sábado, 29 de agosto de 2009

La experiencia de la radio en la vida cotidiana.

Con motivo de la celebración del día internacional de la radio les comparto un viejo escrito que tiene que ver con esto de la magia en las ondas hertzianas
El radio despertador sé encendió a las 06:00 am como de costumbre. La voz familiar del locutor del programa matutino sonó animosa dando los buenos días y expresando los mejores deseos para su audiencia.
Pedro se levantó con trabajos, él sueño le hacía añorar la cama y la bendita almohada, tan blanda y atrayente. Estuvo a punto de desvanecerse de nuevo entre las blancas sábanas, pero la voz del locutor quién no había parado de hablar exclamó un sonoro
¡Órale a levantarse amigos coooon... ganas!
Pedro recibió el mensaje y se apresuró a comenzar su día, mientras se bañaba y después almorzaba escuchó las noticias, después pensó que ya era demasiada información.
—En el camino será mejor escuchar música, de preferencia optimista —se dijo así mismo el buen Pedro.
A través del radio en su coche Pedro escucho la estación con la música que más le gustaba y de hecho evito un trayecto conflictivo gracias a un efectivo informe vial, así fue de su casa a la escuela y de la escuela al trabajo, siempre con la radio acompañándole e informándole de cosas de su interés personal, como aquel producto que tenía tantas ganas de comprar desde hace tiempo.
En la tarde, ahí a través de las ondas hertzianas, la voz sensual de una locutora le hechizaba, esa voz que le invitaba a soñar con ella, nunca la había visto en su vida, pero sólo con escuchar aquella irresistible voz la imaginaba toda una belleza, soñaba (vaya que soñaba) con algún día conocerla, y quien sabe, quizás con un poco de suerte su vida sería otra cosa.
Con el tiempo la vida le ofreció a Pedro una esposa amorosa e hijos (lástima nunca pudo conocer a la locutora). La radio lo siguió acompañando en el transcurso de su vida, como en aquella ocasión que le dedico una canción a su esposa por el aniversario cumplido, o aquella otra ocasión que hubo un temblor de una magnitud fuerte, se produjeron cortes de energía eléctrica y sólo con su radio de pilas supo lo que había que hacer para mantener a salvó a su familia.
Tiempo después gracias a la radio pudo encontrar a uno de sus chamacos (él muy canijo en plena etapa de rebeldía se había fugado de casa) Pedro logró que un locutor de alguna estación en un programa que a su hijo le gustaba le diera el mensaje de su padre en vivo para arreglar sus diferencias, su hijo tardó pero al final regresó a casa.
El tiempo siguió, Pedro ahora con más sabiduría y canas plateadas, gustaba todavía de escuchar en la radio la música que de joven le gustaba tanto.
Ahora que sus hijos ya habían hecho su vida, su esposa ya había partido, la radio era su mejor compañía. Esa noche Pedro soñó que escuchaba la voz sensual de la locutora, esa voz tan bella le invitaba a subir con ella a volar, y Pedro sentía que se elevaba, subía cada vez más y más, veía su casa desde las alturas, sintió que debía dejarla, viajaba a velocidad increíble, seguía el sonido de la voz de la locutora, a través de la ciudad, entraba en las casas, observo a sus hijos con sus familias, quiso despedirse de ellos pero se veían tan tranquilos, no quiso molestarlos, seguía viajando a través de aquello ¿Qué era? Y la respuesta vino a través de la voz sensual que le susurró
—¡Son las ondas hertzianas! ¡Las ondas de la radio! Ahora irás a un lugar mejor donde estarán los que amas, pero algo de ti quedara por siempre aquí, al final un poco de todos se queda flotando en el aire, en el espacio formando parte de la radio, Pedro sonrío y una parte de sí se fundió en aquello que lo había acompañado a través de su vida.

