domingo, 27 de diciembre de 2009

Saludo delincuente

Este es un saludo delincuente que pretende robar al pasado un fragmento de recuerdo, es un poco la nostalgia de estos dìas acompañados por noches de buenos deseos y festejos que no festejo, al final no busco contestaciòn, porque serìa robar al presente lo que ha logrado el olvido, que quizàs no sea nada, porque al final se desconoce realmente a con quièn se compartiò, aunque sea unas cuantas palabras redactadas; aùn asì espero que te encuentres bien en donde quiera que estès y que sigas adelante con tus ilusiones y con todo aquello que te mantenga segura y firme, no lo tomes como un saludo navideño, sino como un saludo de rincòn a alguien que sin conocerme supo dejar parte de sì.

¡Que tengas buen debraye y mucha dicha!

YAZ
(Yaheda)

¡Disculpa lo cursi!
No queda otra màs que seguir el show


Jehyzel (1)

Ciudad y tiempo gris 
(1)
Mediodía en la desgraciada ciudad del tiempo gris. Con un mendigo sol inclemente que sobrecalentaba todo, hacía sudar a chorros hasta al más delgado, desataba el nauseabundo olor de las coladeras, y sobre todo tenía la más vil acción de hacer hervir el mal humor de la gente, malhumor que iba de más a peor por el bochorno que todos sentían. Toda la gente caminaba con pasos de autómata, apresurados, se atiborraban en los transportes frenándose el andar y fregándose mutuamente la existencia. Iban y venían de un lado a otro, a veces sólo iban, se despedían de sus seres queridos, prometían regresar, aunque muchas veces ni ellos sabían que no habría regreso. Todos bailaban al mismo son de un danzón tan viejo y caótico que no tenía nada agradable, era un enjambre de miles de millones de humanos, como una plaga de insectos de un jardín gigantesco, de un jardín urbano sin ningún provecho o beneficio. No existía dios alguno que llevará las cuentas claras en este alboroto de civilización llamado ciudad.
Por otro lado, cualquier persona que presumiera tener una mente sana, (cosa más imposible, qué encontrar un dragón morado en lunes a mediodía), observaría qué a esa forma de vivir de  miles de personas, sólo una fuerza y un motor lo regía, y esa fuerza y ese motor sólo podría ser el caos. Pero por extraño y absurdo que se piense, era un "caos con orden", con un destino, con un "plan". Por que toda esa masa de gente yendo y viniendo, tenía un destino fijado, tenían ya trazados sus planes para el día, tenían que seguir su destino elegido o quizás dado por una negra y turbulenta fortuna.
Todo ese enjambre de gente caminando por las avenidas, o enlatadas en transportes de metal y polímeros, llenando elevadores, llenando edificios, escuelas, plazas y todo aquello que se podía llenar hasta el tope, todo ese maldito ruido; todo ese aparente sin sentido, tenía su razón de ser. Era un pinche desorden de locos, pero eran locos maldecidos por la conciencia y la “opción” de seguir “una vida normal”, un "trabajo normal", "una familia normal" y hasta el mismo concepto de "normalidad" que era aceptado y consumido por la gran mayoría.
 ¡Claro que de vez en vez! Alguna que otra alma deambulando por ahí, no tenia ni idea de que hacer con su vida y de entre todas aquellas almas castradas de sentido, había una de una chica singular sentada en las escalinatas de un puente peatonal que ningún peatón usaba. Esa chiquilla tenía una bella figura, se llamaba Jehyzel, tenía unos grandes ojos verdes, relucientes, observadores, pero a la vez tristes, quizás cansados de ver circular tanta gente, todos con sus preocupaciones apremiantes. Mientras la hermosa y joven Jehyzel no sentía ni pizca de preocupación y mucho menos prisas por ir a cualquier lado, para nada le interesaban o pensaba en los males que sufrían los demás. Ya fueran males económicos, cuestiones materiales, obsesiones físicas, ambiciones materialistas, etc. Después de todo, tenía a papá billetes, que siempre le andaba resolviendo ese tipo de problemas, si necesitaba algo, para éso estaba su tarjeta, no había problema, al menos en lo "material". Lo terrible y verdaderamente malo era que al final se quedaba sola con los problemas de la existencia y del alma; y más que nada por esta última razón era que Jehyzel viajaba por las calles y la vida con un dejo de insatisfacción mezclado con melancolía, lo que le dejaba un vacío terrible procedente del mismo infierno de la chingada soledad.
Esa soledad le embargaba y destruía las ganas de vivir a una joven Jehyzel, que a sus 18 años recién cumplidos, vivía la vida solo por vivir y más parecía que la vida la vivía a ella y se la bebía. Todos sus días iban y venían cargados de la mismas rutinas, eran simples y toscos, eran secos y grises, amarillentos, de tonalidad marchita, simples días de muerto. En medio de tardes lluviosas, con la melancolía campando a sus anchas en el universo de su ser. Jehyzel era presa y presta a recordar días felices y más “brillantes”, llenos de un sol con luz más tibia y clara, amigable, resplandeciente, en donde sus sueños eran iluminados y todo su entorno era conformado por el optimismo de la niñez, cuando ésta engalanaba con una aura mágica a la vida. En cambio ahora su vida estaba inmersa en matices opacos, el color de las cosas estaba moribundo, el sol y su propia luz tenían todo de humor mortecino, como la iluminación de un convento o un foco de 60 watts, y aun así el sol quemaba demasiado al poco rato de andar bajo sus pesados rayos, su luz todo lo tornaba todo apático, todo acabado. Y al pesar de éstas evidencias frente a su corazón, Jehyzel siempre se acababa preguntando sí así era la triste realidad, o era ella la que estaba tan seca, muerta y arenosa que se sentía un simple maniquí con la voluntad perdida, pero con la maldición de una mente tan viva, siempre  atormentándola (una y otra vez). Así era su forma y su razón a los 18 recién cumplidos.

