lunes, 30 de noviembre de 2009

72 horas


Día tres

Hay amaneceres que saben a gloría, otros habrá que sepan a Dios bendito, otros a María Magdalena en los tiempos en los que sabía del gocé carnal, otros más se degustaban mejor con el café en grano que hervía en la vieja olla del padre, a veces eran árticos de piel morada y labios resecos, y en la actualidad ya casi eran nulos los que se disfrutaban sin pena de levantarse hasta muy tarde con el plus de todavía estirarse para sacudirse la flojera de un domingo, ¡Que perdone Dios, pero los domingos tan temprano los dedica el cuerpo a la iglesia del descanso!, de todo hay, bellos amaneceres, amargos amaneceres, indiferentes amaneceres, y amaneceres de los que se espera que mejor ni amanezca, ¿Para qué jodidos? ¿Nada más para seguir respirando de a madres el oxígeno de los anhelos muertos, y para seguir caminando con paso de tonto con mirada de perro apaleado y conciencia de lastre?


Empezaba el día, y fue el amanecer de un domingo de los que aquel tipo ya no disfrutaba, de los malos, de los que es preferible vivir con alcohol en la panza y en el aliento, de los que en todo aquel lugar que llegó a vislumbrar como una esperanza para su apuro, se encontraban cerrados, en los domingos no trabajan los ángeles ni los milagros, han de ir a misa para lavarse los pecados hechos en nombre de la gracia divina, no trabajan más que aquellos a los que no les queda otra y esos no están de humor para salvar a un moribundo que simplemente no se muere.


Los pasos recorrieron las calles de la vida, la vida recorrió los andares del invalido, el pobre diablo supo que su infierno estaba en la tierra en el aquí y el ahora, la gloria es lejana, el infierno simplemente estaba al doblar la esquina del circulo vicioso que nunca supo abandonar, estaba a nada de hundirse para siempre en el abismo de la irresponsabilidad y la estupidez, no hay mayor desgracia que la que uno mismo se provoca y no hay mejor verdugo, ni mejor mano que empuñe la guadaña que la de uno mismo, no hay destino más añorado que el que nunca se realizó, ni mayor desamor que la falta de amor propio.



Él se resignó por última vez en las últimas horas de su pasión, se resignó con la resignación de las almas muertas al dejar la carne, se resignó con la valentía de los que ya no les queda otra más que perder, se resignó con la fe de los que no rezan porque ya saben lo que hay al final de este túnel y de esta vida de monedas echadas al pozo de los deseos que huyeron al amanecer.

A él le encantaría emborracharse por última vez, a él le encantaría aprender un baile alegre antes de bailar ese tango amargo que le espera, a él le encantaría ser obsceno con una piel femenina de baja reputación, bajo un puente en cualquier día lluvioso de algún viejo pueblo, de alguna ciudad de carnaval, de alguna senda de pecado, le encantaría volar al viejo mundo a lomo de ave migratoria, de ave de todas patrias, de ningún lado, de todo mundo, de nunca tuyo, empezar vida en otras vidas con otros nombres, con otros ojos, con otras emociones, con otros tiempos, porque aquí en el ahora ya no quedaba nada, sólo lo que quedaba lo que no se tuvo siempre, en esta carrera de la vida, sólo hay una hermana obscena llamada oscuridad.



El lunes llego, el plazo se cumplió, hay que ser igual de puntual y llegar a la cita del fin de camino, hay que llegar al comienzo del precipicio y aventarse gritando un soberano ¡A la chingada! Mientras se aprietan los dientes, los puños, el estómago, los humos, los años, el corazón, el alma y los sentimientos tan llenos de cansancio.

Adentro, la fila de espera con las mismas caras de soledad, las paredes sangrantes de siempre, aquella musiquilla para tranquilizar al ganado antes del sacrificio, la faz gris de los empleados, sus instintos de sanguijuela, estos vampiros modernos que se alimentan con la sed del necesitado.

Sentado en un silloncito muy cómodo, él quisiera que fuera de púas, para que lo blando no le engañara, la noche anterior entre sueños un Zapata que lloraba lágrimas de tequila le gritaba enfurecido desde el fondo de un barranco de olvido y de promesas dejadas, «¡Tanto pelear y tanto tragar tierra de la revolución! ¿Para que, para nada?», de su cuerpo sangraba más tequila, incluso mezcal, por orificios de bala, por orificios de olvido, por orificios de promesas que muchos transmutaron en mentiras, por orificios de un pueblo todavía hambriento y sediento, una maldición gritaba al cielo ese Zapata y después caía fulminado por la hipocresía de una tierra llena de políticos rateros.


