martes, 21 de julio de 2009

Las tuercas


¡Ay olvido, ya me volviste a dar!


Las tuercas


Martín sintió la tuerca "hacer caminito" por su hombro, pegar en el respaldo de su silla y rodar por el piso hasta perderse debajo de la cama, para nada era la primera vez que experimentaba la fuga de una tuerca de su cabeza, al inicio pensó que se le venía encima una crisis nerviosa, simplemente no creía lo que veía y sentía cuando de su oreja le saltaba una pequeña tuerca plateada la cual termino por sumergirse en la bañera. De inmediato quito el tapón y dejo fluir el agua hasta que pudo observar el fondo, no había ni seña de la mentada tuerca; ¡Era obvio que no hubiera nada! Pero es què lo sintió tan real.

Después cuándo le siguió aconteciendo (a veces dos tuercas por mes), empezó a comprender que esas pérdidas eran inevitables y hasta naturales. Con el tiempo esos extravíos se extendieron a tres por quincena hasta llegar a su situación actual de una tuerca por día, ahora entendía plenamente que cada tuerca formaba parte esencial de la maquinaría que era su cerebro y peor aún su memoria, y exclamó: — ¡Cada día una tuerca! Por eso es que cada día se me dificulta tanto el recordar, cada vez soy más lento, las reacciones se congelan, mi cerebro ha dejado de asimilar.


Martín sabía que tarde o temprano todas sus tuercas se escaparían, la maquinaría tan atrofiada ya no se repondría, ya ni siquiera alcanzaría a reflexionar, y fue en medio de ese reflexionar que se escucho otra tuerca caer al suelo y perderse entre la madera.

— ¡Caray! ¡Otra más! Desde que perdí la primera hasta la actual, si las hubiera podido juntar ya tendría suficientes para armar la memoria de un perro entrenado o de un chimpancé de los que entrenan para hacer trucos.

A Martín ya no le preocupaba tanto la pérdida de esas tuercas, al menos no como al principio, pues al parecer mientras más perdía, también perdía la obligación de ser apto y también la culpa por sentirse inútil. El consuelo de Martín era que a pesar de tanta perdida de tuercas en su cabeza, todavía conservaba las tuercas más importantes y esas eran las del corazón, las que proveían el movimiento para entender los sentimientos, para su alma, a pesar de a veces no recordar del todo su nombre, todavía reconocía el afecto y el amor en un beso, muchas veces dado por algún extraño que decía ser un familiar.

Otra tuerca más salió por su oreja derecha, haciendo un salto mortal, cayó al vació, pero en lugar de perderse como la anterior en el suelo, ésta fue danzando en brinquitos hasta salir de la habitación y saltar por la escalera peldaño a peldaño hasta topar con la blanca pared e incrustarse en ella para irse sumergiendo poco a poco, una tuerca màs, quizás una voz del pasado de Martín, que a lo mejor se reproduciría alguna vez creando un fantasma a futuro (una psicofonía, dicen los que saben).

Personas de bata blanca le habían hablado anteriormente de alguna pérdida de memoria “natural por vejez” o quizás por enfermedad degenerativa del cerebro, posiblemente principios de Alzheimer o algo así. Martín lo resumía todo tan fácil, tan solo en una simple frase:

—Todo este olvido es porque se me han estado escapando las tuercas de la cabeza, se me caen, es inevitable…


21/07/09 (R)

Salvador Méndez Z




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