domingo, 13 de septiembre de 2009

Rezos



REZOS

Augusto se peinó de la mejor manera posible, esas entradas y esos años no le apetecían para su estilo, pero ni modo, ya alistado para la jornada sólo le restaba en aquella casa el despedirse de su esposa que continuaba dormida. 

Y es que después de la discusión de la noche anterior que al final había acabado en una tenue calma y un beso un poco flojo de reconciliación, sólo había pegado el ojo algunas horas pues tenía preocupación por el dinero que estaba seguro todavía tenía derecho a solicitar de su crédito. Sabía que ya no era mucho, pues los retrasos de pago en varias ocasiones ya no lo posicionaban en la categoría de “buen cliente”, pero tenía la seguridad de que después de dos quincenas de no estar atrasado podría retirar algo de lo ya juntado por sus mismas aportaciones, había tanta necesidad, necesitaba tanto para ella y a pesar de los problemas y de la discusión de la noche anterior, antes de apagar la luz le había susurrado, rogado a su esposa « ¡Por favor, Carmela! ¡Rézale a tus santitos, a tu virgen, a Dios, a quién le tengas fe, para que si me autoricen ese dinerito, que te libren de todo mal…! ¡Yo rezaría... pero ya sabes como soy, como he sido, nunca me harían caso, pero tú... tú eres un ángel y llevas un angelito en tu pancita! ¡Yo sé, que si tú rezas, es más fácil que Dios y los demás te escuchen!».

Ella se le quedo mirando con sus ojitos rojos, después de tanto llorar, y sin más decir solo asintió con la cabeza, se persigno y se acostó de la manera que le resultaba con más alivio para su pancita.
Él sonrío al verla acomodarse con un poco de trabajo, después pensó en persignarse, pero acabo por desistir, eso no era lo suyo, a ella en cambio era seguro que la escucharían, ella era un ángel y llevaba otro angelito adentro.
Ahora ya de mañana con un poco de frío calándole en el pellejo y algo ya apresurado para retirarse, posó su mano suavemente sobre el vientre de su esposa y sin despertarla le dijo adiós, sin olvidar también susurrarle en la oreja para recordarle lo del rezo.
Después, escaleras abajo, le quito el seguro a la puerta y se escapó dispuesto a jugarse el “buen estado” de su traje de siempre con la lluviecita que no dejaba de darles de beber a las viejas calles de la ciudad, las mismas calles de siempre que parecían ya cansadas de tanto tomar de lo mismo, pues empezaban a vomitar el agua de lluvia mezclada con agua negra de caño por la mayoría de las alcantarillas. 

«¡Claro!» —pensó Augusto. «Por eso yo prefiero el buen vino, estás calles de mi infancia, son igualitas a mí, aunque a veces prefieren beber la sangre que dejamos tras sufrir penas de muerte, han de preferir eso a tomar esta pinche agüita de lluvia»
—¡Puta madre! —exclamó en voz alta. —¡Ahora ya me aviento unas pinchés frasecitas que ni ...!

Dejando atrás su filosofía matutina y apresurando el paso, Augusto se encamino a la sucursal más cercana a una media hora a pie, quizás diez minutos más si se entretenía platicando con un amigo o con la de la panadería, pero la distancia era lo de menos, además faltaban dos horas para que abrieran.
Él pudo haber salido más tarde, pero la necesidad y el hecho de hacerle creer a su esposa que no faltaría al trabajo por ir a pedir el dinero, sino más bien hacerle creer que pediría permiso ya en el trabajo para ir al banco, le hacían tener que salir a la hora de siempre.
Estaba tan seguro que si le darían el dinero, que una faltita no le daría mucho problema, aparte de que se repetía constantemente en su pensamiento y a veces en voz alta, la frase que ya parecía un mantra, aquellas frases que simplemente decía para sí, una y otra vez: “Carmela debe de rezar a ella si la escuchaban, es un ángel y lleva un angelito dentro ¡La deben de escuchar! Ella siempre pide que la alejen de todo mal, a ella y a su bebé, si ella reza si va a pasar, ella era la que podía solicitar los milagros”.

Augusto estuvo dando vueltas por el centro comercial, mientras abrían la sucursal, observando todo lo que deseaba y que irremediablemente no podía comprar, ver todo eso sólo le producía más nervios y ansiedad por ya realizar su trámite y obtener su dinerito.
Esperar y esperar sólo le produjeron algo de hambre y sed, era todavía muy temprano para que abrieran del todo los establecimientos de comida de aquel centro, así que no le quedo de otra más que degustar 8 pesos de jamón que hecho en un bolillo que consiguió con la de la panadería y al final pasarse el bocado con un poco de atole, que le vendió una tamalera a la que no le dejaban por quién sabe que razones todavía su bote con sus respectivos tamales.

