martes, 13 de octubre de 2009

"Las ultimas horas de un perro"



Amanecía y el frío de la mañana le provocaba dolor en las articulaciones, le hubiera gustado seguir acostado en el vejestorio que era la cama de aquel hotel de paso por donde nunca pasaría nadie con tarjeta de lujo y distinción de buen cliente.

En aquel lugar solo pasaban amores fortuitos que realizaban batallas de encuentros con carnes sudadas aderezadas con billetes y tratos perversos, más algunos pobres diablos que huían de sinsabores, traficantes de algo y compradores de todo, un collage del diablo.

No se conocía la nobleza dentro de aquellas oxidadas paredes, que habían sido compañeras de miles de penas y secretos nocturnos y ahora eran vigías del hombre que en aquella habitación sacaba su vieja compañera “escupe fuego”, dadora de pasaportes al infinito, compañera en momentos críticos en los que el hombre aquel siempre se abrazaba a la seguridad que era cargarla, a la confianza que le representaba aquella fría y oscura arma. Si en algún momento de entuerto sentía que la muerte se acercaba, él en vez de rezarle a alguna divinidad por su salvación, acababa siempre rezándole a su vieja amiga “escupe fuego”, ella dependía de él para funcionar y él dependía de ella para sobrevivir y para ganar dinero, y este día no iba a ser distinto de cualquier otro, este día iba a comprar el pan de cada día con la sangre de un desafortunado que ya tenía marcada en la agenda su entrevista con el viejo padre allá en el cielo o quizás en algún infierno.

La mitad del dinero por el trabajo residía ya en su billetera, la otra parte vendría al terminar el trabajo a cumplir su parte del trato.

Convencido y tomándola con firmeza, beso con devoción su vieja pero bien cuidada Smith and Wesson y se escapó por la puerta del cuartucho. Afuera el frío terminó por estremecer su alma negra pero cansada. Era hora de dar los mensajes de amor de la muerte envueltos en plomo al infeliz designado.



***





El frío no lo había dejado retozar en aquel rincón y esto a pesar de su pelo largo que le cubría mucho el cuerpo, en sus buenos tiempos su figura había sido una de las mejores, ganador de concursos, en donde siempre demostraba su linaje y nobleza, bien educado conocedor de trucos y especializado en trabajos rudos, bueno para pelear contra cualquier enemigo en cuatro o dos patas armado con colmillos o armas de todo tipo.

En aquellos viejos días siempre tenía segura la comida, el techo, los buenos cuidados y la amistad, ahora solo tenía seguro el frío, la lluvia, el hambre, la soledad y los malos tratos de siempre que le daban a un viejo lanudo como él.

A pesar de esto o quizás por esta misma razón todavía sabía defenderse muy bien, sus colmillos todavía saludaban de forma excelente por él, cuando la ocasión era oscura y la “mala voluntad” quería morder o pegar.



Él no recordaba muy bien como había terminado su vida en medio de aquellas calles, no recordaba como acabaron por transformarse las limpias y cálidas paredes de la perrera en donde antes vivía, en las sucias y descuidadas de la gran perrera actual, perrera llenas de fantasmas, de seres, de animales que iban y venían sin hacerle caso al lanudo como si fuera invisible e intangible, mientras él los observa con sus viejos y sabios ojos. Todo de alguna forma era intangible en aquella ciudad, a veces la muerte era lo único que hacía tangible las cosas y a los seres.

El perro mientras tanto, aburrido de esperar lo que nunca llegaba, con sus viejos años arriba del lomo empezó su trote lento pero eficaz para peinar las calles en busca del desayuno en algún rico basurero.



***



Sus ojos de viejo lobo estaban fijos sobre la puerta de la residencia de su próximo cliente, del próximo benefactor de sus famélicos bolsillos. No estaba nervioso, hacía tanto tiempo que realizaba estos encargos de “maquillar” de negro el horizonte de vida de los hombres que tan solo era un día más en su vida, era un trabajo más que hacer tan común como lanzarle un piropo a una extraña flor con piernas bellas de la ciudad.

El arma pesaba y pesaba de forma deliciosa en su costado, a él le encantaba sentir ese peso, le era casi similar a sentir el peso y compañía de una hermosura en un baile lento, apretándose con ella y ella recargándosele enamorada, sin moverse tanto mientras los pies fluían con el ritmo también lento de la música romántica y ese fluir era lento como el goteo de una vieja llave y la danza se llenaba de noche. Y ahora con ese peso del arma trayéndole esos recuerdos bellos, imaginaba que si la Smith and Wesson tuviera labios, él seguro los besaría sin dudarlo.

