viernes, 8 de octubre de 2010

Anhelos

Entre constelaciones de anhelos circula la gente de esta vida, en esta ciudad, en este tiempo y espacio, van y vienen los anhelos como estrellas fugaces, van y vienen en infinito de pensamientos y de ideas. Somos mortales, somos finitos, pero nuestros deseos son inmortales, nuestros anhelos, no mueren fácil, van y vienen con nosotros, nosotros que atiborramos un hormiguero urbano, nadamos en anhelos, bebemos de ellos, nos hundimos, morimos por ellos. ¿Se puede vivir sin anhelos? ¿Se puede pasar por está existencia sin experimentar un deseo tenaz por “algo”, por realizar un proyecto? No conozco a nadie que pasé por este mundo sin pensar en una meta, aunque sea mínima, aunque sea algo prescindidle, algo material, algo pasajero. Todos estamos y vivimos por algo y ese algo nos mueve, nos impulsa. Todos deseamos, todos anhelamos, quizás unos más, quizás unos menos, pero aquí estamos ¡Y anhelamos!


José Francisco tomó tarde el camión, dirección su humilde hogar, lo tomó en avenida Reforma, cerca del viejo zoológico de Chapultepec. Como siempre, el camión iba repleto de gente estresada que había por fin conseguido escapar de los centros y edificios de trabajo, todos apretados, todos acalorados, todos resignados (El tiempo no pasa rápido cuando debe, muchas veces ni cuando puede, parece siempre volar cuando la gente está a gusto pero tardarse de más cuando cada minuto tortura).
 José Francisco (Panchito para los amigos) trataba de “pasarla”, lo mejor posible, aunque a veces sólo la “aguantaba” con un poco de alquitrán en los pulmones y alcohol del bueno, del que nubla la conciencia. José Francisco sentía irse la vida, sin que el logrará avanzar en sus metas, parecía una tortuga mítica, enorme, grandiosa, resistente… ¡pero totalmente lenta!, la vida lo rebasaba, lo dejaba muy atrás, se quedaba enterrado en una arena de cotidianeidad, en donde sólo de vez en cuando sacaba la cabeza para respirar y ver que el mundo era siniestro, salvaje, en constante cambio, pero para mal.
No se trataba de optimismo, no se trataba de salir cantando y creyendo en una felicidad intangible, se trataba de realizarse y realizar lo pendiente con el alma. Los esfuerzos eran realizados, los resultados eran nulos, no había a quién echarle la culpa, así es la vida así es la suerte, aunque está última realmente no tiene que ver. Colgando sus esperanzas como su mano de un tubo, de una agarradera del camión, colgándose de sus pensamientos, de sus anhelos, ahí iba José Francisco, observando la gente en las calles sobre paseo de la reforma, “gente bien” “gente bonita”, entrando en galerías, en los cafés, en los centros de diversión, en los grandes hoteles y restaurantes, se veían rebosantes, felices, -¿Acaso será que la felicidad es un simple sinónimo de dinero? José Francisco (Pepe Pancho pa los cuates) sólo observaba; él era tan igual a cualquier otro José Francisco de esta vida, yendo y viniendo, trabajando, comiendo, conociendo, rezongando, respirando, fumando, bebiendo, sufriendo, gozando, platicando, ligando, fajando, existiendo, no del todo convencido de que lo que ha hecho, en esta vida, este bien hecho, de que sus logros no sean tan excelsos, resignándose con el tiempo y con los años a cuestas, al final, después de tanto cuento, finalmente muriendo (no queda de otra), así era el buen José Francisco, agarrado al tubo del pasamanos del camión, con el cansancio castrando, observando a través del cristal a todo ese mosaico de almas danzando por las calles de la ciudad, todos por aquel rumbo, un rumbo de “gente bien” se veían felices, todos menos uno, uno que José observó detenidamente, mientras el camión se detenía al momento por la señal roja de un semáforo.
El tinaco (pa los cuates) era un niño de la calle, de 9 años, regordete –por lombrices-, al cuál siempre se le podía ver haciéndola de payasito, vende chicles, maguito y muy posiblemente futuro tragafuegos, a la vez que en intermedios cuando el río de autos seguía su curso, aquel niñito apodado el tinaco le hacía al astronauta o al aviador, esto por medio de una “mona” a la cual se aferraba, a la cual anhelaba, la única cosa que le permitía soñar y sentirse mejor, día con día, vida con vida, aspiración tras aspiración, sumergiéndose, cobijándose en los brazos de un psicodélico Morfeo.
Aquel chamaquito no tenía más anhelos en este vida, más que los del día a día, principalmente: tener algo para comer, “algo pa hacer diente”, después de eso tener “una buena venta”, un buen dinero para que cuando se junté con los demás a contar la ganancia del día, su padre no le de unos madrazos y su madre no le diga mil groserías. El buen Tinaco es acompañado casi a diario por un hermanito que esta por cumplir 6, esté hermanito cumple la función de “ablanda corazones”, se coloca junto a su hermano a la hora de ir de auto en auto pidiendo dinero. Así es la vida de Tinaco que apenas recuerda otra vida tiempo atrás, allá en provincia, en el pueblo natal, cuando vivían en una modesta pero toda suya, casa, vivían, quizás, también al día, pero recuerda que en esos tiempos tenía más tiempo para jugar, no tenía que esquivar coches, no tenía que aguantar calor, lluvia y frío a quemarropa. Su padre trabajaba en la milpa, su madre le ponía más atención a él y sus hermanos, quizás había regaños, quizás había algún maltrato, pero no se comparaban, para nada, con los que recibía en la actualidad. Quizás su único anhelo a futuro, sería el que su hermanito, ahí en el camellón jugando con unas ramas y un juguete barato, no tenga que seguir pidiendo dinero, ni haciéndole al payasito, vendiendo y mucho menos moneándose.
Por un momento el Tinaco detiene su mirada en un automóvil de lujo que se detiene en ese instante, no se puede ver al ocupante, pero es obvió para el pequeño Tinaco que es "alguien de mucho varo".