Mientras masticaba, sólo pensaba y de vez en cuando resoplaba algunas frases de lo mismo: “A Carmela la deben de escuchar, ella es un ángel y lleva un angelito dentro, siempre pide que la libren de todo mal, así que un dinerito no es nada”.

Eran la nueve de la mañana, Augusto fue el primero en ingresar al templo del dinero, listo para rezarle a la señorita de la ventanilla, todo lo posible para que no se demorará con su crédito. Aquella señorita de cuarenta y cinco años, lo atendió un poco molesta, pues tan impulsivo sujeto la había privado de embellecer el rostro con maquillaje para tratar de borrar el rastro de la edad que en su rostro le dejaba precisamente mal rastro.
En fin que después de muy mala gana revisar su historial, su deuda y su saldo a favor, le hizo la observación de que en su último pago, le habían faltado tres pesos y por lo tanto eso le genero un atraso más y mientras ese atraso existiera no era posible que retirara nada.
Al buen Augusto le pareció terrible que por tres pesos no pudiera acceder a su preciado dinero y así se lo hizo saber a la señorita, quién observándose en un espejuelo mientras se maquillaba, solo atino a contestar con un seco “ventanilla uno”.
En la mencionada ventanilla uno, ya había otros desalmados desacreditados, que hicieron que Augusto se tuviera que aguantar hasta que ellos arreglaran sus problemas para que él pudiera arreglar el suyo. Otra señorita de otros cuarenta y algo, mando al pobre Augusto, de la ventanilla uno a la salita de espera para que hablara con la gerente de su problema, la gerente después de escucharlo con la paciencia de un caracol y de reaccionar con la misma velocidad para ayudarle, lo mando de regreso a la ventanilla uno, de ventanilla uno lo mandaron a la fila de la ventanilla donde originalmente se había formado y después de quince sujetos y de repetirse por millonésima vez a él mismo que si Carmela estaba rezando, como él le dijo, está vez era seguro lo del dinerito, pues ella era un ángel y llevaba un angelito dentro y ella siempre rezaba para que la alejarán de todo mal, así que esta vez lo obtendría con seguridad.

Serían las once y media de la mañana y Augusto tenía por fin su dinero, el cual de hecho era más de lo que esperaba, estaba más que feliz y si no estuviera rodeado de gente de seguro se habría dejado llevar por la emoción y habría salido cantando y saltando. Ya afuera se sintió un poco inquieto, de repente se creyó entre lobos, lobos dispuestos a darle una dentellada para arrebatarle su dinero, salir del banco con la sonrisa que produce traer dinero, en una ciudad como aquella, era similar a cortarse las venas y arrojarse por la borda a un mar infestado de tiburones. «Ni modo» —pensó—. «Tendré que aplicar el plan de hacerme pendejo en el centro comercial y salir mucho después». Estaba seguro de que nada le podía pasar, ya tenía el dinero, que era lo más difícil de todo el asunto, todo gracias muy probablemente a los rezos de su mujer y era muy posible que esos mismos rezos le estaban protegiendo para llegar con bien a casa, después de todo quién había rezado era un ángel y llevaba adentro un angelito.

Después de darle vueltas al centro comercial observando con cuidado de que nadie lo miraba a él, decidió que ya era hora de retirarse del lugar no sin antes comprarse una botella de tequila para celebrar, tomo un taxi de los que tenían su base en el estacionamiento de la misma plaza comercial y ordenándole como un gran señor al chofer, señalo hacia el sur diciendo un: —¡A casa!—.
El conductor obedeció, pensando en lo mamón que se portaban algunos pasajeros tan temprano. Instantes después tras recibir más indicaciones de parte de su pasajero, logró arribar hasta la residencia, adornada al puro estilo casucha pobre, enfrente de la cual Augusto bajo del vehículo mientras le extendía un billete de gran numeración al taxista para pagarle el servicio, aprovechando para lucirse un poco con semejante billete, billete que el chofer rechazo exigiendo cambio, cambio que aflojo Augusto, quejándose entre dientes de los chóferes que nunca traen cambio de billetes dignos de personajes como él.
Ya en su casa le expresó y compartió con su mujer su buena suerte, después claro de explicarle su razón de estar ahí tan temprano y es que en el trabajo le habían dejado retirarse después del permiso para acudir al banco, porque posiblemente, “lo habían notado demasiado excitado con las buenas noticias y de seguro pensaron por seguridad dejarlo mejor ir”.
Su esposa acostumbrada, a la mala, a sus mentiras, sólo asintió de nuevo resignada, él después de darle la mayoría de su dinero, le comento que aprovecharía el día libre para visitar viejos conocidos, conocidos que de seguro estarían en algún billar de la zona, dejó por ultimo su botella de tequila en el barcito que había hecho con madera que sobro cuando desarmo un viejo librero y salió silbando con un aire de satisfacción.