“Su tiempo, su plazo se cumplió y usted mi amigo no cumplió, es usted un desobligado y por lo tanto, ahora debe su futuro y su alma si es que todavía tiene”, le dijo aquel que lo atendió con amenazas la vez anterior, está vez tenía un brillo siniestro en los ojos y en los dientes, parecía un lobo antes de saltar sobre su presa, y su presa estaba tan hundido en aquel sillón como lo estaba el amor en las casas de empeño.

Los regaños de aquel verdugo de corbata y perfume de menta azotaban un huracán la austera fachada de aquel sujeto, « ¿Qué no les bastaba con destrozar sueños, además deben de humillar a sus víctimas?», pensaba aquel sujeto, las paredes bañadas de sangre, a más regaños y humillación se desbordaban más de aquel líquido, aquel cuarto en el que el diablo negociaba, se achicaba cada vez más y todo era más y más asfixiante, «¿Dónde te quedaste Zapata, por qué no completas lo empezado?», fue el pensamiento desesperado que cruzo la mente del sujeto como golondrina herida, mientras le tocaban “las golondrinas” a su libertad de vivir en paz.

Y del fondo del abismo, del barranco de su mente, escucho la voz de un Zapata sangrante que le gritaba a todo pulmón perforado de plomo “¿Y por qué no lo completas tú, por qué no acabas tú lo que yo empecé? ¿Temes acabar con la cara al suelo y la boca llena de tierra y sangre? ¿Qué temes? ¿Temes que te olviden a ti también? ¿Qué te recuerden más como un mito que como un hombre que sólo quiso una mejor vida? ¿Qué pierdes que no has perdido ya?”.

La voz lo cimbro, le pareció escuchar la voz tan dejada al pasado de su propia madre, le hubiera gustado verla aunque fuera en sueños, enfrente de él su verdugo de corbata y perfume de menta sonreía con la confianza de los desalmados, en cambio él, él estaba tan cansado de una mala vida y de un mal fin, así que cansado de todo y con ganas de descansar la carga de toda una vida surcada a contracorriente, se dijo así mismo «Y por qué no»

Lo que ocurrió enseguida fue la interrupción de la musiquilla tranquilizadora por parte de unos comerciales de detonaciones por arma de fuego, que salieron de aquel cubículo, en el que por primera vez en mucho tiempo las paredes se cubrían con la sangre de una de aquellas sanguijuelas, todos miraban asombrados y asustados, al autor de aquella sinfonía macabra de disparos salir de aquel cuartito, con arma en mano y pidiéndoles a todos los presente que se retiraran para que él acabara de saldar su deuda con tan finas personas chupa ilusiones, la gente le obedeció y él permitió que salieran también las recepcionistas de faz gris, los del aseo, los ayudantes y demás víboras y demás alimañas. Cuando por fin se sintió tan solo como siempre cuando estaba consigo mismo, empezó a juntar papeles de archivos muertos de muertos de esperanza que como el habían firmado tratos injustos, después prendió una antorcha de coraje con la cual dio a luz a un fuego quema pecados, en pocos minutos se escuchó el chillar de las patrullas que rodeaban el lugar, siempre prestas cuando el dinero es la víctima del cuento, mientras alguien gritaba que llamaran a los bomberos, pues aquel lugar era una hoguera ya digna del mejor aquelarre, y aquel que decidió que era mejor terminar consumido en fuego que por los años de una vida vendida al desastre y a la intranquilidad, aquel cansado de tanto pedir sin esperar respuesta afirmativa no rezaba, solo ardía, ¡Rezar ya pá qué! Pensaba eso aquel sujeto mientras pensaba que eso mismo había pensado Zapata después de ser acribillado por los fusiles del olvido.



¡Ya pa´qué!



Salvador Méndez Z El Bohemio.

México 12,16,30 de Noviembre del 2009. ®



lunes, 16 de noviembre de 2009

72 horas


Día dos


Navegó el segundo día entre maldiciones a su pasado y a él mismo por la culpabilidad de dejar que pasará lo que había pasado. Tan terrible era el alba como la mortecina luz de aquel fin de semana agrio, resignado surco sin ganas hacia el destino manifiesto irrisorio y tan obsoleto como los viejos sueños, testigos ya solo del nacimiento de sus canas, sin la esperanza de realizarse en un mundo que no obedece los designios de lo fantástico, y las buenas corazonadas sufrieron de malos ataques, el corazón nunca fue buen consejero de la razón, la vida se acabó el día que empezó todo aquello, el joven se convirtió en hombre y el hombre regreso la mirada a la sombra del joven y solo pensó «¡Qué estupidez!», las palabras fueron amargas y crueles, el odio en contra, el que se producía así mismo, era el peor veneno por ser el que le consumía su propia alma.

