lunes, 17 de agosto de 2009

¡Banzai!




Todos los fines de semana, todas las noches de esos fines, se alista, siguiendo todo un proceso, como si realizara un ritual ancestral. Se baña, se afeita, se viste con su viejo pero eso sí muy cuidado traje, se cepilla el pelo sin cambiar nunca su estilo bien peinado como para foto de escuela, se coloca su viejo reloj imitación de chapa de oro, se calza los zapatos de “baila mi rey” (que nunca han sido utilizados para esa acción), se planta frente al espejo, sacando pecho con pose de matador listo para partir plaza. Muy conforme con su fisonomía, sale de su refugio del tiempo para encaminarse al templo del dios Baco, el que quede más cercano, para rendir su tributo de libación, como ya es costumbre y hasta de sentimiento obligado, saca un solitario cigarrillo de la cajetilla (la segunda en el día), saca su buen encendedor con el relieve de la cara de un mítico Ché (el cuál le parece ahora, más un héroe de Hollywood, que un guerrillero defensor de los pueblos, pero eso sí, le pareció fantástico a la hora de comprar el encendedor), y

hace que la llama del encendedor acaricie al cigarrillo con su lengua ardiente, coloca el cigarro entre sus labios ya demacrados, lo besa, aspira ese fantasmita grisáceo que emana del cigarro con promesas de acabar con el deseo, pero obvio el efecto placebo, solo dura mientras vive el cigarrillo, de todos modos lo saborea. El humo invade, su cuerpo a través del sistema respiratorio y a pesar de las protestas crecientes a grito ronco de sus pulmones, a él le complacería que invadiera incluso su alma, siente como se funde en su organismo, lo atesora y lo deja ir llevándose una parte de él en ese humo que sale ahora por su nariz, dejando mucho del tabaco atrás.



Por fin llega al lugar, al templo de sus oraciones, oraciones embotelladas como mensajes de náufragos en mares sedientos de sangre, de sangre de Cristo, vino que ahora se vende para lavar pecados aunque sea por una sola noche.

Los conocidos de siempre en el lugar lo miran llegar, algunos saludan con la voz, otros con un ademán y no falta quien desde un rincón lejano emita un clásico silbido en conmemoración y remembranza a la que engendro a tal engendro con disfraz humano.

No se toma nada a mal, ni siquiera ese último saludo, lo malo sería el ser ignorado y no pertenecer ni siquiera a ese gremio de distinguidos caballeros, héroes de mil batallas libradas contra la razón y la abstinencia.

Ya en la barra, solicita que se le acerque el veneno embotellado con el que de costumbre se mata poco a poco, con el sabor ansiado que ya es amante de su paladar.

El cantinero le comenta lo raro que se le hace el hecho de que prefiera ese velatorio de pobres diablos a estar en un antro con el ambiente y música de moda.

Él toma su vaso y antes de que el alcohol toque sus labios le da la siguiente contestación: —En esos lugares hay mucha gente, mucho ruido y así me es imposible escuchar los gritos agónicos de mi hígado, soy un poco sádico y me gusta escuchar a mi victima cuando lo estoy matando.



La noche avanza, adquiere su segunda botella y su tercera cajetilla, se retira al área de los fumadores para no molestar a los borrachos que no fuman pero que parece ya hace mucho tiempo se hicieron humo. Repite el mismo ritual para el cigarro, después para seguir bebiendo, después para seguir muriendo.

Ya para la madrugada decide tirarse a matar entre los muslos de una desconocida bien conocida y saciar la sed del cuerpo, otra vez se le olvido el condón, pero el alcohol le hace creer, otra vez, que esta templado por el fuego del erebo y que no hay más mal más que la vida misma, de la que ya no puede esperar más daño, que el simple hecho de vivir.



Despierta al otro día, ya de tarde y se retira a su vieja morada de olvido, para seguir en sueños la travesía de viejos recuerdos, el lunes regresara al trabajo a fingirse entre los vivos, pero siempre con ganas del arribo del siguiente fin de semana (aunque últimamente hay veces en que se le da naturalmente entre semana) para repetir el ritual consagrado de una muerte que no llega del todo, pero que nunca se ha ido. Su mismo ritual de siempre, sus cigarros que nunca le abandonan, su botella que siempre trae una compañera, sus relaciones de amor sin amor con aves de paso que ya pasaron tanto, sus recuerdos que ya no recuerda tanto y su lejanía para con los demás que ya le es muy cercana y constante.

A veces algo parecido a la conciencia dentro de él, le fustiga con reflexiones en contra de una vida tal cual lleva, pero cada fin de semana hace oídos y pensamiento sordos a tales señalamientos, se aferra al vaso de vino, al cigarro, a sus pasiones, al ser como es y se confiesa consigo mismo, que muchas veces a deseado, al enfilarse a empuñar tales vicios, gritar un gustoso y merecido: ¡Banzai! Con todo las fuerzas que le permita su aliento funesto y sus moribundos y desgastados pulmones.



Nota. “Banzai” en el japón moderno se usa para celebrar, un acierto, una victoria, o en medio de un festejo, sería como un “bravo” un “hurra”.
El “Banzai” aquí utilizado en el relato está considerado desde la connotación negativa de nosotros los occidentales, que lo asimilamos a un grito de guerra emitido por los Kamikazes y soldados japoneses en la segunda guerra antes de matarse, gritando “TennouheikaBanzai”, una forma de decir “larga vida al emperador”, como una forma de aceptar morir por el emperador.
La palabra Hara-kiri estaría más correcta en este relato, ya que el personaje se ofrenda en cierto modo a morir aunque sea a través de los vicios, rechazando cualquier muerte natural a largo tiempo, pero debo de admitir que el gritar ¡Banzai! Al enfrentar la muerte aunque sea de esta forma es más atrayente.


17/08/2009 Salvador Méndez Z ®

1 comentario:

  1. "¡BANZAI!" para tí tomando la primera ascepción del término.
    Me gusta...me gusta mucho. Por un momento me imaginé en un tiempo/espacio ya muerto para mi. En otro ví a seres que han seguido el mismo ritual y que no han muerto en él.
    Maldita forma de vida que nos arrastra a estos benditos rituales. Malditos nosotros que somos inacapaces de tomar otro camino...Tal vez esto último no sería posible pues es un ciclo de la vida -vivir para morir- y esta es sólo una forma de adelantar camino...tal vez...
    Nuevamente "¡Banzai!"

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