viernes, 2 de enero de 2015

“Número 1”


Luvana abrió la puerta de la habitación 315 del hotel “Gran paraíso” de la avenida Libertad, serían las siete de la noche del día jueves 17 de octubre. Luvana llegaba puntual a su cita de cada semana con sus entrañables amigas Astrid y Diana, viejas amistades de aquellos días mágicos del colegio. Se saludaron como siempre, se contaron sus últimas aventuras, sus vivencias. Pasado un rato de risas, Luvana disfrutaba un refrigerio y a su vez su vista se perdía de forma irremediable en el cuadro que mostraba un paisaje de una casa de campo, rodeada de abetos y sombras de una vegetación romántica con dos campesinitas de formas graciosas, una rubia que daba de comer a unos patos y una morena que parecía entonar alegremente una canción, Luvana soñaba. Se escapa de la monotonía, pesada y gris que tiende a arruinar todo con el tiempo.

—Te ves distante ¿Te preocupa algo? —dijo la rubia Astrid, su mejor amiga.

—No, nada, sólo qué…

— ¿Qué pasa? —dijo Diana, la de ojos verdes, hermosos, pero inquisidores—. Te ves decaída, triste sin ganas.

—Es sólo que estoy un poco aburrida, me encanta reunirme con ustedes ¡Lo saben!, pero algo está “seco” por así decirlo —dijo Luvana.

— ¿Seco, te refieres a obsoleto? —pregunto Astrid.

--No, no obsoleto, para nada disfruto nuestras pláticas, es sólo que siento que nos falta un "incentivo", por así decirlo, estamos un poco estancadas en lo mismo --respondió Luvana.

-¿Crees que es culpa nuestra? ---Preguntó Diana con ganas de empezar querella.

---No para nada, yo sólo acuso que el tiempo nos está venciendo, la vida ---Luvana no completo su frase ante una Diana declarando guerra.

— ¡No vengas a acusarnos, por favor Luvana! Qué tú no haces nada bueno para mejorar el ambiente, disculpa que te lo diga —dijo Diana rematando con una sonrisa de aquellas con las que mataba las discusiones, sabiendo que era mejor acabar antes de que Astrid colocará el punto final en la pequeña discusión y no se equivocaba.

— ¡Tranquilas! Qué no hacemos estas juntas cada jueves para molestarnos entre nosotras —dijo Astrid.

— ¿Quién las molesta, yo? —pregunto Diana, cambiando la sonrisa por una mirada de fastidio.

—No, Diana —dijo Luvana, imitando la sonrisa de su amiga—. Nadie molesta a nadie, les doy una disculpa yo, si se sintieron agredidas con mi actitud.

— ¡Ya basta de disculpas! Somos amigas —dijo Astrid, firmando la paz—. Pero bueno, quizás yo tenga la solución a nuestro problema de la cotidianidad.

— ¿Cuál sería? —dijo Diana, muy interesada.

—Tengo un obsequio de un “admirador secreto” —contesto Astrid, con cara de felicidad, ¡Miren este cofrecito dorado!

— ¡Qué! —casi exclamaron al unísono Luvana y Diana—. ¿Cómo que un admirador secreto?

—Sí, así hace llamar, él mismo, aquí está su “tarjeta que de presentación” por así decirlo —dijo Astrid.

Las dos chicas abrieron sus ojos intentado saber de inmediato lo que estaba escrito en el minúsculo papel.

—Ya no sufran, queridas —dijo Astrid, disfrutando de la impaciencia que se dibujaba en las facciones de sus amigas.

—¡Ándale! No te hagas del rogar mujer —dijo Diana.

—Bueno, aquí va —dijo Astrid—. “Muy apreciables y hermosas Srtas. Sírvase la presente tarjeta a demostrar la admiración de este humilde servidor por su belleza” —risitas entre Luvana y Diana.

—¡Esperen! Aún hay más —Asevero Astrid, invitándolas a guardar silencio—. Continuó; “Por su belleza y apreciables cualidades que me han fascinado, no les he podido quitar la vista de encima desde la primera vez que las observe en el lobby de éste hotel, soy su humilde admirador, admirador de sus excelentes personas…”

—Pues ya se pasó de “humildad” ¿No? —dijo Diana, sonriendo otra vez con esa forma que denotaba burla.

—¡No seas payasa! No cualquier día, un caballero nos regala un cofrecito dorado con un, con un… ¿Qué contiene, Astrid? —pregunto Luvana.

—Bueno, ésta cajita o cofrecito dorado, muy lindo, lindísimo, tiene un cerradura de presión que tiene una notita pegada que dice: “No abrir, hasta que estén las tres hermosas” —respondió Astrid—. Déjenme acabarles de leer la nota: “Les ofrezco el siguiente presente para celebrar qué, unas flores tan singulares, estén reunidas en un mismo ramillete, atentamente su humilde admirador”. Y eso es todo —finalizo, Astrid.

—¡Vaya! ¿Y no lo has abierto, Astrid? —Cuestiono de forma maliciosa Diana.

—¡Por favor, amiga! ¿Qué no me conoces? —respondió un poco ofendida Astrid—. No cambias a pesar de los años.

—¡Vamos chicas que me pica la curiosidad por saber que contiene! —dijo Luvana, cansada de tanta pelea.

—Bien, tienes razón —acabo Astrid, mientras empezaba a presionar la cerradura para por fin ver el contenido del cofre, mientras sus amigas observaban.