Jehyzel se levantó con flojera, dejó poco a poco atrás las escaleras de aquel puente tan familiar. Hay que admirar que tanta flojera no aminoro su belleza, su figura bien entallada en sus pantalones de mezclilla negra, el pelo escarlata sin cepillar, un poco salvaje, pero aún así tan atrayente a las miradas del deseo masculino, qué como siempre recorrieron su cuerpo entreteniéndose en partes especificas de su ser. A ella no le importaba en lo más mínimo, en la ciudad era algo común, pero en fin, ella, tan dejada de su existencia se encontraba, que las miradas y deseos de los demás no importaban más que  lo que importarían las cuestiones del creyente al la noche, al firmamento eterno de las dudas.
En fin, dejando de lado todo éso, Jehyzel mejor empezó a caminar hacia el lugar en donde no se le esperaba pero en el que tenía que estar  a esas horas. La escuela ya era sólo un pretexto para salir todos los días a vagabundear y perderse; pero a su padre, el cuál era una figura cada vez más distante por motivos que sólo él entendía. ¿Su madre? Pues ahora sólo era una herida albergada en su pecho desde hace un mes y medio, era un dolor profundo que le rasgaba hasta el recoveco más lejano de la chingada alma. Un dolor tan pesado que la hacia verter lágrimas en los momentos más inoportunos y ella prefería sacar sus gafas oscuras para que la gente, mejor la creyera una trasnochada, siempre era mejor éso y no parecer una desahuciada de amor.