Salvador Méndez
29/08/09 ®



2do relato con temática hertziana

Benemérito Pérez esperaba con ansiedad escuchar por lo menos el resumen del partido de su equipo favorito, ese que sabía que no podría ir a presenciar y disfrutar en medio de la fanaticada. El consumo de bebidas embriagantes, el griterío y coros de la porra (para no hablar del sudor y el olor a chivo) con entonación de cantos de y sus respectivos abucheos y recordatorios para él árbitro, no le agradaban ni un poquito. Y además no se atrevía a faltar de nuevo al trabajo en tan poco tiempo, se cargó su radio de pilas y se apuró en la mañana para estar más desocupado por la tarde, encendió la radio a la hora predestinada para que sus héroes del balompié se esforzarán a salir y batirse por la victoria. En el preciso instante que ya empezaba el partido una mano tosca se le recargó en el hombro mientras una voz seria le preguntaba
—¿Qué hace Pérez, otra vez perdiendo el tiempo? —Benemérito solo pudo pensar que era el supervisor de su área y que le esperaba un regaño, se dio la vuelta resignado a ver al fustigador en persona y solo encontró la cara burlona de su compadre Murciano Sánchez quién empezó a reírse del susto metido hasta el fondo del alma del compadre—. ¡Vaya que eres un asustadizo en toda la extensión de la palabra!
Benemérito solo contesto
—Vamos a escuchar el primer tiempo mientras se termina nuestro turno, el segundo tiempo lo iremos escuchando en el camino.
Así lo hicieron mientras discutían sobre cuál equipo era mejor, cuál jugador era mejor esté o aquel, eran compadres pero rivales de afición. El conductor del microbús cansado de tanto alegato le prendió a su radio y le subió a las canciones de la Pelirroja Herrera que era una de sus cantautoras favoritas de canciones de aventuras y borrachos, con lo cual los compadres dejaron un poco la discusión y aumentaron la sed por una cerveza.
Al llegar a su casa después de despedirse del compadre con un sonoro silbido dedicado a la progenitora de su compadre para recordársela de forma “cariñosa”, Benemérito encontró a su esposa lavando los trastes mientras escuchaba en la radio su programa favorito de chismes (el cuál a Pérez le caía re gordo), en el fondo su hija adolescente reía y gritaba con enorme júbilo.
Benemérito se acercó y escucho que un radio estaba prendido y a través del aparato se escuchaban las risas de su hija y la voz de un locutor que la felicitaba por haber contestado muy bien la pregunta del concurso y ganarse un par de entradas al concierto del grupo que tanto le gustaba,
Benemérito pensó “Al menos así, a mí no me cuesta nada”.
Atrás en el patio en su silla mecedora el abuelo escuchaba a su inmortal cantautor preferido con aquellas canciones que le recordaban a la abuela y el olor de aquel tabaco que el matasanos le había prohibido hace tanto tiempo.
Benemérito decidió recostarse en el dormitorio y relajarse mientras escuchaba el análisis del partido y después las noticias más importantes del día, hasta que, para molestia de su hija (a quién en ese momento le dedicaban una canción por la radio de parte de algún admirador de la escuela), lo que más se escuchó fueron los ronquidos del mismo Benemérito.
El Domingo llegó, Benemérito y su compadre Murciano se acomodaban frente a la televisión para ver el enfrentamiento decisivo para sus equipos, las esposas ya habían acercado las botanas y el licor de los reyes más nobles de la creación, conocido simplemente como cerveza. Todo estaba listo y... ¡La energía eléctrica decidió ausentarse de tal reunión y con ello la trasmisión por televisión!
Después del coraje y berrinche inicial Benemérito saco el radio de pilas y concordó con su compadre en que a veces es mejor imaginar lo que se escucha que verlo.
Las ondas hertzianas les llevarían la gloria o la derrota a través de la señal en el aire, sería otro buen domingo más en el paraíso de un barrio cualquiera.