Este día estaba muerto tanto como el primero, tanto como todos los que seguirían en su vida si no lograba un milagro de los que no llegan nunca, encerrado en su lugar de trabajo, trabajaba en alguna razón para matar el tiempo, mientras marcaba a números con el teléfono de la “súplica”, le marcaba a un dios al que había cremado hace tanto tiempo, al que había dejado abandonado en la urna de madera del olvido, a ese que también había dejado cansado y viejo ayudando a otros a llegar a su destino en transportes que cobraban por dejada con las arrugas que deja el tiempo y el dolor de recordar, a todos llamo en su pensamiento, a todos dejo mensaje en las sombras de una vida, «¡Que ganas de volver!», pero no, eso era imposible, solo recuerdos quedaban del tiempo ido, de aquellas mañanas de sol, cuando era rey de una creación propia y no tenía que vivir de las vidas que nacían en otros, en cuya compañía nunca terminaba de sentirse ajeno y distante, buenos recuerdos, malos recuerdos y pésimas horas que avanzaban lento pero que mataban rápido

Para cuando salió de aquel encierro de necesidad laboral, los nervios se reían destrozados a puñetazos de pensamientos fúnebres. Más en automático que por decisión se plantó en la espera para abordar el transporte que lo llevaría a su hogar en donde nunca se podría consolar metiéndose entre las cobijas, allá en donde se debe ingresar por el portal con una máscara y disfraz de valentía, con porte de torre vencedora, más lo acertado sería decir que el disfraz es prestado y el porte de “la torre” tiene el gran defecto de tener cimientos blandos, desgastados por la falta de voluntad e inundados de hartazgo de luchar en marea alta. ¡Cuántas ganas de irse a visitar el mundo o de tomar por asalto el banco de la buena vida! De dejar lo reiterado, de abandonar el desabrigo, de sumar y dejar de restar lo que nos resta por vivir cuando no se puede asegurar que se vive, de mentarle la madre al infortunio y de mostrarle una mala seña al embustero profeta que se observa en espejo, el mismo que en la juventud pregonaba que el futuro era brillante, nada es real pero la realidad actual… ¡vaya que jode y jode bien!

Terminaba el segundo día más no el tercero y último…





jueves, 12 de noviembre de 2009

72 horas


Día uno

Aquella alma caminaba sin pensar y pensaba demasiado, iba desvalida de vales y dinero, de esperanza y voluntad, sus pasos eran lentos, flojos y no queriendo pasar por más de todo y todo era lo que precisamente le pasaba por la espalda y por los ánimos.

La vida normal sólo demostraba lo anormal de todo y la vida extraña le estorbaba, era un clavo más para estar fijo al madero, madero raja ilusiones, ilusiones de fantasías sepultadas en los amaneceres del alma vieja y cascada.

Su mirada envuelta con su antifaz de fiesta con merienda de ojeras, su esencia sombría y pesada como las cadenas de los muertos, caminaba a paso lento pero llegaba rápido. Y pronto ante él, se presentaba horrida como manicomio la fachada de su destino, y la verdad sea dicho era una fachada pobre, tanto que al verla creyó que se había equivocado de calle. Observó de nuevo el letrero con el que había sido bautizado aquella polvorienta avenida y no le quedo duda, no había fallo, el nombre era el mismo: avenida erebo conocida también como avenida limbo.

Era tan extraño ver aquel inmueble, por fuera parecía más una plaza de pobreza que un consorcio para el dinero, solo cuando ingreso al local fue cuando la realidad le golpeo en su cara gris.

Adentro había ya varias almas sentadas en espera de soluciones, una música calmada escupida por una bocina contrastaba con las caras de todos los asistentes, mientras las paredes chorreaban de sangre y los que atendían en el lugar estaban infectados de una especial empatía por las cosas muertas, el arrebato de la tranquilidad y su fin que era la ganancia de los buitres.