Jehyzel se encamino a la estación del metro que la dejaba cerca de la escuela, con la sola idea de “hacer presencia” y evitar las faltas; aunque su misma falta de espíritu era tan visible, púes no estaba realmente del todo ahí. Su mente, sus pensamientos se iban de viaje por otros vuelos, por otros vientos, sobre otros mares, recorriendo sendas boscosas, sumergiéndose a profundidades de otra naturaleza, ajena, en tiempos tan extraños, por un lado la escuela, por otro el infinito que reclamaba su alma, y su alma que prefería que su cuerpo como un títere asistiera en automático sólo para presentar esas materias arrastradas en exámenes finales que nunca tenían fin.
Su padre le exigía éso y éso realmente le interesaba tan poco a ella como a él. Sólo era una promesa hecha aunque nunca acabada, todo estos fantasmas deambulando dentro de la vieja mansión de su mente, todos ahogando y retorciendo su alma hundida. Mientras en la realidad el tren surgía del túnel como un gran gusano anaranjado de la manzana podrida que sólo podría ser la ciudad, las puertas se abrieron y vomitaron un mar de gente tan apresurada como siempre, ante una Jehyzel que para evitar que la tiraran tuvo que sortear sino  más bien que surfear a través de tan tremenda ola de carne y sudor que avanzaba sin la menor educación (cosa muy normal en toda ciudad civilizada, aunque suene anormal).
Jehyzel se tuvo que aferrar a uno de los tubos cercanos de la puerta, tanto como lo haría el alcohólico a su botella recién comprada, y después del característico pitido que anunciaba el cierre de puertas, aquel animal anaranjado regreso a la oscuridad del túnel, siendo devorado vagón tras vagón y Jehyzel pudo observar su reflejo tan joven y tan "anciano" (para ella) en la ventanilla, ante ella sus propios ojos verdes eran tan vacíos, sin chiste, sin el brillo característico del gusto por la vida, toda ella estaba sin nada para ella misma.
El gusano detuvo su marcha de forma brusca, las luces se apagaron y el reflejo de Jehyzel huyó de la ventanilla, cosa que no le importó mucho a ella que sólo pensó »Me gustaría huir con mi reflejo, desvanecerme en las sombras, internarme y fundirme con las mismas«.
 La luz regreso vagón por vagón, dotando de vida de nuevo al gusano naranja y este reanudo la marcha y la siguiente estación ya no era un destino futuro a cuál llegar, ahora era simple presente…

lunes, 21 de diciembre de 2009

Carlos Bruto

El dinero ya no era problema, pero la pesadez era la misma, Carlos Bruto solo pensaba mal y mal le iba, aún cuándo a últimas fechas le acontecían buenos amaneceres de monedas y anocheceres de billetes a granel, todo gracias a que un giro del destino le había hecho ganar un premio de lotería y su economía ya no era motivo de desvelos, aun así en su alma no había paz y su conciencia chapoteaba en fangosas aguas negras, muy a menudo se le escuchaba decir: -“Me han contado y he leído en algunos antiguos mitos, la creencia de que el primer hombre fue concebido a partir del barro y el barro se transmuto en carne”. Eso es lo que dicen, ¡Pero no!, ¡no es así!, al menos a mí no me lo parece, para mi la verdad consiste en que el primer hombre fue hecho de mierda y en mierda se quedó.
Con esa definición encima de su espalda de lo que el ser humano era, Carlos deambulaba, por vidas muertas y recuerdos pasados por vinagre, su relación con este mundo la había finiquitado hace ya muchos años, y sólo se mantenía sobre esta muladar por puro compromiso con los seres que necesitaban de su apoyo, más que nada de aquel cimentado en la seguridad del dinero, dinero que siempre le mataba los fines de semana y a mediados de quincena, mientras las anclas de su memoria le retenían el alma en mar profundo y terrible, sin consuelo ni tregua para surcar rumbo a mejores horizontes, su vida no representaba mejores vueltas en la rueca del destino, en algún momento llego a pensar que su vida sería mucho mejor con dinero en la bolsa, en la banca y en la casa, pero tristemente no era así, al menos en su situación actual de nuevo rico, su tristeza y cansancio era la misma, su vida misma estaba más vacía e inútil que la conciencia de un político, su espíritu después de tanto andar por el laberinto de la creación de Dios bajo el sol ardiente y torturante de la desolación de los muertos estaba evaporado, no importaba la casa propia ahora, a nombre de sus hijos y su esposa, no contaba que se podía comprar casi cualquier cosa que quisiera, la vida estaba marchita para Carlos, y por lo tanto Carlos Bruto decidió suicidarse…

