jueves, 12 de noviembre de 2009

72 horas


Día uno

Aquella alma caminaba sin pensar y pensaba demasiado, iba desvalida de vales y dinero, de esperanza y voluntad, sus pasos eran lentos, flojos y no queriendo pasar por más de todo y todo era lo que precisamente le pasaba por la espalda y por los ánimos.

La vida normal sólo demostraba lo anormal de todo y la vida extraña le estorbaba, era un clavo más para estar fijo al madero, madero raja ilusiones, ilusiones de fantasías sepultadas en los amaneceres del alma vieja y cascada.

Su mirada envuelta con su antifaz de fiesta con merienda de ojeras, su esencia sombría y pesada como las cadenas de los muertos, caminaba a paso lento pero llegaba rápido. Y pronto ante él, se presentaba horrida como manicomio la fachada de su destino, y la verdad sea dicho era una fachada pobre, tanto que al verla creyó que se había equivocado de calle. Observó de nuevo el letrero con el que había sido bautizado aquella polvorienta avenida y no le quedo duda, no había fallo, el nombre era el mismo: avenida erebo conocida también como avenida limbo.

Era tan extraño ver aquel inmueble, por fuera parecía más una plaza de pobreza que un consorcio para el dinero, solo cuando ingreso al local fue cuando la realidad le golpeo en su cara gris.

Adentro había ya varias almas sentadas en espera de soluciones, una música calmada escupida por una bocina contrastaba con las caras de todos los asistentes, mientras las paredes chorreaban de sangre y los que atendían en el lugar estaban infectados de una especial empatía por las cosas muertas, el arrebato de la tranquilidad y su fin que era la ganancia de los buitres.



Él se sentó en un banquillo para esperar el dictamen de la condena, se sentó y espero mientras la música de la bocina sonaba a mar y la mente decía tormenta. No había escape de aquel terreno, ya no, no había nada solo la espera y los remordimientos por un pasado dejado de lado que ahora arremetía con fuerza y torturaba los sentidos, otro clavo más y el corazón sangraba por vidas que se van a pique (más si es la vida de uno), mientras las almas desdichadas eran llamadas una a una para ingresar a un cubículo de pesadilla con verdugos de corbata y perfume de menta.



El turno de aquel al que le horadaban las dudas llego y fue invitado a uno de aquellos cubículos de pena, ahí un hombre de apariencia normal pero de ojos deshonestos lo saludo de cordial manera y le ofreció sentarse en una silla confortable, con sonrisa de amigo le empezó a cuestionar del motivo de su visita, esto último a pesar de tener un expediente de hojas de árbol, naturaleza muerta, del tamaño de una biblia o un necronomicón para escribir el nombre maldito de los condenados por deudas de cansancio, dinero maldito-bendito para vivir.

Él, un poco más muerto que de costumbre, un invitado descorazonado contestaba con los motivos del alma, mientras su interlocutor cuestiona más con las interrogantes de lo mundano y lo banal, aun así el verdugo permanece con una máscara de fidelidad a lo humano, de hecho se conforma con lo que le dice el individuo lleno de aspereza, de aquella que hace callo en la voluntad, las palabras iban, entraban en aquel recinto hueco en donde ventarrones de interés dejaban de lado los suspiros de compasiones, ¡qué más da un desdichado menos un desdichado más!, ¡qué más da una vida en penumbras, condena para un desconocido que llega buscando alivio del que no venden en botica! ¡qué más da vivir ardiendo en piel y años, con ojos de hielo tratando de congelar los buenos momentos de lo perdido! ¿importa acaso en el gran río que fluye al mar, que el pez de agua dulce muera entre sales de abandono de un mar indiferente, un pequeño pez importa a un dios, sea del mar, sea el altísimo, sea la virgen?, ¡sea lo sea y sea lo que se deje y se acabe y al diablo todo! Mientras el dinero gane y gane bien, ¡qué importa que hagamos trueque!, ¡ten la corona de espinas, cíñela en la testa, mi hermano, mientras yo bebo de la vid y recibo la plata, mientras tu tranquilidad desaparece y viene la angustia, mientras dejas de dormir y menos pienses en soñar, ni se te ocurra que podrás sentirte libre para amar! El chiste de esta vida sin chiste es matarles las ganas a otros para que no suban árbol y prueben la fruta, los malditos ganan mil veces sobre huesos de los que se piensan buenos, “buena gente”.



