martes, 1 de septiembre de 2009

Prèstamo



Después de dormitar un poco, por fin logra quitarse la modorra y las ganas de seguir en el país de Morfeo.

Ya tiene que salir aunque todavía es muy temprano, pero para ir a su destino no le queda otra. Antes pasa al baño, después ya un poco acicalado se despide de sus compañeros a los que realmente se la pasa subestimando todo el tiempo, les comenta que tiene que ir a la empresa (a la central) — ¿Tiempo extra? —le preguntan. — ¡No! —Contesta un poco apenado—. Es más bien un adelanto, un préstamo para sobrevivir lo que resta a la quincena.

— ¡Ah! —exclaman todos—. La chica encargada de eso llega a las nueve o diez de la mañana y apenas son las siete y fracción.

— ¡Sí, lo sé! —contesta resignado, sabe que tiene que hacer tiempo en el camino, ir lento, «ni modo» piensa.

Sale por elevadores, llega al piso 0, se despide de los porteros, les desea un buen día y ellos contestan al unísono: — ¡Qué descanse!



“Descansar”, eso es lo él que desea, irse a casa a descansar, pero es imposible tiene que ir por el susodicho préstamo a la mentada empresa, se maldice a sí mismo por gastar de más a principios de quincena, afuera el pavimento está húmedo después de la fuerte lluvia que en la noche renovó un poco a la cansada ciudad. Y ahora el cielo se observa nublado con la firme promesa de repetir el baño a las calles en el trascurso del día.

La fría brisa le hace maldecirse de nuevo por olvidar el paraguas que de todos modos de haberlo traído no le hubiera servido de algo. Suspira asiéndose fuertemente de la resignación para vencer las ganas de cruzar la avenida en la dirección opuesta rumbo a casa, por fin se deja llevar por sus pasos en dirección al tren subterráneo, camina por la avenida principal, lento, muy lento, admirando los árboles, «esté caminito es lo único bueno últimamente del recorrido al trabajo» se dice a sí mismo en sus pensamientos.

Para las siete con cuarenta de la mañana llega al subterráneo, se toma su tiempo observando una exposición de algún cantautor, del que no se sabe ninguna canción, pero el fin es “hacer tiempo”, aunque sea deshaciéndolo de esta forma. Por fin se decide y aborda el tren urbano, transborda en la estación de siempre que le lleva a la otra de siempre que por fin después de otro transborde le hará llegar a la línea que le dejará en la empresa, apenas son la ocho y media.

Al cuarto para las nueve está a punto de arribar a la estación cercana de la susodicha empresa, «es demasiado temprano» piensa. A pesar de irse lo más lento que pudo, a pesar de ponerse a leer un libro entre transborde y transborde, dejando pasar los trenes, de poco ha servido.

Podría ingresar a la empresa ya pero realmente odia estar en lugares como aquel, le repele enormemente permanecer mucho tiempo en hospitales y en cuarteles ya sea de policía, ejercito, o lo que sea que tenga que ver con gente que se escuda tras órdenes y grados de los que esperan un “respeto” automático de sus subalternos.

Entre un hospital y un cuartel no hay a cuál irle, el primero le recuerda sòlo noches de cansancio, pena, sufrimiento, en donde el dolor físico y espiritual era el gran ganador. Prefiere no asistir a tales lugares aunque a veces sus huesos viejos le recuerdan que debería aplicarse uno que otro estudio a los que siempre rehúye como si fueran la peste. Y en cuanto a lo segundo, a los cuarteles, quizás sea por el hecho de que siempre de más joven se le dificulto seguir órdenes o reglas.

Realmente se siente incomodo al estar en lugares así, por lo tanto decide pasarse de largo e ir una estación antes de la terminal y de ahí regresarse en el tren que viene en sentido contrario. Como esa línea ofrece por tramos vista al exterior, se distrae un poco observando a las prostitutas de aquella avenida en donde hay un hotel casi en cada esquina; la mayoría de ellas todavía se ven adormecidas, resistiendo el frío. Al sol todavía no se le antoja salir para calentar sus carnes, así que algunas juguetean calentándose entre ellas a falta también de cliente; en este caso sòlo tienen al frío de cliente y este siempre ha pagado mal.

Para las nueve y diez ya está llegando por el tren contrario otra vez rumbo a la estación de su destino, por momentos se observa a sí mismo, ve su reflejo de ojos fastidiados con su misma ropa de siempre (su uniforme) que le roba su individualidad y le convierte en una especie de fotografía o fotocopia viviente, pocas veces recuerda en los últimos años haber andado con su ropa normal, de hecho se siente como si está fuera su segunda piel, pero no por lo cómoda sino por lo recurrente de traerla siempre puesta.