Era una tarde de diciembre, en la que el cielo de la ciudad de los cansados, estaba de luto por la muerte del fin de semana, el domingo empezaba a mostrar espasmos agonizantes y los niños se mostraban sombríos al sentir al inminente lunes a la vuelta de pagina de la libreta de las tareas no realizadas, los padres de familia que todavía tenían el lujo de descansar los días de iglesia, suspiraban por momentos entre comerciales de los partidos, degustando su cerveza y quizás un cigarrito ecológico, pensando en aquel lunes que amenazaba ya con la sombra del patrón, del jefe del amo, de soportar la terrible rutina y las tazas de café negro espeso para andar activos, los ojos cansados de tanto coquetear con la pantalla de una máquina inteligente que todavía no sabía trabajar del todo sola, y esos, dedos acostumbrados a la oficina, ellos eran los afortunados pues aparte habría que ver el sino que todos los días les deparaba a la clase pobre trabajadora de siempre y de a madres, los que se desgastaban las manos por pescar ilusiones que no se cumplirían nunca en trabajos mal pagados, en donde el cansancio siempre los dejaba malparados, así era en un sin fin de fines de semana, cuando los domingos morían poco a poco y la misma tarde del domingo ya tenía el sabor agrio del lunes.

Carlos Bruto llevaba buscando su final desde el viernes, nunca pensó que llegaría al domingo, pero la vida nunca le había cumplido un caprichito y ahora al final no sería diferente, él no quería acabar con su persona como lo haría cualquiera, suicidarse aventándose para morir aplastado por camión, coche o transporte subterráneo no le apetecía en lo más mínimo, ¿Envenenamiento?, demasiado lento y poco eficaz, ¿Volarse la tapa de los sesos?, que poco chiste y muy asqueroso, ¡no Carlos Bruto tenía que apagar su vela de diferente forma, la muerte le debía de saber a gloria, después de tanto sin sentido era lo menos que se le podría solicitar a tan fría dama. Carlos medito mucho el asunto, en su casa, su familia no se percato de aquel ensimismamiento, porque ellos mismos estaban ensimismados en su nueva vida acolchonada por dinero, gastaban y gastaban, adquirían nuevas costumbres y nuevos vicios, la pedantería se hizo personas y se hizo familia, y Carlos seguía analizando la mejor forma de irse a la mierda.

Ya para el viernes temprano tenía el perfecto método, según sus expectativas de mandarse al otro mundo, aquel mundo el cuál él prefería, que solo fuera una realidad de total paz y oscuridad, nada de cielo nada de infierno, que al fin este último en la tierra ya le había acariciado, ¿y del cielo?, después de muerto, era más una broma que un consuelo, el cielo debía de ser en vida, ya muerto debe de ser de un sinsabor el consuelo, al final solo se espera escapar de tanta y tanto desamor por una vida regalada al desprecio, este era un mundo precioso, lleno de basura ambulante y supuestamente pensante llamada gente, personas. Así pensaba Carlos Bruto, y ya no se lamentaba, simplemente le restregaba la verdad a su ser para no retroceder a sus últimos pasos hacia el fondo de la botella astillada, hay que saber descender, y su decisión consistió en vivir un fin de semana como el más pecador de los pecadores, se atavío de la mejor y más cara forma, días antes se había comprado las mejores alhajas de caballero, se llevo bastante dinero y más importante que esto dejo testamento ya notariado, dejo un beso para el recuerdo de las memorias buenas, si es que se acuerdan, y salió desde temprano a buscar su muerte.