Después de que la negativa se interpuso entre los dos, el verdugo de corbata abandona aquel cuarto diciendo que le llevara un registro de que estuvo presente en aquel infierno dejando al cuestionado con la incertidumbre del “qué pasará”, imposibilitado de no poder guiar su propio sino, el cubículo le parecía cada vez más pequeño y el ambiente se tornaba cada vez más asfixiante y la vida se arrodillaba frente a la penumbra de una adversidad avasalladora, no le quedaba otra cosa más que esperar, ¡por lo menos ya saldría de aquel lugar! Sin buenos resultados, pero al menos saldría de ese infierno particular.

En ese momento se abrió la puerta de los condenados y apareció otro verdugo de corbata, este saludo, pero incluso el saludo sonó descortés y más bien fue un aviso de que el desgate y la pena proseguirían con consecuencias funestas.

Esta vez el interrogatorio disfrazado de plática fue más seco basado en la intimidación y en tratar de lograr lo que “el buen trato no pudo”, el verdugo tejió redes de distintas fibras que auguraban todas un mal futuro para acusado, el pobre diablo en cuestión experimentaba un desasosiego y una certeza de un final gris para todo y el derrumbe de su entorno, el verdugo sonreía mientras escupía palabras de victoria para él y los suyos, eran invencibles porque así lo quería una ley muerta de aquellas que solo aplican en contra de los pobres diablos, «¿Qué puede hacer cualquiera, ante nosotros los que nos apoyamos en leyes muertas para matar la esperanza? ¿Qué puede hacer cualquiera cuando nosotros tenemos la única verdad, la que vale, acaso hay dios o diablo que nos pueda detener?».

El acusado, el desahuciado por un momento sintió el sabor de la respuesta en su paladar, un sabor que le indicaba lo que realmente merecía por respuesta el verdugo, solo hay un juez justo en esta vida y ése solo puede ser la muerte y que mejor que la muerte de aquel verdugo de corbata que se apreciaba “intocable”, la juventud hace que todo mundo se sienta inmortal, aunque la verdadera inmortalidad no la soportaría nadie. Él saboreó esa muerte en el paladar otra vez, cansado de tanta bajeza y de tanta mala racha, y aunque por dentro la necesidad de batir esas sangrientas paredes de sangre de los desdichados con la sangre negra de los verdugos de corbata le era imperativo, su civilidad, su presencia en este mundo tan moderno, al que se había apegado tanto se lo impedía, mientras el verdugo le ofreció una última oportunidad de salvarse de ese negro camino, con presteza inusitada le extendió una hoja con letras malditas para un trato perverso, un salvavidas de los que hunden (al cual se aferró el desdichado).

Tenía 72 horas para disipar los negros nubarrones de su presente o el futuro le aplastaría, un vació en el alma, un pesar en la espalda y la terrible sensación de que estaba más solo que de costumbre lo acompañaron a la salida de aquel lugar maldito, con la certeza de que su viacrucis particular apenas empezaba y tendría que sudar sangre para salir de lo adverso.


Todo el día navego por las calles de la ciudad más impura del mundo, atraco en los únicos lugares que le parecían los indicados para no naufragar en la tempestad que se avecinaba, espero en salas de espera en las que la espera mataba y era más probable no esperar nada, hablo con los sordos, les hizo ademanes de súplica a los ciegos , tanto fue su andar y tanta la solicitud de ayuda a los que no ayudan, que al final tuvo que recurrir a una estratagema vil, una rogativa con tono de amenaza de exhibir lo insoportable de esas salas de espera y del derecho del trabajador en el que nadie trabajaba, al final fue esto y solo esto lo que movilizo lo inamovible e hizo que los sordos escucharan y los ciegos observaran, al final le dieron al desahuciado una leve esperanza, envuelta en más esperanza a la que de todos modos habría que esperar para ver si el resultado era positivo, terminaba el día y el tiempo se acortaba… faltaba surcar las inquietudes del segundo día, todavía sentía la pesadez en la espalda, ésto todavía no acababa…



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