Con sus viejos camaradas empezó por celebrar tomando cerveza, después se siguió con tequila, tequila al que siempre maldecía por rasparle de tan fea forma en los primeros tragos mientras le bajaba el licor por el buche, para después de algunos vasos más empezar a sentir que sólo era agua y beberlo sin problema.

Para las cinco y media de la tarde se encontraba de nuevo en su morada, sin recordar exactamente cómo diablos había llegado, se sentó en el sillón tratando de no hacer mucho ruido, ruido que de todos modos hizo, de tal manera que quizás hubiera levantado a los muertos de haberlo hecho en camposanto.
Se carcajeo de forma estúpida y se quedó dormido, soñando con los santitos de su mujer, sus vírgenes, ángeles y demás cortes celestiales, mientras entre sueño se decía “Debe de ser por los rezos de mi mujer, pues ella es un ángel y lleva dentro un angelito, así que ¿por qué no le habrían de hacer caso a ella tan excelentísimas presencias y visitarnos aquí en nuestra morada para bendecirnos”. Era un bello sueño y quedo sumergido en el hasta la una y media de la madrugada, cuando la necesidad de hacer una necesidad fisiológica le obligo a pararse, tropezando con las cosas ya que la casa estaba totalmente envuelta en tinieblas.
Después de darle alivio a su vejiga en el baño, prendió una débil luz de pasillo y decidió darle una vuelta a su mujer a los aposentos, aposentos que encontró vacíos, extrañado, busco en otros cuartos de la casa sin encontrar a su esposa, ni rastro de ella, regreso a la alcoba y en el lugar donde le había dejado el dinero encontró la nota, húmeda todavía por llanto cansado de haber llorado tantas veces, nota con palabras llenas de reproche, fastidio y firmada con promesas de no volver jamás.
Carmela había partido sin rumbo fijo, pues él nunca se interesó demasiado en la familia de ella y la mayoría de los lugares y direcciones de los familiares de su mujer le eran totalmente desconocidos.
Quizás se había ido a su pueblo, quizás se había ido con otro. 

Augusto apago la luz de aquella habitación y de las otras dejando sólo la débil luz del pasillo, tomó la botella dejada en la mañana en el pseudo bar y se dejó caer recargándose en un rincón oscuro, el piso frío le recordó lo humano que al fin y al cabo era, tomo un trago de la botella de tequila, tequila que volvió a rasparle el buche, mientras Augusto pensaba que habían sido los rezos de su esposa los que los habían llevado hasta a ese final ¿Pues qué no acaso, ella, siempre rezaba para que la alejaran de todo mal? ¿Y acaso, no era él mismo en sí, un mal para ella? ¿Acaso no era ella un ángel con un angelito dentro de ella? ¿Por qué no habrían de hacerle caso y alejarla de él? Él que tantas veces la había ofendido e insultado hasta hacerla llorar.

Resignado pensaba eso, mientras deslizaba otro trago de tequila que está vez ya no raspo tanto, resignado pensaba en los rezos efectivos de su mujer, con la vista clavada en el umbral de la habitación de la que nunca más volvería a ver salir a su esposa, pensando en un hijo o hija al que nunca conocería, porque no pensaba buscarlos, ellos se habían ido, alejados gracias a las peticiones y rezos de su esposa, pues ella era un ángel con un angelito dentro ¿Y cómo no habrían de escuchar sus ruegos?

México 13/09/09 ® Salvador Méndez Z El Bohemio


2 comentarios:

  1. Valla! cuando uno es consciente de su estado, de su egoismo es más fácil resignarse a las consecuencias que esto arrastra. Particularmente pienso que cuando se está en un círculo vicioso y no existe la suficiente motivación es más facil dejar ir y a la vez abandonrse a sí mismo en el abismo. Porqué la resignación???? En verdad es así como nos gusta vivir...la inmundicia será la felicidad para algunos?

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  2. Sooool de mi vida
    Fuìii un fracasaooo
    Y en mi caìdaaa
    Bùsque dejarte a un lado
    Porque te quise tantooo,
    Tanto que en mi rodaaaar
    Para salvarte solo supe hacerme odiar!

    Me gusta ese tango, de Andrès Calamaro y Enrique Bunbury

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