Él se sentó en un banquillo para esperar el dictamen de la condena, se sentó y espero mientras la música de la bocina sonaba a mar y la mente decía tormenta. No había escape de aquel terreno, ya no, no había nada solo la espera y los remordimientos por un pasado dejado de lado que ahora arremetía con fuerza y torturaba los sentidos, otro clavo más y el corazón sangraba por vidas que se van a pique (más si es la vida de uno), mientras las almas desdichadas eran llamadas una a una para ingresar a un cubículo de pesadilla con verdugos de corbata y perfume de menta.



El turno de aquel al que le horadaban las dudas llego y fue invitado a uno de aquellos cubículos de pena, ahí un hombre de apariencia normal pero de ojos deshonestos lo saludo de cordial manera y le ofreció sentarse en una silla confortable, con sonrisa de amigo le empezó a cuestionar del motivo de su visita, esto último a pesar de tener un expediente de hojas de árbol, naturaleza muerta, del tamaño de una biblia o un necronomicón para escribir el nombre maldito de los condenados por deudas de cansancio, dinero maldito-bendito para vivir.

Él, un poco más muerto que de costumbre, un invitado descorazonado contestaba con los motivos del alma, mientras su interlocutor cuestiona más con las interrogantes de lo mundano y lo banal, aun así el verdugo permanece con una máscara de fidelidad a lo humano, de hecho se conforma con lo que le dice el individuo lleno de aspereza, de aquella que hace callo en la voluntad, las palabras iban, entraban en aquel recinto hueco en donde ventarrones de interés dejaban de lado los suspiros de compasiones, ¡qué más da un desdichado menos un desdichado más!, ¡qué más da una vida en penumbras, condena para un desconocido que llega buscando alivio del que no venden en botica! ¡qué más da vivir ardiendo en piel y años, con ojos de hielo tratando de congelar los buenos momentos de lo perdido! ¿importa acaso en el gran río que fluye al mar, que el pez de agua dulce muera entre sales de abandono de un mar indiferente, un pequeño pez importa a un dios, sea del mar, sea el altísimo, sea la virgen?, ¡sea lo sea y sea lo que se deje y se acabe y al diablo todo! Mientras el dinero gane y gane bien, ¡qué importa que hagamos trueque!, ¡ten la corona de espinas, cíñela en la testa, mi hermano, mientras yo bebo de la vid y recibo la plata, mientras tu tranquilidad desaparece y viene la angustia, mientras dejas de dormir y menos pienses en soñar, ni se te ocurra que podrás sentirte libre para amar! El chiste de esta vida sin chiste es matarles las ganas a otros para que no suban árbol y prueben la fruta, los malditos ganan mil veces sobre huesos de los que se piensan buenos, “buena gente”.



Después de que la negativa se interpuso entre los dos, el verdugo de corbata abandona aquel cuarto diciendo que le llevara un registro de que estuvo presente en aquel infierno dejando al cuestionado con la incertidumbre del “qué pasará”, imposibilitado de no poder guiar su propio sino, el cubículo le parecía cada vez más pequeño y el ambiente se tornaba cada vez más asfixiante y la vida se arrodillaba frente a la penumbra de una adversidad avasalladora, no le quedaba otra cosa más que esperar, ¡por lo menos ya saldría de aquel lugar! Sin buenos resultados, pero al menos saldría de ese infierno particular.

En ese momento se abrió la puerta de los condenados y apareció otro verdugo de corbata, este saludo, pero incluso el saludo sonó descortés y más bien fue un aviso de que el desgate y la pena proseguirían con consecuencias funestas.

Esta vez el interrogatorio disfrazado de plática fue más seco basado en la intimidación y en tratar de lograr lo que “el buen trato no pudo”, el verdugo tejió redes de distintas fibras que auguraban todas un mal futuro para acusado, el pobre diablo en cuestión experimentaba un desasosiego y una certeza de un final gris para todo y el derrumbe de su entorno, el verdugo sonreía mientras escupía palabras de victoria para él y los suyos, eran invencibles porque así lo quería una ley muerta de aquellas que solo aplican en contra de los pobres diablos, «¿Qué puede hacer cualquiera, ante nosotros los que nos apoyamos en leyes muertas para matar la esperanza? ¿Qué puede hacer cualquiera cuando nosotros tenemos la única verdad, la que vale, acaso hay dios o diablo que nos pueda detener?».

