Se encontraban cuatro parroquianos en una taberna de barrio, un día
de tantos un día cualquiera y jugaban domino, bebían cerveza, recordaban
tiempos ya idos, tiempos perdidos en los vientos de su conciencia.
Todo era normal, la cerveza era abundante
y se degustaba con placer, el humo del cigarrillo flotaba lento, estático,
formaba pequeños querubines grises que abrían sus alas hacia la luminosidad del
padre eterno (el cuál era representado por el foco del establecimiento).
Una
pregunta interrumpió la gresca cotidiana, una simple pregunta conectó a los
cuatro hombres como si se hubieran alineado los astros en el cielo eterno, sus
cerebros y sus almas se enfocaron en aquella cuestión que entonó uno de ellos
de nombre Josué
—¿Y bien que piensas de aquella mujer?
—¿Aquella mujer?¿Cuál mujer? — Simón lo
observo fijamente.
—Es obvio, nuestro amigo se refiere a la
beldad que robo mi corazón una noche de otoño hace años —dijo Mario César—. Aquella
que envolvía mi alma, que me rodeaba con su esencia, la que persigo siempre
entre los fantasmas del pasado, lo nítido de mi presente y las ilusiones de mi
futuro, aquella de piel tan brillante como si fuera una diosa, pero no como las
del olimpo, no, ella es una diosa moderna, un tipo nuevo de diosa que habita en
la urbe, carismática, inteligente, sensual, provocativa, el glamour la
envuelve, los hombres no la manejan, ella desmadeja corazones hombres, ella es
mi anhelo, lo que le da el ímpetu a mi ser, fluye por mis venas, recorre mi
ser, con su forma etérea como un ser de luz, baña mi vida.
—¿En serio piensas eso de aquella mujer?
Se te ha nublado la memoria con tanto alcohol —dijo Josué.
—¡No, no está tan errado, bueno, en mi
ser, ella representa pura pasión y deseo! —menciono Simón.
—Pasión y deseo impuro, provoca
desgracias, es como la peste —mencionó irritado Josué.
—¡Para nada Simón, no la conocen ni la
recuerdan como yo! —dijo con amor creciente el buen Mario César— Yo les digo mis amigos, que ella es la pasión,
es lo que arde bajo mi piel, eso que hace que el deseo traspiré por mis poros noche
tras noche e incluso de día, su pasión se desborda por todo mi alma, el calor
que produce en mí el recuerdo de ese cuerpo esculpido en los deseos eróticos de
dios me nubla totalmente la razón, me sumerjo en sus pliegues, juro que he
sentido su tacto quemándome, me llega y me lleva hasta lo más profundo, me
devora el éxtasis en su totalidad ,eso es lo que es ella, es un orgasmo desde
el inicio hasta culminar, es mi pecado, pero por ella me condeno ahora y por
siempre, no hay más.
—¡Eres otro más!, Otra pobre alma más que
a caído en sus juegos, ella es un ser de lo más insano de lo más adverso que
existe, es lo que corroe a los hombres, los desvía, los encamina por
veredas siniestras de los que ya no pueden enderezar, se convierten en fruta
seca, podrida, ella se alimenta con sus deseos, con sus pasiones, con su amor,
ella tergiversa todo, hasta esa tontería llamada amor, el cuál debería ser
puro, pero la pureza no tiene cabida en su alma oscura, esa alma envuelta en
papel fino de regalo, tan atrayente a los hombres, yo la he visto, he visto sus
labios carnosos y jugosos, son de perdición, ¡Lo sé yo lo sé! —dijo un
extenuado Josué.
El cuarto hombre de nombre David, bostezo
y comenzó a decir:
—Aquella mujer, de la que han hablado a la
que han evocado de tan diversas maneras ¡Es una mujer como cualquier otra! Con
triunfos y pérdidas, con momentos de risas, con momentos de llanto, no es
diferente de nuestras hermanas, de nuestras madres, sabe amar y sabe odiar,
tiene deseos y tiene prejuicios, quizás en su mente hay un ser amado, un hombre
visto por ella como el más puro, quizás visto con pasión o quizás con odio
producto del desamor.
Al final, amigos, ella es una mujer como
cualquier otra y no queda otra que brindar a su salud.
—¡Salud, Salud! —respondieron los demás
alzando sus vasos.
Cerca de ahí en la barra del lugar otro
parroquiano que había escuchado la conversación de aquellos cuatro, le
cuestiona con morbo al tabernero
—¿Cómo ve, no le parece que la misma tipa
anduvo con esos cuatro?
El tabernero frunce el ceño y después de
un breve momento de reflexión le responde al curioso:
—¡Ja! Ojalá alguno de ellos hubiera alguna
vez salido con ella o por lo menos hablado. Esa mujer es solo un amor
inventado, un fantasma de algo que nunca fue, amor platónico si así quiere
llamarle, de hecho no estoy seguro de haberla visto nunca o de que no sea sólo
una fantasía irreal, pero debe ser mejor para todos ellos amar algo, aunque sea
así, sólo fantasía, un fantasma, una ilusión.
Salvador Méndez Z.
23/06/2009 ®
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