Las horas pasaban y él esperaba paciente, porque la paciencia era siempre requisito indispensable en su labor, de hecho todos los días de su vida se trataban de esperar y de años para acá la espera por estos trabajos y encargos era cada vez más y el dinero era menos, pero la paciencia siempre lo era todo.

Él mira la calle con detenimiento, esta se encuentra sin la presencia de algún obstáculo que evite el destino que él va a manufacturar, no hay Dios ni diablo, ni ángel que impida su labor, si acaso solo ve a un perro algo grande pero viejo y de andar cansado, no le presta mucha atención, un perro más en este mundo de perros y pa perros. Su atención se fija de nuevo en la residencia, hay movimiento, él se prepara, la paciencia tendrá recompensa pronto.



***



El andar de aquel viejo lanudo lo lleva de un lado a otro por las entrañas de aquel barrio que no tiene mala pinta, los bufets de basureros que ha visitado le han regalado buenas viandas de sobras, la mañana trata bien al viejo lanudo, no así las gentes de aquel barrio que lo miran pasar con desconfianza y a más de una de esas lindas personas les gustaría mandarlo a que lo inyecten para que tenga la amabilidad de dormir para siempre.

Desde que dejo el edén en el que vivió muy feliz de joven, solo quedaba sobrevivir y deambular de un lado a otro de esa gran perrera donde la mayoría de los perros iban a dos patas. Ahora mismo enfrente de sus viejos ojos ve precisamente a uno de aquellos perros, solo que este despide un olor a muerte que trae malos recuerdos llenos sangre y dolor.



***



La puerta de aquella residencia por fin se abre, él se aferra a su vieja amiga y se prepara como una fiera, sus viejos músculos se tensan, sabe que ya pronto podrá darle a su vieja amiga lo que le alimenta y le gusta tanto y ella a su vez dará un beso de fuego a cambio. Su “cliente” por fin sale, con el van dos bajo sueldo para protegerlo, él los mira como poca cosa y saca a la vieja amiga, sin nervios y con firmeza comienza su trabajo, de inmediato su arma grita por él en un viejo idioma que aunque no se escucha muy seguido se comprende de inmediato pues es la lengua eterna y milenaria de la muerte.

Aquellos que protegían a su “cliente” caen sin poder protegerse a sí mismos y el cliente principal de aquella sinfonía de balas se agacha llorando e implorando sin siquiera ver a quién se acerca guiando el filo de la guadaña.

El trabajo está por finalizar, coloca en la frente de aquel pobre, la boca de su vieja amiga como presentándosela por medio de un beso que pronto se mezclara con fuego, plomo y sangre.

El viejo asesino dice una vieja oración en su mente, no hay tiempo que perder, se acabó.

¡Pero no se acaba! Pues algo tibio le pasa a su muñeca y un dolor tremendo que destroza su mano le hace soltar a su vieja compañera. ¡El viejo lanudo le da un viejo saludo con sus colmillos firmes a pesar de los años!

Llego tan de improviso y sin hacer ruido, como él lo hizo con su cliente.



El asesino se da cuenta del terrible yerro que fue ignorar al viejo lanudo, si ha llegado a viejo como él en una ciudad perra como esta es porque debe de ser un perro mañoso como él mismo lo es.

Ahora es tiempo de devolverle el saludo en forma de puño que golpea una y otra vez la quijada del lanudo que a pesar del dolor no suelta, mientras con un pie intenta acercar su arma, el forcejeo sigue por segundos que parecen congelarse en el tiempo, el viejo lanudo por fin suelta la sanguinolenta mano, un estruendo más se escucha en aquel barrio.

El cuerpo se afloja y ya no hay necesidad de seguir luchando, aquel viejo mañoso ojos de lobo cae al suelo mientras fluye su sangre para maquillar ese pequeño pedazo de banqueta, mientras en su mente se despide de su vida de perro que termino de forma tan perra.



La bala del oportuno escolta del pobre diablo que iba a ser “cliente”, (y que minutos antes con buena suerte para él y su patrón se había retrasado en salir por pasar al baño) había dado fin al asesino experimentado, salvando a su patrón y a un viejo perro lanudo que luchaba contra aquel matón.

El asesino será una pesadilla futura en los recuerdos de aquel patrón.

El viejo lanudo después de olfatear el cuerpo inerte de aquel al que había atacado por instinto y recuerdo de sus viejos días de perro entrenado, se marchaba ahora sin esperar agradecimiento y recompensa, emprendiendo de nuevo su deambular con el trote lento de sus patas lanudas y confiables por las innumerables sendas de aquella gran perrera urbana.



Un perro menos se contaba en la ciudad.



Salvador Méndez Z El Bohemio ®



13/10/2009 México D.F. ®





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