Por fin llega al desestimado destino, sale del trasporte y se encamina con pies pesados. Toca el timbre, por interfón, le piden que empuje la puerta; adentro se ve un pasillo estrecho y frente a una ventanilla presenta su credencial e informa el motivo de su visita, le indican que empuje la segunda puerta y pasé por fin. Adentro ve a otros vestidos como él, les da los buenos días y la mayoría soñolienta contesta “días” sin verle por ningún lado el “buenos”.

La mayoría de esa gente viene obligada a tomar su adiestramiento, uno en donde siempre les enseñan lo mismo que la mayor parte del tiempo no se ocupa.

Él piensa que son muchos y que si esos otros vienen por préstamo, al final habrá problema para alcanzar algo, afortunadamente se oye una voz procedente del segundo piso, preguntando por los que vienen a su adiestramiento, la mayoría tuerce la boca y con pesadumbre sube las escaleras, quedando abajo muy pocos en realidad.

A las nueve y media se aparece la primera asistente, una secretaria, les pregunta la razón o motivo de su presencia ese día en la empresa. Él le dice el suyo y ella contesta que la encargada de los préstamos llega a las diez. Después prosigue preguntándoles a los demás y él se consuela con ser el segundo en la lista de los que esperan a la Srta. de los préstamos, pasan los minutos, pasan los empleados, pasan los llamados mandos que realmente nunca se aparecen por su lugar donde está de servicio para mandar algo bueno, dejándoselo todo al mando del servicio que sin remordimientos prefiere mandar para nada bueno y sí para mucho malo.



Total él prefiere hacerse el distraído antes que tener que hacer el saludo correspondiente a tales sujetos, que afortunadamente lo ignoran y no notan su pelo largo relamido con gel para aparentar menos pelo.

Dan las diez, las diez y diez, las diez y cuarto, la secretaría (la de antes) le vuelve a preguntar por qué vino, para inmediatamente reconocerlo y decir: —¡Ah! ¿Pa el préstamo, verdad? Ya no tarda mi compañera.



La susodicha compañera por fin llega a la diez y veinte, sube de lo más tranquila las escaleras al segundo piso y él tiene que esperar hasta las diez y treinta y cinco que es cuándo aprovecha para preguntarle a la primera secretaría si ya se podía subir al Olimpo, perdón al segundo piso para solicitar el préstamo.

La secretaría en cuestión le pregunta vía telefónica a la otra si ya es posible, para después pedirle al primero que suba, así lo hace el susodicho, el cual no tarda en bajar, lo cual le extraña a nuestro pobre diablo. Al ver el semblante cabizbajo con que sale el primero, siente un nudo en la garganta que no se disipa hasta que le informan que puede subir. Llega al umbral de la oficinita de la encargada, la cual lo recibe como siempre, que es igual a “mal”; le informa de forma descortés (ya que al parecer la chica en cuestión creé que es ella quién presta la suma y no la empresa) que sòlo hay la mitad de lo que siempre les está permitido prestar, así que pregunta sin más con un simple: ¿Los toma o los deja?

Él sabe que aquello apenas le va a alcanzar para los pasajes, no le va a alcanzar ni para una deseada (más que a una amante) cerveza, pero no habiendo de otra los acepta, firma la forma correspondiente, da las gracias (más por educación que por realmente sentirlo) y se retira.



Nada más salir, experimenta la misma alegría de quién ha estado preso, se siente bien aspirar el fino smog de la ciudad en lugar del horrible olor del encierro, de la cárcel putrefacta del libre pensamiento. Toma de nuevo el metro, llega a la estación destino después de los insufribles transbordos.

Se apresta a esperar el camión, el cual viene atiborrado por lo que tendrá que viajar parado y aplastado.

Pasan varias avenidas, y como sujeta una bolsa llena de cachivaches con la derecha y solo tiene la izquierda para asirse del tubo superior, imita a un mal remedo de orangután.

Con el brazo ya adolorido, sabe que antes de mejorar las cosas, es probable que vayan a empeorar. Con sorpresa no es así, pues en una esquina de tantas, observa subir por la puerta de atrás, cerca de donde está él, a una hermosa creatura acompañada de su progenitora, obvio la señora no atrae para nada su atención, en cambio la hija, con un cuerpo delicado pero bien formado y una cara de ensueño, fina y sin maquillaje, le provoca un ensueño hermoso a él, quién suspira por dentro con un dejo de culpa de por medio, pues si bien la chica a observar se ve mayor de edad, es realmente joven comparada con él que está hipnotizado por la mágica joven, «Si tan sólo» piensa, y ese “si tan sólo” se queda grabado en su mente por varios instantes.

