sábado, 19 de septiembre de 2009

Submarino


Aparté mis manos por un momento, las sentí pesadas, muy pesadas, mi visión se tardo en regalarme la forma de lo que estaba enfrente de mí, del panorama real de aquel transporte, un transporte que avanzaba tan lento en medio de aquel gran río de automóviles, que más que río era estanque, un estanque de agua sucia, turbia de tanta contaminación.

La lluvia trataba de renovar todo, inútilmente, pues todo está ya tan podrido que la misma lluvia al ver, quizás sus esfuerzos vanos, en vez de llegar como un ángel para ampararnos, arribaba como la hoz vengadora de algún verdugo y nos acababa fustigando con todo su poder en la forma de tempestades que envidiarían nuestros pozos ahogados de sequedad, mientras la lluvia nos regaña por nuestra necedad y terquedad, terquedad que nos arrastra al olvido.



Así se dio aquel congelamiento de vida, más no de tiempo, ya que el tiempo avanzaba, la lluvia se lo llevaba segundo a segundo, minuto a minuto, hora tras hora. ¿Y nosotros? De nosotros la lluvia ni se apiadaba, ni se fijaba, no le importaba, no nos llevaría ¡Para nada! Sòlo se llevaba mi descanso, mis ganas de llegar y mi voluntad por aguantar, la observé caer sin pausas mientras limpiaba un poco lo empañado del vidrio de aquel transporte viudo de una esposa llamada velocidad, limpiaba y observé cómo caía aquella lluvia que trataba inútilmente de lavar está ciudad, se desbordaba haciendo su mejor esfuerzo y su mejor esfuerzo no servía, sòlo empapaba, sòlo cerraba vialidades y atrasaba a la gente.

Quizás solo trataba de limpiarnos de pecados, pero éstos son cómo tatuajes en el alma, era por demás inútil tan noble esfuerzo. La lluvia de todos modos seguía su agenda y la agenda marcaba una cita con la desesperación de aquellos que sòlo ansiaban materializar la palabra casa, pero padre tiempo y madre lluvia decían; ¡No! Y el “No” era rotundo sin forma de apelar, estaba echada nuestra suerte y marcaba esperar bajo aquella lluvia.

¡La lluvia es hermosa! Pero cuando se aprecia en el lugar y el momento adecuado y en este momento sòlo nos está helando el alma.

La lluvia había logrado traspasar poco a poco al interior de aquel viejo baúl con llantas y nos acariciaba y nos contaba sus sueños, obviamente húmedos.



— ¡Esta bien! —le dije en mi pensamiento —Sòlo hay una forma de sobrevivir a está muerte lenta y húmeda y es solicitando posada a Morfeo y escapando a su palacio para beber del néctar de las flores del jardín durmiente y por eso me acurruque en el incomodo asiento y dormite lo mejor que pude.



El ruido producido por una gotera que insistentemente besaba al metal del pasamanos, fue lo que me saco de aquel sueño en el que acompañaba al mítico capitán Ahab en su búsqueda por darle fin a Moby Dick, el cuál extrañamente, según unos esquimales que vendían paletas heladas en un crucero, lo habían avistado al atardecer merodeando por el lago de Chapultepec.

Pero aquella gotera maldita había hecho naufragar aquella aventura marítima, ganándole tiempo al cachalote blanco; provocando que abriera mis enrojecidos ojos de forma pausada, sin enfocar, sin que está vez la forma de los objetos y personas alrededor mío se me revelara de inmediato y el ambiente era totalmente húmedo salado y las formas borrosas que apenas empezaba a reconocer parecían estar envueltas de un color verde.

Poco tiempo paso cuando por fin aprecie que mi transporte seguía estático, pero ahora las personas eran menos y de hecho la mayoría parecía dormitar mientras aquel color verde los iba cubriendo, poco a poco tanto a ellos como a las ventanas y el interior de aquel camión, eran algas de un color verde, brillante por momentos, a veces irradiaban como cristales con sus brillos verdes relucientes, mientras el agua goteaba por doquier e iba abarcando todo espacio disponible, era todo tan extraño, y empecé a desear estar todavía con Morfeo o con el capitàn Ahab, pero era imposible, estaba tan sumergido en la angustia como en el agua ¡Estuve a punto de gritar!

Y fue ahí cuando tù subiste al transporte de Neptuno y pagaste tu pasaje con conchitas incrustadas con brillantitos de mil colores, perlas y caballitos de mar, te desplazabas de forma fantasmal pues flotabas con gracia en aquellas aguas que ya habían llenado todo lo que había que llenar, tu mirada navego hasta la mía, en un breve momento, y sentí mi que mi ser era jalado al abismo por un invencible Maelstrón ante el cuál era inútil luchar.

Tu mirada siguió su curso buscando un asiento de coral donde seguro peinarías tus cabellos tan líquidos que juraría eran parte de la misma agua, los distinguía de hecho de la demás agua solo por su color y su ondulación de un lado a otro al desplazarte y tu piel era igual, todo en ti era agua, agua de colores que se desplazaba en agua, tu formas esbeltas, exquisitas, todas líquidas pero definiendo totalmente tu figura, por un momento al regresar mi mirada a tu cara me pareció observar que un pescado rosáceo y carnoso formaba tu boca, te vi recorrer todos los asientos y susurrarles al oído algo que me pareció una cancioncilla a los demás pasajeros y debo admitir que sentí un poco de celos, pero después al voltearte hacía donde estaba yo, se disiparon pues sabía que seguía mi turno.



Me observaste con una mirada de lo más tierna, tocaste mi rostro con tus liquidas manos (aunque tocar sea un término extraño al referirse a lo liquido), después tu sonrisa me sedujo y tus labios de sòlo mirarlos me produjeron sed a pesar de estar ya cubierto por el agua.

Al final por fin acercaste esos labios a la altura de uno de mis oídos y por fin te comunicaste con una hermosa voz que incluso tenía un tono liquido, fue una pregunta la que hiciste, y yo enajenado como estaba por tanta belleza liquida conteste con un: —¡Sí! —el cuál se llevo mi último aliento mientras tu tocabas un timbrecillo de coral y se abría la portezuela del camión, para qué de la misma forma desplazándote con gracia salieras del transporte, aquel transporte que quizás nunca debí haber tomado, el cual nunca debió de haber ingresado a aquel túnel en el momento que una parte del concreto en un distribuidor de agua cercano reventó, inundando de forma rápida y terrible aquel túnel, ahora me doy cuenta que quizás yo nunca desperté de aquel sueño...



¡Y bueno! ¿Qué cuál fue la pregunta que me hizo aquella hermosura liquida? Bueno fue de hecho simple y fácil de contestar, me pregunto que si aceptaba quedarme por siempre con ella, a su lado en aquel lugar tan liquido, en ese ambiente de un mar tan extraño dentro de una ciudad tan ajena al mar, y la verdad, siendo ella tan hermosa ¿Cómo diablos iba a decir que no?


19/09/09 ® Salvador Méndez Z




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