viernes, 20 de febrero de 2015

2,000 Años

Florencio Truqui era un joven sonorense que vivía en la ciudad de Hermosillo capital del estado de Sonora. De padres con buena posición económica, o al menos nunca había sufrido por cuestiones de dinero, sus padres le había provisto de buena educación y él no la había desaprovechado. Sus estudios eran óptimos, era de buen templé.
Desde niño él había demostrado una gran afición por todo tema sobrenatural, paranormal, brujas, fantasmas y todo misterio y ente que habitará en la oscuridad; y de todo este peculiar desfile de sombras que le apasionaba, un tema en especial era el mejor y más importante para él.
 Y no se imaginaba su existencia y una realidad en la que esta joya azul que conocemos como la tierra, flotará en el espacio sin más vida inteligente que la del propio planeta, él estaba seguro que allá afuera debería haber más seres pensantes y su pasión era contactar con éstos. Los ovnis eran su vida, quería grabarlos, tener pruebas, ansiaba contactarlos, verlos cara a cara. Nada detendría su deseo, aunque la vida se le fuera en ello.
Ya más grande en la UNISON (Universidad de Sonora) hizo contacto con un profesor en astronomía llamado Bill Evans Bryson (quien enseñaba en Sonora porque su mujer era de ahí), con quien compartió sus dudas acerca del cosmos, las estrellas y claro lo más importante el viaje por el espacio. El profesor nunca alimento su amor por los extraterrestres, le dijo que era un imposible, una ilusión, no quiso alentarlo en ese tema pero si en la Astronomía y eso resulto en una buena amistad.
Florencio Truqui también estudió Geofísica y aprovecho esta cualidad para que sus padres y muy de vez en cuando la universidad le pagaran unas expediciones a unos 70 kilómetros al noroeste de la ciudad de Hermosillo al desierto de Sonora en dónde se había hecho un experto en sobrevivir gracias a un indio Seri que le apoyo en sus primeros viajes de unos días que con el tiempo se convertirían en expediciones de casi un mes internado en la soledad buscando en las estrellas y en el mismo desierto vestigios, pruebas de un misterio tan grande como el mismo universo.
Pocos sabían la razón de sus expediciones, una privilegiada era su prometida, una belleza sonorense de cabellera rubia llamada Karen Merino quién conocía su afición y aunque no le agradaba lo apoyaba. Pero después de su última expedición, ella se encontraba muy preocupada, él no había regresado en la fecha prometida, habían pasado más de veinte días desde su partida y sus provisiones eran esta vez sólo para quince, y a pesar de conocer los métodos de los indios, ella y los padres del joven compartían una preocupación honda. Ya habían reportado a las autoridades tanto de la universidad como a las de policía y la movilización por su búsqueda era lenta y burocrática, a pesar de las mejores intenciones de las dependencias encargadas. En su historial con el joven Florencio ya habían pasado por semejantes “extravíos del joven científico” y al final regresaba como si nada. Al final estaban seguros de que regresaría con alguna historia rara.
Y así lo hizo una noche estrellada y bella. Lo encontraron enfrente de la casa de sus padres con la mirada fija hacía la puerta de ingreso. No hubo comentarios de por medio, sólo silencio y su rostro fatigado, sus harapientas ropas y una incipiente deshidratación. 
Lo atendió el médico familiar y durmió hecho una piedra por tres días, sus padres y su novia estaban al pendiente. Cuando despertó su novia Karen estaba a su lado, y el al verla estiro la mano que ella le tomo y acaricio, el empezó a murmurar sobre un logro, un logro extraordinario, tenía que saberlo ella, y ella le acariciaba el pelo queriendo calmarlo y él sollozaba y le susurraba que “había logrado el contacto ansiado”, pero que no recordaba del todo lo pasado y sollozaba. Ella lo consoló en su pecho y le dijo que todo estaría bien.