La chica tiene gracia, ríe y goza de su juventud al lado de su madre que hace discordia con la belleza de su hija. En algún momento ella voltea hacia donde está él y él se le queda viendo a los ojos ella “sonríe sin sonreír”, pues sòlo con su mirada basta para trasmitir la sonrisa que no fue, o al menos esto le parece a él. «Ni modo» piensa hay que conformarse con ver estás bellezas, que son inalcanzables a mi edad o circunstancia, «si tan sòlo fuera de dinero».



Pasan los minutos mientras el camión devora los kilómetros, mientras él sueña devorar a tan preciosa chica, pero sòlo es sueño, “la vida es sueño” decía Calderón de la Barca.

De pronto algunas cuadras más adelante el camión engulle a más pobres de los que llaman pasajeros, es inevitable el apretarse uno contra otro, ¡Y ya sea por obra de Dios o del diablo! A él le toca estar apretado espalda con espalda con ella, ¡demasiado! Con su mano derecha roza sin querer los glúteos de la chica, el intenta separarse un poco, pues lo que menos necesita es que le acusen de acosador depravado y lo bajen del camión a punta de madrazos.

Pero es inútil entre más intenta separarse, más el movimiento del camión y el apretujé hacen que su mano cerrada en torno s u bolsa de cachivaches, roce una y otra vez los glúteos del ángel, el cual se convierte en ángel del deseo.

Él trata inútilmente de cambiar la posición de su mano para alejarla de aquellas formas pero en otro movimiento brusco del camión hace que todos se aplasten más, a su vez que la chica aplastada aplasta con su cuerpo y glúteos a su mano que se tuerce experimentando dolor dejando caer la bolsa, abriendo los dedos, dedos que se meten a través del hueco de los glúteos de la chica rozando un calor hermoso a través del pantalón de mezclilla ajustado. En ese instante piensa que la chica gritará y reprochará aquel abuso ¡Y ahora sí el despido a punto de madrazos de aquel camión no se hará esperar! Pero para su sorpresa no es así, la chica voltea un poco y no dice nada, después el movimiento del camión ayuda y hace que aquellos dedos llenos de deseo rocen una y otra vez aquella parte que se siente caliente a través de la mezclilla.

El pobre sujeto creé enloquecer, nunca en su vida creyó siquiera tocar la mano de aquella chica y ahora por extraño sino estaba tocando más allá de lo que hubiera creído en toda su vida, después de varios minutos así, el camión por fin fue vomitando a los llamados pasajeros que había ingerido y la separación de aquel cuerpo se hizo inevitable.

Cuadras adelante ella y su madre descendieron y el las siguió con la mirada, ella se volteo un momento pagándole la mirada con una sonrisa y después desapareció junto con su progenitora en medio de la masa de gente que transitaba calle abajo.

Él por fin despertó del ensueño de deseo y excitación donde se había sumergido pensando que aquel sería el mejor préstamo que nunca jamás le podrían haber dado en su vida.





Salvador Méndez Z El Bohemio.

01/09/09 ® México



4 comentarios:

  1. No sé que decir...
    Es un buen relato, si en la mayoría logras reflejar una especie de decadencia humana, en otras como esta logras mezclar un tipo de frescura que tiene lo cotidiano de la vida en una socieda como esta. Me agradó mucho y en la segunda parte me arrancó sonrisas más bien pícaras por regresiones a mi pasado...ups...hay voy otra vez...
    Así lo dejamos.

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  2. ¡Je!, Creo que al principio eran dos o tres relatos que se volvieròn uno, por eso se siente tan distinto conforme avanza, aparte ya eran las cinco o seis am. y ya pronto me tocaba salir de trabajar, creo que si lo hubiera escrito màs temprano acabarìa tal y como empezò.

    Bueno si en tu pasado te "prestaròn o prestaste" es muy normal, si hoy dìa encuentras a alguièn que no le han prestado, puès... ¡Pobrecito!

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  3. orale mi primer comentario que me dan aqui de lo que escribo ahora existes tras mis parpados.Al igual muy buenas lineas largas y podertosas.Seguiremos echandonos al mar aver quien flota.
    Saludos...

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  4. M e temo, Anay, que como no me ha dado por nadar(màs que en cerveza), por lo que creo que acabarè ahogàndome primero.

    ¡Bueno en algo tenìa que ser el primer lugar en estè mundo!

    Saludos!

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