Su muerte la busco en los lugares de mala muerte, pero primero antes que nada busco satisfacer los vicios que no se había permitido probar, a menos no de forma tan desinhibida, se fue al barrio de la merced y se acostó con varias damas de esquina, al mismo tiempo y en variadas formas, no se coloco ni uso algún método previsor de contagios íntimos y contagios más crueles, de todas formas su vida acabaría al final del día, cualquier infección contraída ya sea que fuera real o imaginaría le haría apresurar su muerte ese día señalado; se porto todo un caballero a la hora de hacer el trato de dinero por carne de pecado con aquellas mujeres vendedoras de caricias, y todo un animal sediento de sexo en el lecho o en el piso o donde fuera con aquellas mercenarias del placer, se tomo todo el tiempo del mundo, ese del que disponen los que se van a morir, para la una y media de la tarde, dejo esos lugares de Gomorra, y se encamino al centro, empezando su peregrinaje primero por buenas cantinas, después por medianas, y por pésimas y culeras cercanos al barrio de tepito, o de plano en aquel plano de ciudad, se emborracho, se atasco de comida de la mejor y de la peor, bailo con cadencia y sin ella, bailo con la bella y con la fea, con la princesa o la diabla descarada, con las malas costumbres y con los descuidos de la naciente borrachera, beso a la que quisiera ser besada, y en una de esas beso hasta a uno vestido de una, cuando se percato de esto solo se rió y se fue a otro antro cantando y silbando, ya con la luna de testigo busco algunos bares y centros nocturnos de dudosa reputación, que tenían para él la buena reputación de representar pleito y muerte segura, ya en ellos se enfrasco en discusiones estúpidas de borracho, tales como ¿cuál es el mejor o peor equipo?, insultando a los partidos políticos, a las “personas respetables”, a los lideres religiosos y a los mismas deidades de todo tipo y sabor, mentando madres a diestra y siniestra, maldiciendo a todos y a todas, seguro de que tarde o temprano alguien se cansaría de soportar lo insoportable y la mala lengua, tarde o temprano sería Carlos Bruto un feliz muerto, pero la vida llevàndole la contraria no se lo permtiò, las horas y los lugares en donde pasaba, pasaban y la mayoría de las veces lo ignoraban o solo le respondían a mentadas y no a balazos o golpizas, ¿Acaso le creían un pobre y estúpido loco?, ¿O la muerte y el diablo estaban entretenidos en algún lecho y se habían olvidado del mundo?, Carlos necesitaba acabar de aquella buena forma y simplemente se emborrachaba más y no acababa con su alma, incluso en ocasiones lo amenazaron con llamar a la cárcel si no se calmaba, él se tranquilizaba un poco y se retiraba pues no quería suicidarse en alguna celda sucia, mejor se fue a buscar alivio para su atormentado estomago, y un poco de ese alivio llego al poder regalarle a una banqueta un poco de lo que llevaba adentro, un poco de vino, un poco de comida, revoltijo, y hasta un poco de su sentimiento, ese que dolía a horrores, cuándo se sentía como se sentía casi siempre,¡solo!, y solo se prosiguió en su vía crucis rumbo a los antros, después de dejarle tan bello poema y collage a la banqueta.
Así se le acabó el viernes y se le amaneció el sábado, su deambular por muerte acabó en una esquina cualquiera donde la borrachera lo venció y los sueños del frió lo atormentaron hasta las nueve y fracción de la mañana; al despertar y percatarse de su actual situación de vivo en lugar de muerto, experimento una profunda depresión, después de varios minutos se levanto con la precisión y fuerza de un bebe, y se dispuso a seguir con la búsqueda de su paz, buscó su cartera y si bien la muerte no le había quitado la vida en la madrugada y en la borrachera, los ladrones de la mala vida si lo habían despojado de todo objeto de valor.
Un taxi después, una parca explicación a la familia, un baño, un nuevo atuendo y más dinero, fueron lo necesario para estar de nuevo dando guerra en las calles, para que la una de la tarde lo encontrará otra vez bailando con ganas de morir, y con más apremio dada la cruda que experimentaba, acudió al alivio de la comida picosa de algún tianguis, una cervecita, algo de asco arremetía, pero tenía que estar repuesto y dispuesto para la noche, y mientras esta llegaba se entretuvo conociendo nuevos vicios, un poco de todo, porque de todos modos no pensaba llegar santo a las puertas de la muerte y menos, arrepentido y rezando una oración, no tenía peticiones, ni quería compasión de nadie, solo esperaba acabar de una vez y para siempre con la sensación de la infinita nada y de la constante duda, sabiendo todo, que era precisamente nada, y Carlos Bruto quería ser eso, ¡nada!.