El Sr. Francisco Eduardo José, ha tenido siempre muy buena estrella, hijo de un industrial muy exitoso, con los medios necesarios dados desde nacimiento, con una educación en los mejores institutos, tanto nacionales como extranjeros, con un círculo social de lo más exclusivo. Sus anhelos, que más bien para él fueron sus metas, las llevó a cabo a los 28 años. Ahora a los 40, era reconocido en cualquier plaza financiera como un líder nato, nadie podía imaginar o concebir que hubiera alguna meta, algún anhelo, que todavía no se le cumpliera en esta vida, ¿Sería posible, acaso algo así en una vida como la de esté personaje? Desde hace ya bastante tiempo, este gran maestro en le arte de hacer dinero, este gran hombre de sociedad; se había dado cuenta de que no era y nunca lo fue un gran padre y un gran esposo. Su vida y dedicación había estado enfocada sólo a sus metas y con esto, olvido las de su familia, de vez en cuando le hacía al padre, de vez en cuando parecía un hombre de familia, pero realmente era ajeno a esto. De vez en vez camino a la oficina, no le quedaba más que anhelar el tener un mayor acercamiento con sus familiares, sus hijos, sólo se dedican a dilapidar y tener una vida de excesos terribles, se drogan, aunque se lo negaban, su esposa ya sólo lo es de nombre, ni todo el dinero del mundo le valdría para tener una mejor relación, pero el anhelo, ahí estaba en la caja fuerte de su corazón. Eso pensaba, eso creía, eso anhelaba, en aquel instante en que el chofer detuvo el auto, en aquella esquina de siempre para bajar por el periódico como todas las mañanas (una excéntrica costumbre de aquel hombre rico), un niño regordete, un niño de la calle se acercó a vender algo, el hombre del auto, apenas si lo notó.

Por otro lado el Pepón, también conocido como Pancho Matadero, esperaba paciente, como lo había hecho todos los días desde hace un mes, observando siempre al objetivo, muy puntual, siempre en aquella esquina, hoy era el día elegido para llevar a cabo lo planeado por tanto tiempo. Esté sujeto, no tenía más anhelo que el cumplir con su misión, una misión de muerte, no tenía más deseos que los de vivir a costa de la sangre de sus semejantes, mataba extorsionaba, violaba, sin gota de remordimiento. Así lo había hecho desde los dieciséis cuando se escapó de un fracaso llamado hogar, al poco tiempo cayó en el tutelar por unos cargos de robo con violencia, al salir, se gradúo en muy "buenas" malas mañas, todas aprendidas en el centro de “readaptación”, después se afilió a una banda de traficantes, en donde con el tiempo, fue asignado a una célula de “finas” personas que se dedicaban al arte de llevarse a la gente en contra de su voluntad, dicho más claro, a secuestrar. Actualmente ya adiestrado con maestría en esos andares, por días se había dedicado a observar a su presa, lo siguió para cualquier lado, con mucha discreción, cambiaba de auto seguido para no ser reconocido, se familiarizo con su futuro “cliente” de maneras insospechadas, ya sabía a que horas salía siempre de su casa a la oficina, a que horas iba a comer, a que horas se retiraba, a que horas era más vulnerable, y por fin se dio cuenta que siempre en el transcurso de su casa al trabajo, su presa tenía la manía de ordenarle a su chofer detenerse en una conocida esquina de la avenida Reforma y comprar el periódico; a pesar de ser una avenida muy transcurrida con buena vigilancia, era en está, en donde se presentaba la mejor -si no es que la única- oportunidad, para cumplir sus anhelos, tan viscerales, tan animales, tan culeros, sólo pensaba en cumplir con su objetivo, sólo pensaba en huir rápido, aunque seguro tendría que mandar al otro mundo al chofer. Su acompañante malencarado, no importaba tanto, otro matón más, con ningún buen anhelo tampoco, quizás si acaso, el que le hagan un famoso corrido cuando sea un narco famoso. Anhelos de dinero fácil, anhelos de matar y salir sin castigo ¿Qué más se podría esperar de tal calaña?