El acusado, el desahuciado por un momento sintió el sabor de la respuesta en su paladar, un sabor que le indicaba lo que realmente merecía por respuesta el verdugo, solo hay un juez justo en esta vida y ése solo puede ser la muerte y que mejor que la muerte de aquel verdugo de corbata que se apreciaba “intocable”, la juventud hace que todo mundo se sienta inmortal, aunque la verdadera inmortalidad no la soportaría nadie. Él saboreó esa muerte en el paladar otra vez, cansado de tanta bajeza y de tanta mala racha, y aunque por dentro la necesidad de batir esas sangrientas paredes de sangre de los desdichados con la sangre negra de los verdugos de corbata le era imperativo, su civilidad, su presencia en este mundo tan moderno, al que se había apegado tanto se lo impedía, mientras el verdugo le ofreció una última oportunidad de salvarse de ese negro camino, con presteza inusitada le extendió una hoja con letras malditas para un trato perverso, un salvavidas de los que hunden (al cual se aferró el desdichado).

Tenía 72 horas para disipar los negros nubarrones de su presente o el futuro le aplastaría, un vació en el alma, un pesar en la espalda y la terrible sensación de que estaba más solo que de costumbre lo acompañaron a la salida de aquel lugar maldito, con la certeza de que su viacrucis particular apenas empezaba y tendría que sudar sangre para salir de lo adverso.


Todo el día navego por las calles de la ciudad más impura del mundo, atraco en los únicos lugares que le parecían los indicados para no naufragar en la tempestad que se avecinaba, espero en salas de espera en las que la espera mataba y era más probable no esperar nada, hablo con los sordos, les hizo ademanes de súplica a los ciegos , tanto fue su andar y tanta la solicitud de ayuda a los que no ayudan, que al final tuvo que recurrir a una estratagema vil, una rogativa con tono de amenaza de exhibir lo insoportable de esas salas de espera y del derecho del trabajador en el que nadie trabajaba, al final fue esto y solo esto lo que movilizo lo inamovible e hizo que los sordos escucharan y los ciegos observaran, al final le dieron al desahuciado una leve esperanza, envuelta en más esperanza a la que de todos modos habría que esperar para ver si el resultado era positivo, terminaba el día y el tiempo se acortaba… faltaba surcar las inquietudes del segundo día, todavía sentía la pesadez en la espalda, ésto todavía no acababa…



viernes, 6 de noviembre de 2009

"Mi rincòn maldito"

Lo que era
y lo serà
para no ser
nunca lo que fue

lunes, 2 de noviembre de 2009

"Horizonte de Tormentas"


El sol parecía emerger de las entrañas del mar en aquel horizonte de mañana fría del mes de septiembre, surgía en el horizonte de un mar todavía en su mayoría fúnebre, parecía estar fundido con el mar negando las normas físicas de un universo que dictaban que fuego y agua nunca serían uno y ninguno de ellos engendraría al otro.

El mar y sus aguas se ruborizaban con el color cálido de ese sol naciente y dejaban de ser amenazantes tornándose amables para la vista y el alma, aquella mañana en el puerto de Veracruz era digna del pintor más privilegiado del mundo, uno con alma de poeta y mano guiada por el espíritu de Neptuno.

Sin embargo aquel amanecer sòlo era presenciado por los pescadores del puerto que se alistaban para salir y dejarse llevar a la buena surte del mar para llenar sus redes de ilusiones y pescados. Todos prestos todos listos, todos jóvenes, raudos firmes y valientes amantes de sus aguas, de la vida y sus mujeres, todos alegres y dicharacheros, todos menos uno.

Aquél anciano suspiraba al contemplar el sol en el horizonte mientras degustaba su taza de café amargo, también saldría al mar para ganarse el sustento pero no como aquellos que iban en botes medianos navegando varios para pescar bastante, él saldría en su vieja lancha de motor de ronquidos agonizantes, compañera de ya de bastantes pequeñas travesías al viejo y hermoso azul.

La vida y el mar eran de símil significado en el caparazón de vieja tortuga que resguardaba el alma de aquel anciano, añejado por infinidad de amaneceres y puestas de sol en aquel puerto de Veracruz, en donde siempre había respirado de la brisa suave del mar del golfo de buen bouquet, en donde de joven había amado, vivido, bebido, bailado y también había sido rechazado en algunas ocasiones y en la playa había tenido que desahogar sus penas llorando tiernamente, eran días grises, mientras el mar con cúpula de nubarrones lo acompañaba en el llanto con una leve llovizna.