 Pero a Karen le inquietaba que a pesar de comunicar su éxito, la cara de Florencio no correspondía a la de un hombre son un sueño realizado sino más bien era una máscara de horror puro. Él sólo hablaba y hablaba de su experiencia. Le tuvieron que dar calmantes, pero aun así despertó a las tres de la madrugada gritando de terror. Llego un nuevo día y solicito la presencia de Karen, ella llegó a los pocos minutos y él no quiso a nadie más en su cuarto. Karen nunca vio ni supo de dónde saco una piedra ovalada, del tamaño de un huevo, estaba pulida, era muy extraña con símbolos. Se la entregó a ella pidiéndole que se la llevará al profesor Bill para que la mandará analizar, ella la observó, y la tomo entre sus manos, no parecía la textura  común de una piedra, y por momentos le pareció observar un brillo curioso.
De todos modos preocupada por Florencio la dejó a un lado de su cama y se ocupó de calmarlo. Al anochecer se retiró a su casa en dónde contacto al profesor Bill, él prometió visitar al joven Florencio en cuanto fuera de día.
Esa noche hubo “lluvia de estrellas”, lluvia de meteoros de las Gemínidas, el cielo estaba despejado y muchos la apreciaron hasta eso de la tres y cuarto de la madrugada cuando se desato un temblor trepidatorio de unos cinco grados pero de poca duración. Para la mayoría que dormía pasó desapercibido. Los padres de Florencio estuvieron entre los que siguieron durmiendo como si nada. Temprano en la mañana, la madre al ir a ver a su hijo, quién al parecer había dormido plácidamente pues no hizo ningún ruido en la noche. Se encontró con un cuarto revuelto y un hijo ausente, no había rastro de él, lo buscaron por todas partes sin éxito, sólo hallaron en el jardín una pequeña grieta en el piso de unos 30 centímetros de largo y unos cinco de ancho, la atribuyeron al temblor. Llamaron a la policía que les recordó que su hijo era ya un adulto y que mínimo debían de pasar 24 horas para iniciar una búsqueda.
Karen llegó después llamada por los padres, los acompaño en su dolor, les ayudo a acomodar un poco su cuarto y encontró debajo de la cama la extraña piedra que volvió a brillar de forma enigmática, recordó que se la debía entregar al profesor y pasadas las siete de la noche se retiró a su casa.
Esa misma noche Karen hablo con el profesor Bill por teléfono y le comento de la piedra, el profesor quedó de pasar al día siguiente por ella ya que le quedaba de camino a la universidad.
Más tarde Karen empezó a experimentar una sensación turbia que le oprimía el corazón, un miedo a una inmensidad tenebrosa que rodeaba su ser y trituraba su alma. Era algo inexplicable, sentía que las paredes de su casa eran absorbidas por una oscuridad maligna. Le solicito un té para relajarse a la sirvienta de nombre Yolanda y busco a su mascota lucero, una gata blanca. Yolanda le comento que había estado muy inquieta y después de maullar e ir de un lado a otro en la sala notoriamente nerviosa había escapado cuando ella abrió la puerta que da al patio para tirar la basura y ya no había regresado. Karen se resignó y se retiró a sus habitaciones. Apenas si consiguió dormirse.
A eso de las dos de la madrugada otro temblor trepidatorio de poca intensidad se produjo, ella con un sueño liviano se despertó de inmediato, la luz eléctrica fallo, observó asustada a su alrededor otra vez sintió un miedo a una oscuridad cada vez más oprimente. Las sombras en las esquinas de su cuarto parecían tener vida propia y crecer a momentos. En ese instante empezó una serenata de ruidos extraños en los alrededores. Karen se incorporó y se colocó una bata, sin abrir la puerta del cuarto le grito a la sirvienta. No hubo contestación humana, sólo aumentaron más los extraños ruidos, algo rascaba el vacío.
La piedra brillaba de nuevo ahí en donde la había puesto sobre el buro cercano a  la cabecera de su cama. De inmediato tomo su teléfono celular y le marco al profesor, la suerte la acompaño el profesor estaba despierto quizás por el temblor, le suplico que viniera a su casa. El profesor un poco extrañado accedió ante tanto ruego y le prometió ir en cuanto se vistiera. No tardaría estaba a pocos minutos en auto. Esto tranquilizo un poco a Karen, pero afuera parecía haber un remolino negro, tenebroso  lleno de crujidos y rasguños en las puertas y ventanas. Karen volvió a llamar a Yolanda sin éxito. Después de pensarlo un poco se armó de valor y salió de su recamara para armarse de algo mejor y agarro un cuchillo de buen filo de la cocina.