La noche, la agraciada noche, la noche de los gatos y de las almas en pena de las casas y ciudades grises, la noche del sábado, de los amantes, de los juerguistas, de los prófugos de la cárcel del lunes a viernes, de los que querían sepultar en el fondo de una botella la rutina de los días, aún cuándo “el irse de juerga y de putas”, era ya parte de una rutina de fin de semana para muchos, noche en la que Carlos Bruto se las jugó de nueva cuenta con la muerte, otra vez se enfrascó en discusiones, de las que fue sacado por la seguridad en los antros y bares, y por los meseros en las cantinas y de las pulquerías, y al final por si mismo al ver que nadie lo tomaba en serio, a pesar de la seriedad de su determinación de que lo mandaran al diablo de una vez por todas y para siempre, cubierto de pecado, sumergido en alcohol y atascado de besos y caricias, con mil y una maldiciones en el pensamiento y con el alma ya extraviada entre tanto desalmado que hasta el momento no había mostrado la baja calaña y lo había quitado de este mundo de inmundicia tan mundana e innombrable, así Carlos Bruto se preguntaba extrañado -¿Que diablos le pasaba a está gente y este mundo?, en donde a veces los infantes no llegaban nunca a viejos, porque la muerte les cortaba las alas de forma muchas veces cruel y despiadada, en este mundo donde hasta un bebe recién nacido podría sucumbir por un beso de la muerte, conociendo la vida solo unos pocos minutos naciendo solo para ser un nombre más en las esquelas de la muerte, en este plano de tierra, donde mujeres y hombres morían de formas tan estúpidas e irónicas, en donde la muerte inesperada a veces era lo más que más seguro te podría pasar, pero sin embargo ¿Por qué a él no?, Carlos Bruto quien se ofrecía a morir, a que lo matara cualquier maldito de aquellos infelices, que matarían sin sentir pena ni malestar de matar, quizás hasta a su propia madre, y cualquier día a cualquier tipo, pero a él, a él simplemente lo ignoraban al final de las discusiones y de los insultos, lo despreciaban y le gritaban desquiciado, lo corrían de todos lados, menos de la vida y el sábado se escapaba entre estrellas de un fulgor opaco, Carlos Bruto se desesperaba y empezaba a forjar en su mente la idea de un suicidio a propia mano, pero era inútil, no podía hacerlo de esa manera, por más que lo meditará, realmente no lo deseaba, su muerte, su suicidio tendría que llegar de las manos de algún desconocido o desconocidos, quizás era cobardía o locura, pero su deseo era legitimo en su corazón y no había más.