Astrid levanto la tapa del pequeño cofre y tres esferas de cristal refulgieron de forma intensa y la intriga entre las chicas aumento en vez de disminuir. ¿Qué significado tenían estas tres esferas de cristal? No eran particularmente bellas, ni siquiera parecían de algún buen valor. Diana de inmediato emitió un “mmmmhh” de total desaprobación.

—¡Qué raro! —exclamo Astrid, mientras procedía a sacar una de las esferas de aquél cofrecito. No pesaba la gran cosa, pero advirtió que en el centro de aquella esfera mostraba un número 5.

—¡Un número! —grito Luvana.

—Así es, Srta. Obviedad —dijo Diana¬—. ¡Miren! Ahí en el fondo se ve otro papel.

—A ver, a ver, aquí dice que cada esfera tiene un número y ése número corresponde a… —Se quedó sin decir más Astrid.

—¿A qué? —pregunto Luvana.

—No dice —contesto Astrid—. Hasta aquí llega el mensaje: “ése número corresponde a…”

—¡Un premio! —grito Diana, mientras estiraba la mano y tomaba apresuradamente otra esfera—. ¡Debe ser un el número que corresponde a un premio, a ti te tocó el cinco, cinco premios deben ser, a mí me tocan…

La esfera resplandeció de nuevo y un número uno se pudo observar

—Un premio, uno —Diana no parecía entusiasmada.

Luvana procedió a sacar la esfera que quedaba, un cero se observó de inmediato, Astrid no menciono nada, Diana…

—¡Ja,ja,ja! Bueno por los menos me fue mejor que a ti, Luvana, cero regalos para ti —dijo Diana.

Luvana ya no dijo nada, sólo mostro una bella sonrisa a su amiga, triste sonrisa quizás, pero bella al fin y al cabo.

—¡Cálmate ya, Diana! Nadie asegura que estos número representen “premios o regalos”, no hay necesidad de que te burles de Luvana, sólo por qué tú piensas que éso significan —sentenció Astrid un poco molesta con la actitud de Diana.

—¡Está bien, está bien, lo dejamos en paz! De todos modos ya no hay nada más en el cofre, a lo mejor es una broma de un estúpido —dijo Diana, todavía muy sonriente.

La reunión de aquellas chicas continúo ya sin más sorpresas o contratiempos. La despedida y la promesa de reunirse de nuevo el próximo jueves quedo como siempre asegurada.

La siguiente semana compartieron llamadas para averiguar si alguna de ellas había recibido algún obsequio de parte del supuesto “humilde admirador secreto”, pero no hubo nada y el miércoles dejaron de tomarle importancia, ya no se llamaron o al menos ésto le pareció a Luvana, ya que sus amigas ya no le hablaron preguntando. A Luvana no le pareció importante, de todos modos ya las vería de nuevo el jueves que ya estaba “a la vuelta de la esquina”.

Luvana llegó puntual como siempre a las 18:50 al lobby del hotel “Gran paraíso”, a los 5 minutos subió a la habitación de siempre, número 315, abrió la puerta y se asomó al interior saludando. La vista del interior vacío de aquella habitación fue lo único que le dio la bienvenida. Sus amigas no estaban, lo cual era impensable. De haber cambiado de opinión y cancelar la reunión le hubieran avisado con anticipación. Pero no había nadie más, la habitación estaba sin rastros de haber sido usada, de pronto su vista reparo en un cofre negro ahí en medio de la habitación sobre la mesa de la pequeña salita en donde muchas veces compartió con sus amigas las pláticas aderezadas con sus refrigerios. Más eso en este momento no venía al caso, porque ahí estaba ese cofre negro de aspecto algo austero, más grande que el cofre dorado de las esferas. Luvana se acercó para abrir el cofre y saber qué diablos pasaba, pensó que sería una broma de Diana, y eso sería comprensible, pero Astrid no encajaba en ésa broma. Por fin decidida, abrió el cofre, adentro había un paño de terciopelo negro enrollado cubriendo algo, Luvana empezó a desenvolver. Una nota fue lo primero que salió de entre la tela. Luvana comienza a leer, la nota decía lo siguiente: “Apreciable flor hermosa, de las tres sea considerada la más afortunada. Yo su muy humilde servidor he servido los regalos, los números, y de las tres, usted ha sido la más afortunada, tres han sido las esferas, tres han sido los números, ¡bueno! muchos no consideran al “cero” un número, para muchos es una nada y ésa nada le ha tocado a usted, apreciable amiga. A su amiga Astrid, una hermosa rubia le tocó la esfera con el número 5 y 5 ha sido el número que está en éste cofre de parte de ella y mía. A su amiga Diana la de bellos ojos verdes le toco el número uno y pues, uno me ha dado por qué es imposible que alguien tenga más, y bueno ése uno es para usted de parte de ella y de su humilde servidor. Su amiga Astrid está bien, dentro de lo que cabe, pronto la verán, su amiga Diana, pues dio lo mejor de ella para usted y para mí, sírvase a ver sus regalos, acabe de desenvolver, mi bella amiga afortunada.

Luvana desenvolvió con miedo lo que quedaba de la tela negra de terciopelo, un escalofrío recorrió su espalda, ahí en el fondo del cofre rodaron 5 dedos, uno de ellos conservaba el anillo reconocible de su amiga Astrid y por último un corazón ensangrentado hizo un ¡Plaf! Al caer en el cofre, un único pero ensangrentado corazón, uno….







Salvador Méndez Z

17/12/14









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