Tan sólo al poner el pie en la sala vio con horror que la puerta que daba al jardín estaba abierta. Tragando saliva se acercó empuñando el cuchillo con la firme determinación de cerrarla. A punto estaba de lograr su cometido cuando pudo apenas vislumbrar una “oscuridad viva” que parecía rasguñar el ventanal que daba al jardín. Dio un grito y retrocedió replegándose a su cuarto, cerró la puerta y atrinchero la puerta con una cómoda. Los crujidos y rasguños se escuchaban con más claridad, cercanos, en las paredes, en los muebles ¡En su propia puerta!
Ella temblaba, sus labios imitaban a su cuerpo. ¡La puerta se abrió de golpe! ¡La oscuridad devoro la poca luz de la habitación que llegaba de la calle! Sólo la piedra brillaba con mayor intensidad permitiendo apreciar apenas unas vagas siluetas y una de esas siluetas negra, delgada con brazos largos abrió unos fríos ojos rojos a pocos metros de ella. Ella apretó el mango del cuchillo y cuando vio que esa cosa se acercaba sin inmutarse, lanzo una cuchillada certera. Aquello ni siquiera noto el cuchillo hundiéndose en su cuerpo viscoso. Karen retrocedió hasta la cabecera sintiéndose perdida. De pronto por reflejo o por locura levanto la fulgurante piedra y se la aventó a esa sombra horrida y está la atrapo con una especie de garra que destilaba sarcillos de oscuridad, miro la piedra y una extraña mueca parecida a una sonrisa se dibujó en su cara. Karen cerró los ojos aterrorizada, estaba perdida.
Un destello de luz llego de la calle, el sonido del motor de un auto estacionándose rompió el silencio amargo. Karen abrió los ojos y alcanzó a observar unas siluetas de algo parecido a la oscuridad que alejaban, eran tres o más. Después unos toquidos en la puerta principal le hicieron reaccionar.  
Le abrió al profesor Bill  y se echó a sollozar en su pecho, el profesor la consoló lo mejor que pudo. Aquello había terminado. Karen se acordó de la sirvienta, la fueron a buscar a su recamara. No había nada, sólo un cuarto revuelto. Revisaron en toda la casa, salieron al jardín y ahí cercana a una pequeña grieta de unos 25 centímetros de largo y 4 de ancho, esta vez estaban retazos de una ropa ensangrentada perteneciente a la sirvienta.
Karen le contó lo sucedido al profesor que escuchaba incrédulo. Ella le aseguro que en el desierto al parecer Florencio había contactado con extraterrestres, de alguna manera la piedra era la conexión, pero ahora la piedra había regresado a sus dueños. Al fin por estrés o por los nervios le reclamo al profesor el hecho de que nunca le había creído a Florencio.
El profesor se quedó pensativo, para después decirle con pesar que, él nunca lo había alentado en sus creencias de vida extraterrestre por la simple razón de que la  galaxia más cercana Próxima Centauri  con posibilidades de albergar vida estaba a 4,3 años luz.
Le explico que un viaje de una civilización desde aquellas lejanías equivaldría a 2,000 años para poder llegar, sería mucho más tiempo del que viviría cualquiera.
—Incluso a velocidades próximas a las de la luz: “Por supuesto, es posible que seres alienígenas viajen miles de millones de kilómetros para divertirse, trazando círculos en los campos de cultivo de Inglaterra, o para aterrorizar a un pobre tipo que viaja en una furgoneta por una carretera solitaria de Sonora (deben de tener también adolescentes, después de todo), pero parece improbable”.
—Lo más lógico en extraña forma, es que Florencio quizás si hizo contacto con algo, pero ese algo no es del espacio exterior.
 El profesor desvió su mirada hacía la pequeña grieta.
—Más bien contacto algo siniestro allá en lo profundo, sumergido en la vieja tierra.

Salvador Méndez
19/02/15 ®








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