente de tres copas para poder salir a enfrentar la muerte lenta de las horas, el funeral de la vida, los viejos sueños del viento y del espacio, de la luz de las estrellas que al llegar a está bolita de lodo llamada tierra es la tarjeta de presentación de unas estrellas que ya murieron, en está vida nos guía la mano de los muertos, derechito a morir, lo cuál no tiene nada de malo, lo malo es que a veces nos morimos antes de ser sepultados, incluso años antes de que nos metan en nuestro féretro, la muerte nos va acostumbrando a su presencia día a día, noche a noche, va arrancando pétalos de la flor de la vida, mientras susurra canciones de cuna que duermen al más vivo para sacarle más muerte –ha de trabajar a destajo, ¡La muy ladina!- ¿Qué se puede hacer?, ha de ser por eso que el vino es la sangre de Cristo, con eso se reconforta el espíritu… santo y amén, diría mi abuela – si la hubiera conocido- A veces alguna alma, de aquellas muy dadas a ocupar su tiempo en ver lo que hace medio mundo, podría pensar que el sujeto de las tres copas era un alcohólico declarado de fin de semana largo, entre fiestas y reuniones para tomar, pero no era así, aquél sujeto de las tres copas siempre pensaba que beber y suicidarse, se tenía que hacer de forma correcta y esa era que si uno se suicidaba tenía que ser a solas de manera intima para despedirse de si mismo, y beber por lo tanto tenía que ser igual, había que beber sólo o mejor nada, así realmente se muere o se bebe de forma sincera. Las tres copas en cambio eran necesarias siempre, desde aquella tarde en que sintió que su motor ya no arrancaba al ver su reflejo cansado frente al espejo familiar, el de sala; Sólo eran tres copas para que arrancara el motor, solo tres copas nada más.

miércoles, 21 de abril de 2010