lunes, 6 de julio de 2009

Ansiedad 2da-parte

Ansiedad

(2)



A la siguiente noche afortunadamente mi despertar ya no me represento un tormento al levantarme de mi viejo lecho. Serían las nueve de la noche y yo estaba más que preparado para escapar de mi recinto para por fin ver cumplido mi deseo de intercambiar “vivencias” con otra alma dispuesta a recibirlas. Mi inquietud hacia está cuestión me gobernaba, realmente mi ser lo necesitaba, sudaba y mi cuerpo temblaba, necesitaba salir ya, me era tan imprescindible como el respirar.

Tuve una caminata inicial para sumergirme en ese mar de gente y lograr empaparme de esa sociedad a la que hace ya tiempo no me acercaba, pero de forma lamentable no produjo los resultados requeridos por mi inquietud, no hubo ni un dejo de reacciones que esperaba encontrar y mucho menos una cercanía con otras almas afines. En vez de eso las personas de esa ciudad hiperactiva, reaccionaban de formas variadas ante mi persona, algunas personas se alejaban rápido, quizás para evitar algún robo o abuso, me demostraban desconfianza y repulsión. En cambio otras no dudaron en demostrarme su “compasión” en forma de monedas brillantes que depositaban en la palma de mi mano, y de esa forma tan extraña se me presento la que sería la reacción más interesante que pesqué en las primeras horas de aquella noche. Un caballero al depositar su limosna sobre mi mano, observó en ella la limpieza, lo libre que estaba de maltrato y ofendido ante el engaño perpetrado (por un malviviente abusador más), profesó su queja gritándome que era “un pinché huevón”, y me lo recalco arrojándome sus monedas a la cara.



Es necesario confesar que los únicos culpables de esta reacción tan equivocada, eran mi mal juicio y la falta de atención a mi propia persona, sobre todo en mi forma de vestir, la cuál era la perfecta representación de las ropas de un desahuciado, mi apariencia era la de otra manzana podrida de esta ciudad, otro ser “innecesario” que sobraba, una sombra más de las que no se disipaban ni en la total brillantez del día. No era nada “bueno” sobre todo para la gente “útil” de esta ciudad.



Decepcionado por este primer paso que acabo en tropiezo, no me quedo más opción que recorrer esas calles de nuevo pero ahora sin buscar a nadie, mi búsqueda ahora era más sencilla y de tipo materialista, sólo hasta estar frente a un aparador de una tiendecilla de ropa y después de observar un poco lo que exhibían, por fin me decidí a ingresar. La intercepción de un empleado avispado que me vio llegar al lugar no se hizo esperar, rápidamente me abordo y comenzó a decirme de forma “cortés” que aquel no era lugar para gente como yo, que sólo clientes “exclusivos y conocidos” podían pasar. Yo le expresé mi necesidad de ropa para vestirme y el empleado me contesto que ahí no era beneficencia, perdiendo de hecho sus modales me grito: — ¡Aquí solo los que pagan pasan!— Me quede mirando fijamente a los pequeños ojos cafés de aquel hombrecito moreno y delgado, él prefirió desviar la mirada al suelo y expresar con fingida valentía que llamaría a la policía si insistía. Yo, depositando en su mano un fajo de billetes de nominación grande le dije con voz firme: —¡Pagaré cualquier cosa que me agrade, yo soy otro cliente más!— una trasformación se activó en las facciones de aquel empleado, las cuales pasaron de franco desagrado a hipócrita aceptación no sin que antes se le escapará de sus labios un: —¡Ah cabrón!— seguido de un: —¡Disculpe usted, pase adelante caballero!



La elección de ropa no fue difícil, como era de suponer la conversación con el empleado fue de lo más superficial, como si hubiera charlado con un muerto o la pared. Al final salí vestido como quería y me encaminé calle abajo donde unas letras rojas indicaban la presencia de un burdel o bar lo cual me presentó la oportunidad de tener una buena charla con algún parroquiano, la noche todavía era joven y mi caza por palabras podría ser aún muy fructífera.


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