Después vendrían más amores y el temporal viraba en su vida, muchas vidas en una sola, demasiada vida, los recuerdos le parecían arremeter como olas contra la roca que representaba su andar por el mundo y el mar, todo eso, hasta que llego la dueña de su pequeña casita tan humilde como él, se les fue la vida sin hacer críos pasaron por no pasarles la pobreza y una noche de tormenta cuando ya el cabellos de los dos se recubría de canas, ella lo dejo para embarcarse en la barca del olvido, olvido que para el anciano nunca llegaba, todas las mañanas la recordaba, mientras observaba el horizonte para después prepararse y salir a la pesca de las viandas del mar emulando a Pedro antes de que le agregaran lo de santo. Aquel viejo anciano nunca entendió porque aquel Pedro había dejado la pesca en el mar por la santidad y la pesca de hombres y de almas, para el anciano no había mejor alma que la del gran mar, mar que amaba en calma, mar voluptuoso, mar tempestuoso, a veces demasiado violento con sus frágiles huesos, pero al cual nunca cambiaría ni por toda la santidad de Roma y del cielo.

El mar era tan eterno como la muerte y tan bello como la vida, siempre estaba ahí, siempre estaría ahí para él y para otros, otros como aquel joven de ciudad recién llegado de la capital hace un mes con muchas ganas de trabajar con todo aquel que lo quisiera llevar, y todo aquel que lo hubo escuchado había ignorado las súplicas de trabajo de un neófito y para colmo chilango, hasta que cansado de deambular se quedo sentado cabizbajo en una piedra cerca de la vieja lancha del anciano, y el anciano observándolo se compadeció de él y le ofreció enseñarle el oficio del mar y compartir lo poco que se logrará del océano.

Ya pasado un mes desde aquel trató, él joven aprendía bien del anciano a pesar de los mareos y de las primeras pequeñas insolaciones, después de tostarse su pálida piel bajo los abrazos abrasadores del sol y el azul del cielo y del mismo mar, ahora estaba más preparado para ganarse la vida en la pesca, y ese dìa al llegar al lugar del anciano y poner su mano sobre el hombro de aquel viejo en señal de gratitud y en muestra de estar a su disposición, le demostraba todo su aprecio. El viejo dejó su taza con algo de café sobre su triste mesita y se encamino mientras el joven lo seguía sin rebasar su paso en muestra de respeto, al llegar a la lancha ultimaron lo faltante, prepararon las ganas, el entusiasmo y las redes, el motor emitió protesta en forma de ronquido agonizante al encenderlo y dejaron el embarcadero rumbo a la zona un poco alejada de los demás pescadores, para probar suerte salada de mar.

El día se torno cálido mientras avanzaba la ronda de trabajo y la pesca en la pequeña lancha era buena, pequeñas nubes danzaban en el horizonte, se observaban de tipo cumuliformes formando otro mar en el cielo y más allá en lo profundo en donde se unía el cielo y el mar las nubes se engalanaban con tonalidades más oscuras, él anciano le hizo la observación al joven de que el tiempo estaba tornándose tenso aunque el mar se observaba en calma: —A veces el cielo celoso de nosotros los pescadores que tratamos de ser dignos de las gratitudes del mar, puede ser traicionero y hasta en los momentos de mayor calma puede azotarnos con sorpresa.

El joven observó el horizonte y al lado de aquel anciano experto no le pareció tan severo, las nubes no se vislumbraron tan nefastas como decía el anciano y le comento: —Son nubecillas blancas como manadas de borreguitos, si se ven un poco oscuras allá a lo lejos es porque el sol no nos las alumbra bien, estas que pasan indiferentes de nosotros y sobre nosotros son bellas.

— ¡Quizás! Pero estamos a mediados de septiembre y en estos meses a veces ocurren ciertos fenómenos que se presentan aún en días soleados aunque con nubes, tú mi joven, tú ves esas nubes lejanas con el optimismo de la juventud, yo las veo con el peso de los años y quizás eso me hace pesimista, además mira alrededor varios pescadores se empiezan a retirar para escapar de una posible tormenta.

— ¿Cuántas tormentas no habrás vencido tú? ¡Tú que eres tan viejo como el viejo rey Neptuno, este mar es tuyo anciano, tuyo! —dijo sonriendo y agitando la mano ante la magnitud del paraíso.

—Así fuera yo tan viejo como Matusalén, Enoch o Jonás el de la ballena, no hay quien venza a una tormenta bien parida, una de esas de las que Dios uso en grande para lograr su diluvio.

—Hay que ver la oportunidad, es mediodía, el sol es bueno, y a menos delfines a nuestro alrededor mayor ganancia de peces, el cobarde nunca llego a rico, dijo sonriendo el joven.