Recorriendo las calles ya en la madrugada del domingo, Carlos Bruto fue testigo de una muerte que nunca hubiera querido presenciar, en el cruce de unas avenidas, dos automóviles se dieron un beso de los que arremeten con todo y contra todo y del que una princesa que no parecía llegar todavía a los 18, no llegaría ya jamás, entre fierros retorcidos como si aquel auto le diera un abrazo de metal, dejando su joven cara y tierna cara con mirada fija a la eternidad de un verde hermoso, la sangre que le escurría de la boca de unos labios que en vida debieron ser de puro color rojizo y antojo y que ahora adquirían un tono amoratado, su acompañante un chico ebrio culpable a fin de cuentas de todo, así como es la vida de extraña había salido solo con algunos raspones y cortadas, lloriqueo un rato, y después se fue alejando con paso de tortuga entre más lloriqueos del lugar, en el otro auto, un taxi, el chofer se dolía con quejidos terribles, mientras un hilillo escarlata emanaba de su frente, Carlos Bruto después de llamar a un número de emergencia, se alejo sin quitarse de la mente los ojos verdes fijos de aquella chica, mientras seguía cuestionando a la fría dama y mientras se asombraba de su toque que era capaz de llevarse a la soledad a tan bello e infantil ángel y que hasta el momento no había decidido joderse a un despojo como él.

Ya en pleno domingo, a esos de la ocho de la mañana con una botella de ron en la mano, decidió probar la existencia o no de la inquisición al insultar a pleno pulmón la fe la gente en una iglesia concurrida, e incluso intento llegar al altar para bailar sobre la mesa y beberse el vino eucarístico, pero fue detenido a mitad de pasillo por la gente que lo sometió y saco con alguna que otra santa patada sin meterle ningún golpe mortal, ni lincharlo en la calle ya que el padre no los dejó y los hizo regresar al rezo y proseguir la misa a puerta cerrada. Carlos Bruto a media calle arrodillado se reía y lloraba a momentos, mientras gritaba ¡maricones!, y se volvía a reír mientras sus ojos dejaban escapar una que otra gotera en forma de lágrima. A las doce del día, dormitó en la banquita de algún parque, a la sombra de la mirada de piedra de una vieja estatua de algún noble e ilustre abandonado desconocido, a las tres se fue a comer al mercado, púes no había ningún chiste ni placer en morirse de inanición, para las seis de la tarde se le vio en alguna avenida conocida por los varios antros y cantinas que existían a lo largo de ella, lamentablemente para el buen Bruto, como era domingo no eran muchas las abiertas y era poca la concurrencia, al final se quedo en una adornada muy de navidad con arbolito y todo, pero con más almas que en las otras y de hecho con varias de ellas muy malencaradas, después de media de tequila empezó a insultar a la navidad y esta vez en vez de recibir insultos y chiflidos, los presentes le apoyaron a grito de coro de -¡la navidad es una mierda!- y después rieron y brindaron a su salud, Carlos cansado ya de tanto fracaso de morirse y no morirse porque nadie le hacia el favor de matarle, simplemente rogó por piedad que alguien lo sacara de circulación, la mayoría se volvió a carcajear y brindo de nuevo a su salud, Carlos les mentó la madre y los mando a todos al diablo, se paro a media cantina y les soltó tantos insultos a granel y bocajarro que al mismo diablo le hubieran parecido ofensivos, pero la concurrencia solo carcajadas y burlas le regresaron. Y fue ahí en medio, cuando Carlos había perdido la esperanza de morirse de suicidarse a su muy particular manera, que sucedió lo deseado por medio de un pedazo de plomo que se incrusto en medio de sus cejas, la sangre comenzó a brotar y Carlos se desvaneció para siempre, el favor por fin se lo realizaron, todo gracias al arma de un tipo sentado en un sombrío rincón que pensaba suicidarse después de unos buenos tragos, y al final mejor huyo del lugar y regreso con su familia que quizás o quizás no, lo esperaban, quizás se suicidaría en algún otro año, en algún otro diciembre, en alguna otra navidad.
Dedicado a los suicidas de Diciembre, de las navidades pasadas, presentes y futuras.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Rincones polvorientos

Todo mundo necesita su espacio, aquì en la vida o incluso en la muerte, todos ocupamos un espacio aquì en el tiempo,en la tierra, en el universo, en el recuerdo de alguien, en la soledad.

Todos necesitamos un espacio,un lugar,una plaza, un minuto alguna hora, dìa, mes o año para existir,un rincòn aunque sea un rincòn maldito.