Salvador Méndez
29/08/09 ®


3er relato hertziano

Jacinto Peñalosa mejor conocido por el apodo del “conejo madrugero” en la estación de radio donde trabajaba como locutor del programa de “rock de medianoche”, al cual eran aficionadas todas las almas desveladas y penitentes que acompañaban la emisión desde las doce hasta las cinco de la mañana, todos los días, menos claro, el domingo que era el descanso obligado, el lunes que era el día que a Jacinto no le amanecía tan bien o en pocas palabras amanecía un poco indispuesto por culpa de alguna cruda (también moral), y el martes porque el gerente de la radiodifusora no creía que ese día hubiera tantos radioescuchas como en los otros días. Su vida no era complicada, o al menos eso creía él.
El buen Jacinto nunca se hubiera imaginado que tendría que dejar el programa cuando por fin había logrado tener el máximo rating de transmisión, hasta que el gerente el Sr. Caimito, como le decían de “cariño” los locutores, le hizo saber que su programa saldría del aire porque los ejecutivos de la estación habían decidido que era mejor transmitir a un doctor de lo oculto que daría recetas vegetarianas y metafísicas por medio de la sapiencia heredada por los espíritus concejales que tenía, y en fin para ese programa ya tenían algunos patrocinadores asegurados.
Así le llegaron las doce de la madrugada del miércoles para amanecer jueves al pobre Jacinto Peñalosa, alias el “conejo madrugero”, que para ese entonces más bien se sentía “conejo destazado”. Sin tener nada que hacer en casa y con un insomnio marcado por la costumbre de las trasmisiones y esperando con una esperanza desesperanzada a que por lo menos el gerente lo llamará para algún otro programa (aunque tuviera que trabajar los vengativos lunes), para algún buen espacio en la radio. Pero era una espera inútil, no habría llamada, en el fondo lo sabía. Algo parecido sufrieron las almas desveladas y penitentes que sintonizaron la frecuencia esperando encontrar la familiar voz del “conejo” y en su lugar encontraron la voz medio chillona de un tipo que decía curar por medios telepáticos a los desafortunados “hermanos de la creación”.
Para aquellas almas acostumbradas a desvelarse por trabajo o por simple gusto escuchando al conejo, no les pareció en nada aquel cambio y para nada se sentían hermanos de ninguna creación del tipo de voz chillona.
Los reclamos vía email, de forma telefónica y demás medios conocidos no se hizo esperar. Al poco tiempo el gerente de la radiodifusora tenía afuera de las instalaciones a un grupo bastante variado de esas almas de medianoche protestando por la salida de su máximo entretenimiento para aguantar la incertidumbre de la madrugada.
El gerente “caimito” de nombre real Carmelo pronto se dio cuenta de la mala publicidad que esto le acarreaba y trato de contentar a los radioescuchas con promesas de una nueva emisión quizás otro día como digamos domingo, lo cual no le agrado a las almas, ellas querían su dosis habitual de miércoles a sábado y nada más los haría cambiar de parecer.
Después de una semana de tantas recordadas de las que hieren al gerente, pedradas a su auto. No le quedo más de otra que contactar al “conejo” que para ese entonces ya no concebía que su vida girara en otro ámbito que no fuera la radio y le reestableció su emisión para el descanso de las almas madrugadoras y el descanso de la progenitora del Sr. Caimito.
Por su parte el “hermano de la creación” que hasta eso ya había logrado algo de audiencia en seres algo raros y de tipo esotérico como él, tuvo que conformarse con transmitir los domingos lunes y martes, y de parte de su audiencia no hubo quejas, si acaso nada más la del propio “hermano de la creación”, ya que el día lunes, decía sufrir por una “cruda de tipo telepático muy inexplicable”.

Salvador Méndez Z
29/08/09 (R)




4 comentarios:

  1. La radio...la radio...la radio...
    De esto que te puedo decir...mi único medio para muchas cosas, el medio que me acompaña desde hace mucho y que no puede faltarme.

    ¡Genial!

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  2. ¡Ts!, ¿Creerías que esté o más bien dicho estos tres relatillos de radio, fueron mi primera y única participación en un concurso de relatos?, si no mal recuerdo la organizó el IMER y yo escuché la convocatoria a través de Reactor creo que a mediados del año pasado, me acuerdo que los fui a entregar uno día antes del cierre, en medio de un aguacero, entre por un portón o entrada de autos y recuerdo que me recibió una secretaría que clasifico mis relatos después de revisar si llevaba todo lo solicitado, para después despedirme con un “buena suerte”, a pesar de la lluvia había mucha gente, de distintas edades ingresando a dejar sus relatos, al dejar por fin estos relatos me quite un gran peso de encima, pues sentía un ansía por participar que no me dejo en paz hasta ese momento.

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  3. Sí estuve enterada de ese concurso, de hecho, aunque tenía una idea clara de lo que quiero (porque todavía lo tengo pendiente) expresar a propósito de la radio, no he podido aterrizarlo, creo que me falta el final, no sé...
    Y se puede saber cómo te fue?

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  4. ¡No tengo ni idea!, bueno de que no ganè, no ganè, pero concursar -aunque se lea cursì- lo fuè todo

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