—“el cobarde nunca llegó a rico”, a mis años solo sé que el valiente es el que nunca ha llegado a viejo, además ¿Cómo dices ser valiente si nunca has estado en medio del mar funesto y furioso, embravecido y vil? Tu inocencia y juventud te ciegan, cualquier hombre es cobarde ante la inmensidad de un mar brutal y despiadado, no hables de cobardía en los demás, púes tú no vendes piñas ¿Acaso no recuerdas tus primero días al meterte al mar?

Avergonzado el joven se agacha un poco para después regresar su vista al horizonte en donde a lo lejos entre el cielo y el mar se dibuja una línea delgada que por momentos se mueve y curvea, extrañado el joven llama la atención del anciano a lo que ven sus ojos. El anciano observa y suspira y al final después de un resoplido de viejos pulmones aderezados de tabaco dice al joven: —Es Dios que también anda pescando, sòlo qué él como buen pescador que es, no utiliza el anzuelo y la carnada, no utiliza la red, sòlo utiliza eso que ves bajar del cielo ¡Su sedal divino! Quizás me equivoque en esto último quizás no sea Dios, sino Pedro que extraña el pescar, aunque en la iglesia creó recordar, que el padre dijo que él usaba redes como nosotros.

— ¿Sedal? No entiendo, eso que se ve a lo lejos es su sedal para pescar ¿Y cuál es su anzuelo y su carnada?

—Su anzuelo es el viento, su carnada son nuestras esperanzas de ganarse la vida por medio de los peces de este mar ¡Vamos muchacho, ayúdame a recoger las redes!

Quince minutos duro aquél extraño espectáculo en la lejanía, luego el muchacho observó como aquel “sedal” regresaba al cielo, mientras más nubes formando otro mar en el cielo se cernían sobre ellos.

Él muchacho preguntó al anciano: —¿Has visto aquella cosa de cerca? —el anciano miró el horizonte oscuro y sin dejar de trabajar en sus redes, le contesto:

—¡Sí! En estas temporadas es común verlas, también mi abuelo me contó una vez que una serpiente de agua, una mazacuata de agua, como le decía él, cayó en un lago cercano a su vieja choza, dice que era muy hermosa, totalmente blanca y bailaba sobre el lago no duró mucho, pero siempre que lo contaba yo le oía entusiasmado, aquí en el mar en cuánto se observa una de estos sedales como yo les digo bajar todos los pescadores se regresan al puerto, nosotros lo haremos ahora.

El anciano trato como siempre de reanimar al viejo motor moribundo, para que emitiera esos agónicos ronquidos de siempre que los llevarían a puerto, pero el motor no quería hacerle al Lázaro está vez, mientras los demás pescadores llevaban sus botes y mejores lanchas rumbo a puerto.

Fue en aquellos momentos de una tranquilidad no reconfortante que el joven señalo una nube a unos ciento cincuenta metros en la cual creyó ver por instantes la formación de un bonito seno de mujer que después fue adquiriendo forma de embudo, mientras que abajo en la superficie del agua ráfagas de viento empezaban a levantar agua, de aquel embudo comenzó a surgir una formación que al principio al joven le pareció la mismísima extremidad de Dios queriendo tocar el mar, queriendo unirse a los vientos que alzaban en aquella zona el agua, el viento lo sintió más intenso el joven en sus mejillas sonrojadas, en su rostro y en su alma, mientras el anciano le despertaba de la ensoñación y lo jalaba a que empezara a remar mientras el anciano despertaba al motor, que seguía más dormido que el joven, y el joven remaba aunque en el fondo sabía que algo así sería inútil ante lo que observaba a la distancia, aquello había unido el cielo y el mar en matrimonio por medio de aquel embudo siniestro, tenía una altura de unos seiscientos metros y esa distancia o lo doble quería el joven estar alejado de aquello, era majestuosa, era hermosa y terrible, parecía estática, pero solo era ilusión, como un ser vivo comenzó a moverse curveándose desde la nube, asustado le pareció verla casi encima de ellos, pero aquello giró en dirección contraria.



Mientras el viejo conseguía que el motor emitiera sus ronquidos de siempre y la vieja lancha comenzaba a surcar rumbo perpendicular de noventa grados al movimiento de la formación terrible.

— ¡Maldita tromba, hija de puta! —grito y escupió el viejo.

— ¿Tromba?, eso es lo que es… ¡una tromba! Es como un tornado —dijo el joven sin haber visto jamás ni un tornado y obviamente ni una tromba.