José Francisco no se lo esperaba –realmente nadie, quizás sólo la muerte-, mientras observaba a la única persona que él veía infeliz en aquellas calles de “lujo”, persona la cual era un niño de la calle, quien en ese momento se acercaba a pedir en donde estaba estacionado un auto de lujo, mientras en unos de los camellones cercanos jugaba otro niño de menor edad que en la inocencia de su edad jugaba feliz a pesar de su entorno sin buen futuro, mientras otro auto arrancaba en la esquina opuesta y en instantes frenaba al lado del auto de lujo, dos sujetos salieron del auto, ¡dos sujetos que en instantes empuñaron terribles armas de fuego! y en escena terrible, ¡dispararon sin más en contra de alguien que se acercaba al auto de lujo! y en menos tiempo intentaban sacar a la persona que iba en el interior de dicho auto. El niño de la calle se aparto lo mejor que pudo del auto de lujo, en la cercanía una sirena estallo anunciando el extraño arribo oportuno de la policía –han de haber estado desayunando cerca-, los asesinos titubean sueltan una ráfaga de plomo caliente para adornar la carrocería del auto de lujo y si es posible la del ocupante al que nunca pudieron sacar, los dos corren a su auto y emprenden la huída de manera por demás frenética, no respetan personas delante, autos o lo que sea, chocan con otros, se suben a la banqueta o al camellón, se escapan, 5 minutos después llega la patrulla, los oficiales se bajan a revisar, reportan. Todo es confusión hay gente histérica, alguien tapa al balaceado en la banqueta, José Francisco esta atónito, no sabe que pensar, no lo intenta hasta que ve al pequeño niño de la calle correr.

El Tinaco esta mudo de miedo, apenas puede creer lo que vio, su cerebro infantil apenas le da un tenue entendimiento de lo ocurrido, tan cerca estaba, tan cerca vio a la muerte coser a balazos a un pobre tipo que bajo del auto por un periódico, el terror lo hizo reaccionar, se alejo y se escondió detrás de otro auto, después de minutos eternos, se escucha una sirena a lo lejos y los gritos de frustración de los hombres que no tardan en soltar más plomo y escapar en su auto haciendo destrozos aquí y allá, la gente grita, el siente sus propias lagrimas descender por sus mejillas, se atreve a salir de su improvisado parapeto y observa hacia donde esta el auto de lujo, ve que la patrulla va llegando y un hombre adentro del auto se asoma asustado, tan asustado como el buen Tinaco.

Don Francisco Eduardo, ya orinado, de tan terrible susto, apenas si conseguía asomarse por una rota ventanilla de su auto de lujo con nuevos orificios de ventilación hechos a plomo, estaba anhelando la cercanía familiar y más fue la cercanía de la muerte lo que experimento, petrificado en su asiento, observó el arribo funesto del otro auto, a los dos sujetos que sin remordimiento mataron a su chofer, después su intento por sacarlo se su auto, la sirena a lo lejos, la cara de odio de aquellos dos, odio que sacaron con plomo contra su auto y contra su persona, él se agacho buscando una seguridad que no era total, mientras por sus piernas se le escurría el miedo. Después, un arrancón anunciando la huída de aquellos dos, los gritos de la gente, escucha que alguien dice que llego la policía, eso le da el valor para salir, ve a su alrededor, alcanza a ver a un niño que sale de atrás de un coche cercano y corre a un camellón cercano, los policías le hablan, él no escucha y si escucha no entiende del todo, está aterrorizado.

José Francisco ve como el pequeño de la calle llega corriendo al camellón, se arrodilla y grita. Ahí José se acuerda con terror del niñito menor que jugaba por esa zona, se estremece, se baja del camión del que antes otros más morbosos ya se bajaron, se acerca y lo que ve lo deja sin aliento, se le humedecen los ojos, más policías han llegado, empiezan a pedir a los curioso que se alejen, José Francisco lo hace, con dolor seco en los labios y en lo que llaman corazón, nunca se quejará de anhelos no cumplidos, de fracasos o metas mal llevadas, hay gente más desafortunada que nunca podrá tener anhelos, hay anhelos, muchos anhelos como sal en el mar, hay anhelos, ¡hay anhelos! Hay anhelos…

Johana-El cine