—Eso o lo otro ¡Qué importa! Dios o Pedro nos quieren pescar hoy, pero prefiero que me pesque en mi cama y seco, así sí, que me lleve a donde quiera.

Al parecer lo hecho por el viejo funciono bien ya que aquella tromba marina quedo alejada, no lo suficiente como para evitar que aquellos ojos de joven y de anciano vieran con horror como otra lancha más grande que la del viejo y con cuatro infelices se perdía volteada para siempre en la inmensidad del golfo de México, más aún no pudieron más que ver con asombro como de la misma nube que había surgido la primera, surgían otras dos más, en caprichosas formas curveadas, mientras empezaba a llover y algunos relámpagos se dibujaban en el horizonte.

El joven atemorizado y el anciano aliviado estaban tan ensimismados en la visión de aquellas formas danzantes sobre el mar, que no se avisparon en ver la tremenda nube que estaba sobre de ellos y de la cual se desprendía otro embudo de un diámetro de cincuenta metros que emulaba a las fauces de un Moby Dick celestial que emergía de ese mar de nubes, sòlo el cambio en la presión y el viento que aumentaba les indico que no habían escapado de aquel cielo temible.

El anciano apretó la dentadura, y se prestó a dirigir su embarcación lejos del ente que bajaba ya sacando su tubo de condensación para unirlo con el mar, mientras al viejo más le parecía como si el cielo arremetía a violar al mar con su falo de nube.

Por fin se alejaban ya a unos setenta metros de aquella mítica culebra de mar, cuando está alcanzó la superficie, la velocidad de los vientos se sintieron de forma avasalladora aumentando de veinte kilómetros por hora a treinta, la vieja lancha se sentía más frágil que los huesos del anciano, el tubo de condensación tenía un diámetro de treinta metros, la zona de spray que levantaba el agua hasta a unos ciento cincuenta metros, tenía su diámetro de cincuenta metros el anciano se apresuró a repetir la misma maniobra que con la anterior tromba y la vieja lancha viro perpendicular a la dirección de la trayectoria del terrible meteoro marino en un grado de noventa grados, la velocidad de desplazamiento de la tromba no era grande apenas llegaba a unos veinticinco kilómetros, pero los vientos los vientos arremetían con fuerza horrible contra la pequeña lancha, entre más cercana se encontraba la tromba a la pequeña embarcación.



En esta lid disfuncional de David y Goliat, la ocasión no favorecía a David y el viejo motor de la lancha que era su honda para vencer al gigante empezaba a fallar, y el terror se dibujaba en la faz del joven y la resignación en la cara del anciano.

Los vientos, mientras la tromba arremetía ya próxima, aumentaron está vez a cincuenta kilómetros por hora y la vieja lancha empezó ser azotada sin piedad por las ráfagas, el anciano empujó al joven al agua y le ordeno sumergirse, él anciano se apresuraba para hacer lo mismo cuando la tromba pasaba en dirección perpendicular a la embarcación a unos quince metros, los vientos levantaron aquel alfeñique con toda su fuerza de doscientos kilómetros por hora y el viejo y lancha desaparecieron volteados para siempre entre la inmensidad del cielo y el océano.

La tremenda tromba siguió surcando el mar a unos cuarenta metros de aquel suceso, hasta que al llegar al embarcadero fue perdiendo fuerza y se deshizo en una llovizna fuerte sobre el puerto, otras trombas se descolgarían aquella media tarde de septiembre, de menor diámetro y menor intensidad, después se desató una llovizna que duró tres horas, para las seis de la tarde del, la tormenta quedaba en el olvido, no así el luto provocado por aquellos incidentes de un horizonte de tormentas y sedales de un viejo Dios o quizás de un Pedro recordando sus días de pescador.

¿Y que fue del joven? Llámenle un milagro o un designio del creador que a lo mejor decidió que aquel pescado de su inmenso mar era todavía muy tierno y joven y no valía la pena sacarlo todavía, púes aquel joven apareció vivo inconsciente en la playa, golpeado, pero vivo, lo llevaron a recuperarse al hospital más cercano y con el tiempo a su favor está vez decidió regresarse a la capital y dejar que el buen Dios le pesqué de preferencia de viejo y mejor aún recostado en un seco lecho.


Salvador Méndez Z. 21/11/09 ® Derechos Reservados Mèxico


Pd. Dedicado a mi recièn nacida beba: Ashley y a mi hija Scarlett
Màs bendito entre mujeres, ¡ahora sì!
Y que me disculpen por dedicarles algo tan mal... ya mejor lo dejo asì.